Poeta, dramaturgo, ensayista y el primer traductor de Proust al español, Pedro Salinas es uno de los miembros más importantes de la Generación del 27. Nació en Madrid en 1891 y murió en Boston en 1951, donde tuvo que exiliarse después del fin de la Guerra Civil Española.

Estudió en Madrid, Sevilla y la Sorbona, y acabó dando clases en las más prestigiosas universidades americanas. Se casó con 23 años, pero a los 41 se enamoró de una alumna suya americana, Katherine R. Whitmore. Mantuvieron una larga relación y a ella le dedicó algunos de sus poemas de amor más famosos: La voz a ti debida, Razón de amor y Largo lamento

Estos tres poemas de amor forman parte de la selección de poemas de Pedro Salinas que encontrarás en este artículo, con bonitas fotos para compartir:

20 Poemas de Pedro Salinas, el poeta del amor

A Pedro Salinas le considera el “poeta del amor” de la Generación del 27, por la cantidad de versos que dedicó al sentimiento, y también porque se alejó del amor romántico y dotó al amor de grandes virtudes, energía, sentido de vida, milagro, fuerza, magia… 

Cuando la esposa de Pedro Salinas supo de su infidelidad, se derrumbó e intentó quitarse la vida. Katherine había regresado a España pero decidió entonces acabar la relación. Esto afectó profundamente a Pedro Salinas, aunque ambos mantuvieron el contacto a través de cartas: más de 300 misivas o cartas de amor que se publicaron a la muerte del autor, dando contenido a su obra. Este amor marcó la obra del poeta, que describe este sentimiento como pocos. 

En verano el amor estalla y los poemas de Pedro Salinas nos ayudan a entender cómo. Vamos a saborearlos. ¡Feliz lectura! 

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Ayer te bese´ en los labios, de Pedro Salinas

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Cuerpomente

Ayer te besé en los labios, de Pedro Salinas

Ayer te besé en los labios.
Te besé en los labios. Densos,
rojos. Fue un beso tan corto
que duró más que un relámpago,
que un milagro, más.
El tiempo
después de dártelo
no lo quise para nada
ya, para nada
lo había querido antes.
Se empezó, se acabó en él.

Hoy estoy besando un beso;
estoy solo con mis labios.
Los pongo
no en tu boca, no, ya no
—¿adónde se me ha escapado?—.
Los pongo
en el beso que te di
ayer, en las bocas juntas
del beso que se besaron.
Y dura este beso más
que el silencio, que la luz.
Porque ya no es una carne
ni una boca lo que beso,
que se escapa, que me huye.
No.
Te estoy besando más lejos.


Un precioso poema de Pedro Salinas sobre el arte de besar y el reguero que deja el beso una vez se ha acabado. Nada vuelve a ser igual después del beso de dos amantes, y nunca se besa igual ni los nuevos besos vuelven a ser los mismos.

Pensar en ti es tenerte, de Pedro Salinas

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Cuerpomente

Pensar en ti es tenerte, de Pedro Salinas

¡Cómo me dejas que te piense! 
Pensar en ti no lo hago solo, yo. 
Pensar en ti es tenerte, 
como el desnudo cuerpo ante los besos, 
toda ante mí, entregada. 
Siento cómo te das a mi memoria, 
cómo te rindes al pensar ardiente, 
tu gran consentimiento en la distancia, 
y más que consentir, más que entregarte, 
me ayudas, vienes hasta m��, me enseñas 
recuerdos en escorzo, me haces señas 
con las delicias, vivas, del pasado, 
invitándome. 
Me dices desde allá 
que hagamos lo que quiero 
-unirnos- al pensarte, 
y entramos por el beso que me abres, 
y pensamos en ti, los dos, yo solo.

 

En este poema Pedro Salinas apunta a que un recuerdo del amor que a veces puede ser más potente que el mismo. Como cuando una relación acaba o se distancia, el recuerdo de la amante y del amor entregado pervive y pensando en él es como revivirlo.

