Una noche sin darte cuenta te vas a dormir y, al cerrar la ventana, notas ese olor dulce y familiar que cada año llega para llenarte el alma de alegría… es olor a verano. Y es que el verano está lleno de poesía: durante dos meses el calor mecerá tus noches, el jazmín llenará las tardes, las olas del mar acompañaran tus juegos y el tiempo cada vez irá más lento

El verano traerá risas, viajes, familia, nuevas experiencias, primeras veces y, sobre todo, recuerdos que pasarán a formar parte de la historia de tus veranos. Como han formado parte de los recuerdos de los poetas que le han rendido homenaje en sus poemas.

Poemas de verano bonitos y divertidos

Todos, poetas o no poetas, tenemos veranos inolvidables en nuestra memoria. Veranos en casa de los abuelos, con los amigos corriendo por el campo, en la playa hasta el atardecer, ese viaje en coche de madrugada para evitar el calor del mediodía, el primer amor de verano, el día que aprendimos a nadar o a ir en bicicleta, todos los tesoros que encontrábamos en la arena de la playa, las hogueras de San Juan, los conciertos de verano en algún pueblo chiquito, las noches eternas pescando en la playa… 

En verano, el tiempo se alarga y podemos aprovechar para disfrutar de los pequeños placeres sin prisa. Leer, escuchar música, disfrutar de la buena comida, una siesta sin fin, la buena compañía, alguna afición… Y, por qué no, de la poesía más inspiradora.

Este año, una vez más, llena tu verano de nuevos y buenos recuerdos que te acompañen cuando vuelva el frío.  ¡Llénalos de poesía! Porque los grandes escritores saben más que nadie cómo contarnos la magia del verano. Este tiempo en que todo parece posible.

Os dejamos a continuación algunas de los mejores poemas de verano. ¡Que lo disfrutéis! 

Verano (Cesar Vallejo)

Verano, ya me voy. Y me dan pena
las manitas sumisas de tus tardes.
Llegas devotamente; llegas viejo;
y ya no encontrarás en mi alma a nadie.

¡Verano! y pasarás por mis balcones
con gran rosario de amatistas y oros,
como un obispo triste que llegara
de lejos a buscar y bendecir

los rotos aros de unos muertos novios.

Verano, ya me voy. Allá, en setiembre
tengo una rosa que te encargo mucho;
la regarás de agua bendita todos
los días de pecado y de sepulcro.

Si a fuerza de llorar el mausoleo,
con luz de fe su mármol aletea,
levanta en alto tu responso, y pide
a Dios que siga para siempre muerta.

Todo ha de ser ya tarde;
y tú no encontrarás en mi alma a nadie.

Ya no llores, verano! en aquel surco
muere una rosa que renace mucho…

César Vallejo

Todos los veranos que vivimos quedan grabados en nuestra memoria y cuando es el momento de irnos no recuerdan lo felices que hemos sido y todo lo importante que nos llevamos. 

La tormenta de verano (Rafael Pombo)

Al terrado subí buscando en donde
asistir a la espléndida tormenta,
fiesta lustral que ansiaba la sedienta
tierra en la faz mustia y abatida fronde.

Préndese el cielo. Pálida se esconde
la noche. El trueno asordador revienta,
y en toda la ancha esfera turbulenta,
estruendo a estruendo y luz a luz responde.

Palestra de titánica porfia
turbiones y relámpagos destella,
y ruge y truena en bárbara armonía.

Rasga el rayo honda grieta, clara y bella
en la cuarteada bóveda sombría,
y vislumbrase a Dios a través della.

Rafael Pombo

Que maravillosas son las tormentas de verano, llegan para enfriar el suelo y el aire cargado por el calor y por el bochorno y que dulce el olor a tierra mojada cuando para de llover. Son muy cortas pero tan intensas que nos recuerdan por un instante que el verano, tarde o temprano se acabará. 

Poema de Miquel Martí Pol

Sólo quiero recordar de este verano
la mirada cómplice
de una vecina que tomaba el sol
desnuda y sonrió complacida
al darse cuenta de que la contemplaba,
y aquel instante fugaz, irrepetible,
de total quietud, en que el mundo quedó
desierto de sí mismo y era un cristal
transparente y de nuevo compacto.
El verano no será otra cosa,
este verano, quiero decir, y si alguien me habla
de aquellas mil bagatelas inefables
que componen los días y las noches,
diré tranquilamente: -No me acuerdo.

