“Pablo Neruda es el más grande poeta del siglo XX en todos los idiomas”, decía Gabriel García Márquez en la revista Cromos en octubre de 1973. Y es que, aquel muchacho que con solo 13 años ya había publicado en el diario La Mañana de la ciudad de Temuco (Chile) su primer trabajo como poeta bajo el nombre de Entusiasmo y perseverancia, solo necesitó siete años más para sacar a la luz la que sería su gran obra maestra: Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924).

Sin embargo, sus dotes literarias no eran apreciadas por su padre, razón por la cual dejó de firmar con su nombre, Neftalí Reyes, para utilizar el seudónimo con el que pasaría a la historia: Pablo Neruda.

Pablo Neruda: el cónsul poeta 

Las habilidades de Pablo Neruda a la hora de escribir eran incuestionables, pero su origen humilde, sus trabajos en prensa escrita (La Mañana, Claridad) y sus obras publicadas hasta entonces no favorecían suficiente su economía, lo que le llevó a prepararse para ser cónsul. Gracias a este nuevo trabajo estuvo en Birmania (1927), Ceilán, Java y Singapur. 

Esta nueva faceta no impidió que el poeta y político chileno siguiera cultivando su pasión por la escritura. A pesar de sus responsabilidades gubernamentales, continuaba publicando obras literarias y relacionándose con los escritores más ilustres del lugar al cual era destinado. Así pues, en 1933, nombrado cónsul en Buenos Aires, tuvo la oportunidad de conocer a Borges, Girondo, Lange y Lorca.

El escritor granadino se encontraba en la capital porteña para disfrutar del éxito con el que el público había acogido la representación teatral de su exitosa obra Bodas de sangre, que había puesto en escena la compañía de la actriz Lola Membrives y su marido. La amistad que nació entre ambos en ese momento se vería fortalecida cuando Pablo Neruda tuvo que trasladarse a Madrid (1934) después de una corta estadía en Barcelona, pero lo que ninguno de los dos sabía era que una guerra, la española, acabaría truncándola. Pasados los años, Neruda recordaría a su gran amigo con estas palabras: “Federico, que me hacía reír como nadie y que nos enlutó a todos por un siglo”.

Pablo Neruda y la Guerra Civil Española

Poeta de amor, pero también de guerra. Fueron exigencias de la vida. Sus versos hasta entonces amorosos se tiñeron de dolor y rabia tras el estallido de la Guerra Civil Española (julio de 1936) y el asesinato de su gran amigo Federico García Lorca a manos del bando sublevado.

Dadas las circunstancias, Pablo Neruda no dudaría ni un segundo en tomar partido por el bando republicano. A pesar de su condición de cónsul, el escritor chileno mantuvo una posición activa, llegando a publicar en El Mono Azul, una revista cultural editada por los republicanos durante este período bélico, un poema de consuelo para las madres de aquellos hombres que habían perdido la vida por salir a defender sus derechos en aquella feroz guerra. Posteriormente incluiría Canto a las madres de los milicianos muertos, tal y como se llamaba el poema, en su obra España en el corazón (1937), en la que relataría a través de sus versos la crudeza de dicho momento histórico. 

Pero esta clara manifestación de sus ideales no fue bien acogida por sus superiores que le hicieron volver a Chile para destinarlo a París en 1939. Sin embargo, esta estrategia no influyó en las creencias de Pablo Neruda, que aprovechó su condición de cónsul para la emigración española en la capital francesa para negociar el exilio a Chile de algunos de los españoles que habían logrado escapar a tierras galas. Así fue cómo más de 2.200 refugiados españoles subieron a bordo del “Winnipeg” para iniciar una nueva vida al otro lado del océano Atlántico.

Pablo Neruda despidió al “Winnipeg” desde el puerto de Pauillac el 4 de agosto de 1939 diciendo: “Que la crítica borre toda mi poesía, si le parece. Pero este poema, que hoy recuerdo, no podrá borrarlo nadie”. El barco atracaría en Valparaíso el 3 de septiembre, dos días después de iniciarse la Segunda Guerra Mundial.

Una muerte y cuatro entierros

Tras su paso por París, viajaría a México y no volvería a Chile hasta 1943, donde acabaría afiliándose al Partido Comunista de Chile, hasta su muerte. Su ideología le llevaría al exilio en Europa, época prolífica para su obra literaria, ya que escribiría otra de sus grandes obras, Canto general (1950) y Los versos del capitán (1952), pero también haría que lo designaran como candidato a la presidencia de Chile. No obstante, el poeta renunciaría para darle su apoyo a Salvador Allende, que llegaría al poder en 1970 y sería derrocado tan solo tres años después.