Tu´ vives siempre en tus actos, de La voz debida, de Pedro Salinas

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Tú vives siempre en tus actos, de La voz debida, de Pedro Salinas

Tú vives siempre en tus actos.
Con la punta de tus dedos
pulsas el mundo, le arrancas
auroras, triunfos, colores,
alegrías: es tu música.
La vida es lo que tú tocas.

De tus ojos, sólo de ellos,
sale la luz que te guía
los pasos. Andas
por lo que ves. Nada más.

Y si una duda te hace
señas a diez mil kilómetros,
lo dejas todo, te arrojas
sobre proas, sobre alas,
estás ya allí; con los besos,
con los dientes la desgarras:
ya no es duda.
Tú nunca puedes dudar.

Porque has vuelto los misterios
del revés. Y tus enigmas,
lo que nunca entenderás,
son esas cosas tan claras:
la arena donde te tiendes,
la marcha de tu reloj
y el tierno cuerpo rosado
que te encuentras en tu espejo
cada día al despertar,
y es el tuyo. Los prodigios
que están descifrados ya.

Y nunca te equivocaste,
más que una vez, una noche
que te encaprichó una sombra
-la única que te ha gustado-.
Una sombra parecía.
Y la quisiste abrazar.
Y era yo.

Este poema de Pedro Salinas está dedicado a su gran amor, con total entrega, con total rendición, que nos habla de sus grandes virtudes, de lo que en él despierta y de cómo ella se pudo fijar en él entre todos.

No rechaces los suen~os por ser suen~os, de Pedro Salinas

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No rechaces los sueños por ser sueños, de Pedro Salinas

No rechaces los sueños por ser sueños.
Todos los sueños pueden
ser realidad, si el sueño no se acaba.
La realidad es un sueño.
Si soñamos
que la piedra es la piedra, eso es la piedra.
Lo que corre en los ríos no es un agua,
es un soñar, el agua, cristalino.
La realidad disfraza
su propio sueño, y dice:
"Yo soy el sol, los cielos, el amor".
Pero nunca se va, nunca se pasa, 
si fingimos creer que es más que un sueño.
Y vivimos soñándola. Soñar
es el modo que el alma
tiene para que nunca se le escape
lo que se escaparía si dejamos
de soñar que es verdad lo que no existe.
Sólo muere
un amor que ha dejado de soñarse
hecho materia y que se busca en tierra.

De nuevo el no poder tener cerca a su amada hace que el poeta busque recursos para poder albergar la esperanza de volver a estar con ella y volver a vivir su amor. Los sueños son lo único que le queda y que le acercan a ella cuando no puede estar a su lado.

Aqui´ en esta orilla blanca, de Pedro Salinas

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Cuerpomente

Aquí en esta orilla blanca, de Pedro Salinas

Aquí
en esta orilla blanca
del lecho donde duermes
estoy al borde mismo
de tu sueño. Si diera
un paso mas, caerla
en sus ondas, rompiéndolo
como un cristal. Me sube
el calor de tu sueño
hasta el rostro. Tu hálito
te mide la andadura
del soñar: va despacio.
Un soplo alterno, leve
me entrega ese tesoro
exactamente: el ritmo
de tu vivir soñando.
Miro. Veo la estofa
de que está hecho tu sueño.
La tienes sobre el cuerpo
como coraza ingrávida.
Te cerca de respeto.
A tu virgen te vuelves
toda entera, desnuda,
cuando te vas al sueño.
En la orilla se paran
las ansias y los besos:
esperan, ya sin prisa,
a que abriendo los ojos
renuncies a tu ser
invulnerable. Busco
tu sueño. Con mi alma
doblada sobre ti
las miradas recorren,
traslúcida, tu carne
y apartan dulcemente
las señas corporales,
por ver si hallan detrás
las formas de tu sueño.
No lo encuentran. Y entonces
pienso en tu sueño. Quiero
descifrarlo. Las cifras
no sirven, no es secreto.
Es sueño y no misterio.
Y de pronto, en el alto
silencio de la noche,
un soñar mío empieza
al borde de tu cuerpo;
en él el tuyo siento.
Tú dormida, yo en vela,
hacíamos lo mismo.
No había que buscar:
tu sueño era mi sueño.