Miquel Martí Pol

El verano son estampas, momentos fugaces que nuestra memoria selecciona sin nosotros saber porque. Son instantes de cotidianidad que quedan congelados y que le dan sentido a una vida llena de sorpresas sutiles y de gran belleza. 

Oda al verano (Pablo Neruda)

Verano, violín rojo, 
nube clara, 
un zumbido 
de sierra 
o de cigarra 
te precede, 
el cielo 
abovedado, 
liso, luciente como 
un ojo, 
y bajo su mirada, 
verano, 
pez del cielo 
infinito, 
élitro lisonjero, 
perezoso 
letargo 
barriguita 
de abeja, 
sol endiablado, 
sol terrible y paterno, 
sudoroso 
como un buey trabajando, 
sol seco 
en la cabeza 
como un inesperado 
garrotazo, 
sol de la sed 
andando 
por la arena, 
verano, 
mar desierto, 
el minero 
de azufre 
se llena 
se llena 
de sudor amarillo, 
el aviador 
recorre 
rayo a rayo 
el sol celeste, 
sudor 
negro 
resbala 
de la frente 
a los ojos 
en la mina 
de Lota, 
el minero 
se restriega 
la frente 
negra, 
arden 
las sementeras, 
cruje 
el trigo, 
insectos 
azules 
buscan 
sombra, 
tocan 
la frescura, 
sumergen 
la cabeza 
en un diamante. 

Oh verano 
abundante, 
carro 
de 
manzanas 
maduras, 
boca 
de fresa 
en la verdura, labios 
de ciruela salvaje, 
caminos 
de suave polvo 
encima del polvo, 
mediodía, 
tambor 
de cobre rojo, 
y en la tarde 
descansa 
el fuego, 
el aire 
hace bailar 
el trébol, entra 
en la usina desierta, 
sube 
una estrella 
fresca 
por el cielo 
sombrío, 
crepita 
sin quemarse 
la noche 
del verano.

Pablo Neruda

Que maravilloso poema nos regala Pablo Neruda, listando los placeres del verano, los colores, sabores, olores, ruidos, objetos, insectos, tradiciones, costumbres. Todo lo que pasa en verano, se queda en verano para siempre. 

 Un verano (Idea Vilariño)

Hago muecas a veces
para no poner cara de tristeza
para olvidarme
amor
para ahuyentar mis duros
mis crueles pensamientos.
Cómo he de hacer
amor
para vivir aún
para sufrir aún
este verano.
Pesa mucho
me pesa como si el mar pesara
con su bloque tremendo
sobre mi espalda
me hunde
en la más negra tierra del dolor
y me deja
ahí deshecha
amor
sola ahí
tu abandono.

A veces en verano pasan cosas tristes y cada año el nuevo verano nos las recuerda sin darnos tregua. Porque cada año hay un nuevo verano y si hemos tenido alguno malo, el único consuelo es que los que vengan sean mucho mejores. 

Retornos Del Amor En Una Noche De Verano (Rafael Alberti)

A tientas el amor, a ciegas en lo oscuro
tal vez entre las ramas, madura, alguna estrella,
vuelvo a sentirlo, vuelvo,
mojado de la escarcha caliente de la noche,
contra el hoyo de mentas tronchadas y tomillos.

Es él, único, sólo, lo mismo que mi mano
la piel desparramada de mi cuerpo, la sombra
de mi recién salido corazón, los umbrosos
centros más subterráneos de mi ser lo querían.

Vuelve único, vuelve
como forma tocada nada más, como llena
palpitación tendida cubierta de cabellos,
como sangre enredada en mi sangre, un latido
dentro de otro latido solamente.

Más las palabras, ¿dónde?
Las palabras no llegan. No tuvieron espacio
en aquel agostado nocturno, no tuvieron
ese mínimo aire que media entre dos bocas
antes de reducirse a un clavel silencioso.

Pero un aroma oculto se desliza , resbala,
me quema un desvelado olor a oscura orilla.
Alguien está prendiendo por la yerba un murmullo.
Es que siempre en la noche del amor pasa un río.

 

El amor de nuevo es el protagonista de esta historia de verano, en la que la estación es protagonista del sentimiento que nace y se disfruta en esta época del año. 