Ese mismo año, el 23 de septiembre, Pablo Neruda moriría en Santiago de Chile tras haber sido trasladado desde sus casa en Isla Negra, lugar en el que había manifestado que deseaba descasar eternamente: "Compañeros, enterradme en Isla Negra, frente al mar que conozco”, decía en su obra “Canto General”, algo que no fue posible hasta 1992, dos años después de que Chile recuperara la democracia. No son pocos los que aseguran que a Neruda no lo mató el cáncer de próstata sino el triunfo de Pinochet aquel 11 de septiembre de 1973.

Y si la vida de Neruda no fue tranquila, su muerte lo fue menos. Sus restos descansaron inicialmente en el mausoleo de la escritora Adriana Dittborn en el cementerio general de Santiago de Chile, pero en mayo de 1974, la familia de la autora decide que no los quiere allí y estos son trasladados a un nicho en el mismo cementerio. Así como el primer funeral fue considerado el primer acto revolucionario contra el régimen que se acababa de imponer, al segundo solo asistieron unas pocas personas… Y cuando parecía que con su traslado a Isla Negra en 1992, al fin se habría cumplido su sueño, en abril de 2013 se exhumaron sus restos para analizarlos y certificar si su muerte había sido natural o provocada por la inoculación del "estafilococo dorado", un microorganismo muy agresivo. En abril de 2016, Pablo Neruda vuelve por fin a Isla Negra.  

Premio Nobel de Literatura y sus 22 poemas más famosos

A lo largo de su vida, Pablo Neruda recibiría numerosos premios (Premio Nacional de Literatura, premio Lenin de la Paz…), homenajes y reconocimientos, siendo el Premio Nobel de Literatura (1971) el más importante. Se lo concedieron “por una poesía que con la acción de una fuerza elemental da vida al destino y los sueños de un continente”.

La figura de Pablo Neruda y su obra (45 libros y diversas recopilaciones, antologías, publicaciones en diarios, revistas…) sigue siendo reconocida como una de las más destacadas de la literatura mundial y aquí tienes sus 22 poemas más famosos.

Mariposa de otoño (Poema de Pablo Neruda) 

La mariposa volotea 
y arde -con el sol- a veces.

Mancha volante y llamarada, 
ahora se queda parada 
sobre una hoja: que la mece.

Me decían: -No tienes nada. 
No estás enfermo. Te parece.

Yo tampoco decía nada. 
Y pasó el tiempo de las mieses.

Hoy una mano de congoja 
llena de otoño el horizonte. 
Y hasta de mi alma caen hojas.

Me decían: -No tienes nada. 
No estás enfermo. Te parece.

Era la hora de las espigas. 
El sol, ahora, 
convalece.

Todo se va en la vida, amigos. 
Se va o perece.

Se va la mano que te induce. 
Se va o perece.

Se va la rosa que desates.
También la boca que te bese.

El agua, la sombra y el vaso. 
Se va o perece.

Pasó la hora de las espigas.
El sol, ahora, 
convalece.

Su lengua tibia me rodea. 
También me dice: -Te parece.

La mariposa volotea,
revolotea,
y desaparece.

Poema XV (Poema de Pablo neruda)

Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.

Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.

Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

Ahora es Cuba (Poema de Pablo Neruda)

Y luego fue la sangre y la ceniza.

Después quedaron las palmeras solas.

Cuba, mi amor, te amarraron al potro,
te cortaron la cara,
te apartaron las piernas de oro pálido,
te rompieron el sexo de granada,
te atravesaron con cuchillos,
te dividieron, te quemaron.

Por los valles de la dulzura
bajaron los exterminadores,
y en los altos mogotes la cimera
de tus hijos se perdió en la niebla,
pero allí fueron alcanzados
uno a uno hasta morir,
despedazados en el tormento
sin su tierra tibia de flores
que huía bajo sus plantas.

Cuba, mi amor, qué escalofrío
te sacudió de espuma la espuma,
hasta que te hiciste pureza,
soledad, silencio, espesura,
y los huesitos de tus hijos
se disputaron los cangrejos.