En Aquí esta orilla blanca Pedro Salinas construye un bonito poema sobre los misterios del sueño de su amada y cómo la gustaría saber lo que sueña para poder compartir también con ella esos instantes en que él la mira mientras ella duerme. 

Sin voz desnuda

Sin armas. Ni las dulces
sonrisas, ni las llamas
rápidas de la ira.
Sin armas. Ni las aguas
de la bondad sin fondo,
ni la perfidia, corvo pico.
Nada. Sin armas. Sola.

Ceñida en tu silencio.
"Sí" y "no", "mañana" y "cuando",
quiebran agudas puntas
de inútiles saetas
en tu silencio liso
sin derrota ni gloria.

¡Cuidado!, que te mata
—fría, invencible, eterna—
eso, lo que te guarda,
eso, lo que te salva,
el filo del silencio que tú aguzas.

En este breve poema, Pedro Salinas reflexiona sobre el silencio de la amada, todo lo que esconde, y todo lo que puede esconder. 

Underwood girls

Quietas, dormidas están,
las treinta redondas blancas.
Entre todas
sostienen el mundo.

Míralas aquí en su sueño,
como nubes,
redondas, blancas y dentro
destinos de trueno y rayo,
destinos de lluvia lenta,
de nieve, de viento, signos.
Despiértalas,
con contactos saltarines
de dedos rápidos, leves,
como a músicas antiguas.
Ellas suenan otra música:
fantasías de metal
valses duros, al dictado.
Que se alcen desde siglos
todas iguales, distintas
como las olas del mar
y una gran alma secreta.

Que se crean que es la carta,
la fórmula como siempre.
Tú alócate
bien los dedos, y las
raptas y las lanzas,
a las treinta, eternas ninfas
contra el gran mundo vacío,
blanco en blanco.
Por fin a la hazaña pura,
sin palabras sin sentido,
ese, zeda, jota, i…

Pedro Salinas crea una metáfora preciosa para describir las letras de la máquina de escribir Underwood y sus “chicas”, las teclas con las creamos mundos al mover los dedos y al escribir con ellas.  

Luz de la noche

Estoy pensando, es de noche,
en el día que hará allí
donde esta noche es de día.
En las sombrillas alegres,
abiertas todas las flores,
contra ese sol, que es la luna
tenue que me alumbra a mí.
Aunque todo está tan quieto,
tan en silencio en lo oscuro,
aquí alrededor,
veo a las gentes veloces
—prisa, trajes claros, risa—
consumiendo sin parar,
a pleno goce, esa luz
de ellos, la que va a ser mía
en cuanto alguien diga allí
"ya es de noche".
La noche donde yo estoy
ahora,
donde tú estás junto a mí
tan dormida y tan sin sol
en esa
noche y luna del dormir,
que pienso en el otro lado
de tu sueño, donde hay luz
que yo no veo.
Donde es de día y paseas
-te sonríes al dormir-
con esa sonrisa abierta,
tan alegre, tan de flores,
que la noche y yo sentimos
que no puede ser de aquí.

Luz de la noche es otro ejemplo de la importancia de los sueños para el poeta, lo que le permite albergar el amor y la esperanza de recuperarlo. 

Fe mía

No me fío de la rosa
de papel,
tantas veces que la hice
yo con mis manos.
Ni me fío de la otra
rosa verdadera,
hija del sol y sazón,
la prometida del viento.
De ti que nunca te hice,
de ti que nunca te hicieron,
de ti me fío, redondo
seguro azar.

La rosa como metáfora del amor y de la pérdida de este también inspiró a Pedro Salinas en este breve poema sobre el desamor y el dolor que provoca. 