Por fin llegará el verano (Emily Dickinson)

Por fin llegará el verano.
Señoras con sombrillas,
señores que pasean con bastones
y niñas con muñeca
colorearán el pálido paisaje
como si fueran un ramillete brillante.
Tras espesuras de blanco intenso
yace hoy el pueblo.

Las lilas se balancearán con su carga púrpura,

inclinadas por los muchos años.

Las abejas no desdeñarán la canción

que zumbaron sus antepasados.

La rosa silvestre que se abre en el pantano

y el aster de la colina

despliegan sus eternas formas.

Y las firmes gencianas se agitan.

Hasta que el verano guarde su milagro,

como las mujeres guardan su vestido

o como los sacerdotes recogen

los ornamentos

una vez que el Sacramento ha concluido.

Lo más maravilloso del verano es que vuelve cada año y que cada año despliega todas sus maravillas para que podamos dar gracias a la vida por estar vivos y por poder contemplarlas.

 

Antes de la lluvia de verano (Rainer Maria Rilke)

De pronto, en todo el verde del jardín
se, ha retirado no se sabe qué:
se le siente más cerca en la ventana
callando. Sólo, urgente y recio, suena
la canción de la lluvia en el ramaje.
como en un San Jerónimo se piensa:
tanto se eleva soledad y afán
de esta voz solitaria que los chorros
atenderán. Los muros de la sala
se nos han alejado con sus cuadros
como para no oír lo que decimos.
Su empapelado pálido refleja
la incierta luz de las primeras tardes
en que se tuvo miedo, cuando niños.

Otra poesía sobre las lluvias de veranos que nos sorprenden por su inesperada virulencia y su refrescantes consecuencias. 

Aquel verano de mi juventud (Francisco Brines)

¿Y qué es lo que quedó de aquel viejo verano
en las costas de Grecia?
¿Qué resta en mí del único verano de mi vida?
Si pudiera elegir de todo lo vivido
algún lugar, y el tiempo que lo ata,
su milagrosa compañía me arrastra allí,
en donde ser feliz era la natural razón de estar con vida.

Perdura la experiencia, como un cuarto cerrado de la infancia;
no queda ya el recuerdo de días sucesivos
en esta sucesión mediocre de los años.
Hoy vivo esta carencia,
y apuro del engaño algún rescate
que me permita aún mirar el mundo
con amor necesario;
y así saberme digno del sueño de la vida.

De cuanto fue ventura, de aquel sitio de dicha,
saqueo avaramente
siempre una misma imagen:
sus cabellos movidos por el aire,
y la mirada fija dentro del mar.
Tan sólo ese momento indiferente.
Sellada en él, la vida.

En este poema, el poeta retrata sus veranos en Grecia, donde las vivencias se tiñen de colores, sabores irrepetible e insustituibles. 

La recogida de moras (Seamus Heaney)

A finales de agosto, después de mucha lluvia y mucho sol,
durante toda una semana, las moras maduraban.
Al principio sólo una, un cuajarón brillante y púrpura
entre las demás, rojas, verdes, duras como un nudo.
Te comías aquélla y su carne era dulce
como vino espesado: sangre de verano había en ella
dejando manchas en la lengua y ansia para
seguir comiendo. Después las rojas se oscurecían y aquel deseo
nos enviaba con frascos de leche, botes de guisantes y tarros de
mermelada
adonde las zarzas arañaban y la hierba húmeda decoloraba nuestras
botas.
Alrededor de los campos de heno, de mieses y bancales de patatas
caminábamos y recogíamos hasta llenar los recipientes,
hasta que, cubierto el fondo con las verdes,
los botones oscuros ardían en lo alto
como una fuente de ojos. Nos escocían las manos
por las picaduras de las zarzas, teníamos las palmas pegajosas como
las de Barba Azul.

Almacenábamos las bayas frescas en la vaquería.
Pero cuando la tina estaba llena vimos una tela de moho
gris rata que devoraba nuestro alijo.
También el jugo hedía. Una vez fuera del arbusto
el fruto fermentaba, la carne dulce se tornaba agria.
A mí siempre me hacía llorar. No era justo
que aquellos maravillosos tarros olieran a podrido.
Cada año esperaba que se conservaran, sabiendo que no lo harían.

Seamus Heaney insinúa que el verano esconde pequeñas tradiciones cotidianas que nos recuerdan para siempre a las personas y los lugares que habitamos. Recoger moras es una de ellas.