 

España en el corazón (Poema de Pablo Neruda)

Madrid, sola y solemne.
Julio te sorprendió con tu alegría de panal pobre.
Clara era tu calle, claros eran tus sueños.
Un hipo negro,
una ola de sotanas rabiosas
rompió entre tus rodillas sus cenegales aguas,
sus ríos de gargajos.
Con los ojos heridos todavía de sueño,
con escopetas y piedras,
Madrid, recién herida,
te defendiste,
corrías por las calles dejando estelas de tu santa sangre,
lamiendo y llamando con una voz de océano
con un rostro cambiado para siempre
por la luz de la sangre
como una vengadora montaña
como una silbante estrella de cuchillos.

Cuando en la sacristía de la traición
entró tu espada ardiendo,
no hubo sino silencio de amanecer,
no hubo sino tu paso de banderas
y una honorable gota de sangre en tu sonrisa.

Preguntaréis: ¿Dónde están las lilas?
Y la metafísica cubierta de amapolas?
Y la lluvia que a menudo golpeaba
sus palabras llenándolas
de agujeros y pájaros?

Os voy a contar todo lo que me pasa.

Yo vivía en un barrio
de Madrid, con campanas,
con relojes, con árboles.

Desde allí se veía
el rostro seco de Castilla
como un océano de cuero.
Mi casa era llamada
la casa de las flores, porque por todas partes
estallaban geranios: era
una bella casa
con perros y chiquillos.
Raúl, ¿te acuerdas?
¿Te acuerdas, Rafael?
Federico, ¿te acuerdas
debajo de la tierra,
te acuerdas de mi casa con balcones en donde
la luz de junio ahogaba flores en tu boca?
¡Hermano, hermano!

Todo
eran grandes voces, sal de mercaderías,
aglomeraciones de pan palpitante,
mercados de mi barrio de Arguelles con su estatua
como un tintero pálido entre las merluzas:
el aceite llegaba a las cucharas,
un profundo latido
de pies y manos llenaba las calles,
metros, litros, esencia
aguda de la vida,
pescados hacinados,
contextura de techos con sol frío en el cual
la flecha se fatiga,
delirante marfil fino de las patatas,
tomates repetidos hasta el mar.

Y una mañana todo estaba ardiendo
y una mañana las hogueras
salían de la tierra
devorando seres,
y desde entonces fuego,
pólvora desde entonces,
y desde entonces sangre.

Bandidos con aviones y con moros,
bandidos con sortijas y duquesas,
bandidos con frailes negros bendiciendo
venían por el cielo a matar niños,
y por las calles la sangre de los niños
corría simplemente, como sangre de niños.

Chacales que el chacal rechazaría,
piedras que el cardo seco mordería escupiendo,
víboras que las víboras odiaran!

¡Frente a vosotros he visto la sangre
de España levantarse
para ahogaros en una sola ola
de orgullo y de cuchillos!

Generales
traidores:
mirad mi casa muerta,
mirad España rota:
pero de cada casa muerta sale metal ardiendo
en vez de flores,
pero de cada hueco de España
sale España,
pero de cada niño muerto sale un fusil con ojos,
pero de cada crimen nacen balas
que os hallarán un día el sitio
del corazón.

Preguntaréis: ¿por qué su poesía
no nos habla del sueño, de las hojas,
de los grandes volcanes de su país natal?

¡Venid a ver la sangre por las calles
venid a ver
la sangre por las calles,
venid a ver la sangre
por las calles!

Canto a las madres de los milicianos muertos (Poema de Pablo Neruda)

No han muerto! Están en medio
de la pólvora,
de pie, como mechas ardiendo.
Sus sombras puras se han unido
en la pradera de color de cobre
como una cortina de viento blindado,
como una barrera de color de furia,
como el mismo invisible pecho del cielo.

Madres! Ellos están de pie en el trigo,
altos como el profundo mediodía,
dominando las grandes llanuras!
Son una campanada de voz negra
que a través de los cuerpos de acero asesinado
repica la victoria.
Hermanas como el polvo
caído, corazones
quebrantados,
tened fe en vuestros muertos!
No sólo son raíces
bajo las piedras teñidas de sangre,
no sólo sus pobres huesos derribados
definitivamente trabajan en la tierra,
sino que aun sus bocas muerden pólvora seca
y atacan como océanos de hierro, y aun
sus puños levantados contradicen la muerte.

Porque de tantos cuerpos una vida invisible
se levanta. Madres, banderas, hijos!
Un solo cuerpo vivo como la vida:
un rostro de ojos rotos vigila las tinieblas
con una espada llena de esperanzas terrestres!

Dejad
vuestros mantos de luto, juntad todas
vuestras lágrimas hasta hacerlas metales:
que allí golpeamos de día y de noche,
allí pateamos de día y de noche,
allí escupimos de día y de noche
hasta que caigan las puertas del odio!