Razón de amor

Si la voz se sintiera con los ojos
¡ay, cómo te vería!
Tu voz tiene una luz que me ilumina,
luz del oír.
Al hablar
se encienden los espacios del sonido,
se quiebra al silencio
la gran oscuridad que es. Tu palabra
tiene visos de albor, de aurora joven,
cada día, al venir a mí de nuevo.
Cuando afirmas,
un gozo cenital, un mediodía,
impera, ya sin arte de los ojos.
Noche no hay si me hablas por la noche.
Ni soledad, aquí solo en mi cuarto
si tu voz llega, tan sin cuerpo, leve.
Porque tu voz crea su cuerpo. Nacen
en el vacío espacio, innumerables,
las formas delicadas y posibles
del cuerpo de tu voz. Casi se engañan
los labios y los brazos que te buscan.
Y almas de labios, almas de los brazos,
buscan alrededor las, por tu voz
hechas nacer, divinas criaturas,
invento de tu hablar.
Y a la luz del oír, en ese ámbito
que los ojos no ven, todo radiante,
se besan por nosotros
los dos enamorados que no tienen
más día ni más noche
que tu voz estrellada, o que tu sol.

 

Pura poesía esta de Pedro Salinas dedicada al amor que como una voz lo ilumina y le da sentido a todo, al vivir del propio autor y al de todos los enamorados. 

Largo lamento

¡Qué contenta estará el agua
mañana, cuando despierte
y se encuentre con su cauce,
los dos brazos que la llevan
estrechada a su destino,
entre orillas que se alegran!

¡Qué feliz será la luz,
mañana,
cuando se encuentre a los ojos,
que la apresan, y la emplean,
y sirve ya para ver!

¡Qué perfecto será el pájaro
cuando se encuentren sus alas,
y su cuerpo y los albores
del día, indeciso aún,
con un pio, con un cántico,
en la garganta dormido,
que dé voz a la mañana!

Pero el alma, dime, el alma
que al otro día de aquel
se encuentra ya sin más ojos,
sin más manos, sin más pies,
que los tristemente suyos,
que los solos,
dime. ¿En qué cauce, en qué luz,
en qué canto va a vivir
si ya no le queda más
que el cuerpo suyo a esa alma?

La tristeza se apodera del alma del poeta cuando ve a su amor partir y nadie mejor que él describe la tristeza del que no tiene motivo para vivir y el alma se le ha quedado sin  ojos, sin manos, sin pies y sin nada. 

Presente simple (Confianza)

Ni recuerdos ni presagios:
sólo presente, cantando.

Ni silencio, ni palabras:
tu voz, sólo, sólo, hablándome.

Ni manos ni labios:
tan solo dos cuerpos, 
a lo lejos, separados.

Ni luz ni tiniebla, 
ni ojos ni mirada:
visión, la visión del alma.

Y por fin, por fin,
ni goce ni pena,
ni cielo ni tierra,
ni arriba ni abajo,
ni vida ni muerte, nada
sólo el amor, sólo amando.

 

Cuando amas solo hay espacio para el amor, y este poema de Pedro Salinas es de nuevo un reflejo de que cuando el amor te llega, no necesitas nada más

Cómo me dejas que te piense

¡Cómo me dejas que te piense!
Pensar en ti no lo hago solo, yo.
Pensar en ti es tenerte,
como el desnudo cuerpo ante  los besos,
toda ante mí, entregada.
Siento cómo te das a mi memoria,
cómo te rindes al pensar ardiente,
tu gran consentimiento en la distancia.
Y más que consentir, más que entregarte,
me ayudas, vienes hasta mí, me enseñas
recuerdos en escorzo, me haces señas
con las delicias, vivas, del pasado,
invitándome.
Me dices desde allá
que hagamos lo que quiero
—unirnos—al pensarte.
Y entramos por el beso que me abres,
y pensamos en ti, los dos, yo solo.

La forma de querer tú (de 'la voz a ti debida')

La forma de querer tú
es dejarme que te quiera.
El sí con que te me rindes
es el silencio. Tus besos
son ofrecerme los labios
para que los bese yo.
Jamás palabras, abrazos,
me dirán que tú existías,
que me quisiste: jamás.
Me lo dicen hojas blancas,
mapas, augurios, teléfonos;
tú, no.
Y estoy abrazado a ti
sin preguntarte, de miedo
a que no sea verdad
que tú vives y me quieres.
Y estoy abrazado a ti
sin mirar y sin tocarte.
No vaya a ser que descubra
con preguntas, con caricias,
esa soledad inmensa
de quererte sólo yo.

¿Fue como beso o llanto?

¿Fue como beso o llanto?
¿Nos hallamos
con las manos, buscándonos
a tientas, con los gritos,
clamando, con las bocas
que el vacío besaban?
¿Fue un choque de materia
y materia, combate
de pecho contra pecho,
que a fuerza de contactos
se convirtió en victoria
gozosa de los dos,
en prodigioso pacto
de tu ser con mi ser
enteros?
¿O tan sencillo fue,
tan sin esfuerzo, como
una luz que se encuentra
con otra luz, y queda
iluminado el mundo,
sin que nada se toque?

 

Serás, amor...

¿Serás, amor
un largo adiós que no se acaba?
Vivir, desde el principio, es separarse.
En el mismo encuentro
con la luz, con los labios,
el corazón percibe la congoja
de tener que estar ciego y sólo un día.
Amor es el retraso milagroso
de su término mismo:
es prolongar el hecho mágico
de que uno y uno sean dos, en contra
de la primer condena de la vida.
Con los besos,
con la pena y el pecho se conquistan,
en afanosas lides, entre gozos
parecidos a juegos,
días, tierras, espacios fabulosos,
a la gran disyunción que está esperando,
hermana de la muerte o muerte misma.
Cada beso perfecto aparta el tiempo,
le echa hacia atrás, ensancha el mundo breve
donde puede besarse todavía.
Ni en el lugar, ni en el hallazgo
tiene el amor su cima:
es en la resistencia a separarse
en donde se le siente,
desnudo altísimo, temblando.
Y la separación no es el momento
cuando brazos, o voces,
se despiden con señas materiales.
Es de antes, de después.
Si se estrechan las manos, si se abraza,
nunca es para apartarse,
es porque el alma ciegamente siente
que la forma posible de estar juntos
es una despedida larga, clara
y que lo más seguro es el adiós.


Más versos de Pedro Salias sobre el milagro del amor y sus juegos. Una oda al sentimiento y a sus entresijos. 

Orilla 

Si no fuera por la rosa
frágil, de espuma, blanquísima,
que él, a lo lejos se inventa,
¿quién me iba a decir a mí
que se le movía el pecho
de respirar, que está vivo,
que tiene un ímpetu dentro,
que quiere la tierra entera,
azul, quieto, mar de julio?

La difícil

En los extremos estás
de ti, por ellos te busco.
Amarte: ¡qué ir y venir
a ti misma de ti misma!
Para dar contigo, cerca,
¡qué lejos habrá que ir!
Amor: distancias, vaivén
sin parar.

En medio del camino, nada.
No, tu voz no, tu silencio.
Redondo, terso, sin quiebra,
como aire, las preguntas
apenas le rizan,
como piedras, las preguntas
en el fondo se las guarda.
Superficie del silencio
y yo mirándome en ella.
Nada, tu silencio, sí.

O todo tu grito, sí.
Afilado en el callar,
acero, rayo, saeta,
rasgador, desgarrador,
¡qué exactitud repentina
rompiendo al mundo la entraña,
y el fondo del mundo arriba,
donde él llega, fugacísimo!
Todo, sí, tu grito, sí.

Pero tu voz no la quiero.

Horizontal, sí, te quiero

Horizontal, sí, te quiero.
Mírale la cara al cielo,
de cara. Déjate ya
de fingir un equilibrio
donde lloramos tú y yo.
Ríndete
a la gran verdad final,
a lo que has de ser conmigo,
tendida ya, paralela,
en la muerte o en el beso.
Horizontal es la noche
en el mar, gran masa trémula
sobre la tierra acostada,
vencida sobre la playa.
El estar de pie, mentira:
sólo correr o tenderse.
Y lo que tú y yo queremos
y el día —ya tan cansado
de estar con su luz, derecho—
es que nos llegue, viviendo
y con temblor de morir,
en lo más alto del beso,
ese quedarse rendidos
por el amor más ingrávido,
al peso de ser de tierra,
materia, carne de vida.
En la noche y la trasnoche,
y el amor y el trasamor,
ya cambiados
en horizontes finales,
tú y yo, de nosotros mismos.