Yo no me olvido de vuestras desgracias, conozco
vuestros hijos
y si estoy orgulloso de sus muertes,
estoy también orgulloso de sus vidas.
Sus risas
relampagueaban en los sordos talleres,
sus pasos en el Metro
sonaban a mi lado cada día, y junto
a las naranjas de Levante, a las redes del Sur, junto
a la tinta de las imprentas, sobre el cemento de las arquitecturas
he visto llamear sus corazones de fuego y energías.

Y como en vuestros corazones, madres,
hay en mi corazón tanto luto y tanta muerte
que parece una selva
mojada por la sangre que mató sus sonrisas,
y entran en él las rabiosas nieblas del desvelo
con la desgarradora soledad de los días.

Pero
más que la maldición a las hienas sedientas, al estertor
bestial
que aúlla desde el África sus patentes inmundas,
más que la cólera, más que el desprecio, más que el llanto,
madres atravesadas por la angustia y la muerte,
mirad el corazón del noble día que nace,
y sabed que vuestros muertos sonríen desde la tierra
levantando los puños sobre el trigo.

Estatuto del vino (Poema de Pablo Neruda)

Cuando a regiones, cuando a sacrificios
manchas moradas como lluvias caen,
el vino abre las puertas con asombro,
y en el refugio de los meses vuela
su cuerpo de empapadas alas rojas.

Sus pies tocan los muros y las tejas
con humedad de lenguas anegadas,
y sobre el filo del día desnudo
sus abejas en gotas van cayendo.

Yo sé que el vino no huye dando gritos
a la llegada del invierno,
ni se esconde en iglesias tenebrosas
a buscar fuego en trapos derrumbados,
sino que vuela sobre la estación,
sobre el invierno que ha llegado ahora
con un puñal entre las cejas duras.

Yo veo vagos sueños,
yo reconozco lejos,
y miro frente a mí, detrás de los cristales,
reuniones de ropas desdichadas.

A ellas la bala del vino no llega,
su amapola eficaz, su rayo rojo,
mueren ahogados en tristes tejidos,
y se derrama por canales solos,
por calles húmedas, por ríos sin nombre,
el vino amargamente sumergido,
el vino ciego y subterráneo y solo.

Yo estoy de pie en su espuma y sus raíces,
yo lloro en su follaje y en sus muertos,
acompañado de sastres caídos
en medio del invierno deshonrado,
yo subo escalas de humedad y sangre
tanteando las paredes,
y en la congoja del tiempo que llega
sobre una piedra me arrodillo y lloro.

Y hacia túneles acres me encamino
vestido de metales transitorios,
hacia bodegas solas, hacia sueños,
hacia betunes verdes que palpitan,
hacia herrerías desinteresadas,
hacia sabores de lodo y garganta,
hacia imperecederas mariposas.

Entonces surgen los hombres del vino
vestidos de morados cinturones,
y sombreros de abejas derrotadas,
y traen copas llenas de ojos muertos,
y terribles espadas de salmuera,
y con roncas bocinas se saludan
cantando cantos de intención nupcial.

Me gusta el canto ronco de los hombres del vino,
y el ruido de mojadas monedas en la mesa,
y el olor de zapatos y de uvas
y de vómitos verdes:
me gusta el canto ciego de los hombres,
y ese sonido de sal que golpea
las paredes del alba moribunda.

Hablo de cosas que existen, Dios me libre
de inventar cosas cuando estoy cantando!
Hablo de la saliva derramada en los muros,
hablo de lentas medias de ramera,
hablo del coro de los hombres del vino
golpeando el ataúd con un hueso de pájaro.

Estoy en medio de ese canto, en medio
del invierno que rueda por las calles,
estoy en medio de los bebedores,
con los ojos abiertos hacia olvidados sitios,
o recordando en delirante luto,
o durmiendo en cenizas derribado.

Recordando noches, navíos, sementeras,
amigos fallecidos, circunstancias,
amargos hospitales y niñas entreabiertas:
recordando un golpe de ola en cierta roca
con un adorno de harina y espuma,
y la vida que hace uno en ciertos países,
en ciertas costas solas,
un sonido de estrellas en las palmeras,
un golpe del corazón en los vidrios,
un tren que cruza oscuro de ruedas malditas
y muchas cosas tristes de esta especie.

A la humedad del vino, en las mañanas,
en las paredes a menudo mordidas por los días de invierno
que caen en bodegas sin duda solitarias,
a esa virtud del vino llegan luchas,
y cansados metales y sordas dentaduras,
y hay un tumulto de objeciones rotas,
hay un furioso llanto de botellas,
y un crimen, como un látigo caído.

El vino clava sus espinas negras,
y sus erizos lúgubres pasea,
entre puñales, entre medianoches,
entre roncas gargantas arrastradas,
entre cigarros y torcidos pelos,
y como ola de mar su voz aumenta
aullando llanto y manos de cadáver.

Y entonces corre el vino perseguido
y sus tenaces odres se destrozan
contra las herraduras, y va el vino en silencio,
y sus toneles, en heridos buques en donde el aire muerde
rostros, tripulaciones de silencio,
y el vino huye por las carreteras,
por las iglesias, entre los carbones,
y se caen sus plumas de amaranto,
y se disfraza de azufre su boca,
y el vino ardiendo entre calles usadas
buscando pozos, túneles, hormigas,
bocas de tristes muertos,
por donde ir al azul de la tierra
en donde se confunden la lluvia y los ausentes.

Pido silencio (Poema de Pablo Neruda)

Ahora me dejen tranquilo.
Ahora se acostumbren sin mí.

Yo voy a cerrar los ojos

Y sólo quiero cinco cosas,
cinco raices preferidas.

Una es el amor sin fin.

Lo segundo es ver el otoño.
No puedo ser sin que las hojas
vuelen y vuelvan a la tierra.

Lo tercero es el grave invierno,
la lluvia que amé, la caricia
del fuego en el frío silvestre.

En cuarto lugar el verano
redondo como una sandía.

La quinta cosa son tus ojos,
Matilde mía, bienamada,
no quiero dormir sin tus ojos,
no quiero ser sin que me mires:
yo cambio la primavera
por que tú me sigas mirando.

Amigos, eso es cuanto quiero.
Es casi nada y casi todo.

Ahora si quieren se vayan.

He vivido tanto que un día
tendrán que olvidarme por fuerza,
borrándome de la pizarra:
mi corazón fue interminable.

Pero porque pido silencio
no crean que voy a morirme:
me pasa todo lo contrario:
sucede que voy a vivirme.

Sucede que soy y que sigo.

No será, pues, sino que adentro
de mí crecerán cereales,
primero los granos que rompen
la tierra para ver la luz,
pero la madre tierra es oscura:
y dentro de mí soy oscuro:
soy como un pozo en cuyas aguas
la noche deja sus estrellas
y sigue sola por el campo.

Se trata de que tanto he vivido
que quiero vivir otro tanto.

Nunca me sentí tan sonoro,
nunca he tenido tantos besos.

Ahora, como siempre, es temprano.
Vuela la luz con sus abejas.

Déjenme solo con el día.
Pido permiso para nacer.

Pequeña América (Poema de Pablo Neruda)

Cuando miro la forma
de América en el mapa,
amor, a ti te veo:
las alturas del cobre en tu cabeza,
tus pechos, trigo y nieve,
tu cintura delgada,
veloces ríos que palpitan, dulces
colinas y praderas
y en el frío del sur tus pies terminan
su geografía de oro duplicado.

Amor, cuando te toco
no sólo han recorrido
mis manos tu delicia,
sino ramas y tierra, frutas y agua,
la primavera que amo,
la luna del desierto, el pecho
de la paloma salvaje,
la suavidad de las piedras gastadas
por las aguas del mar o de los ríos
y la espesura roja
del matorral en donde
la sed y el hambre acechan.
Y así mi patria extensa me recibe,
pequeña América, en tu cuerpo.

Aún más, cuando te veo recostada
veo en tu piel, en tu color de avena,
la nacionalidad de mi cariño.
Porque desde tus hombros
el cortador de caña
de Cuba abrasadora
me mira, lleno de sudor oscuro,
y desde tu garganta
pescadores que tiemblan
en las húmedas casas de la orilla
me cantan su secreto.
Y así a lo largo de tu cuerpo,
pequeña América adorada,
las tierras y los pueblos
interrumpen mis besos
y tu belleza entonces
no sólo enciende el fuego
que arde sin consumirse entre nosotros,
sino que con tu amor me está llamando
y a través de tu vida
me está dando la vida que me falta
y al sabor de tu amor se agrega el barro,
el beso de la tierra que me aguarda.

Oda a la cebolla (Poema de pablo Neruda)

Cebolla
luminosa redoma,
pétalo a pétalo
se formó tu hermosura,
escamas de cristal te acrecentaron
y en el secreto de la tierra oscura
se redondeó tu vientre de rocío.
Bajo la tierra
fue el milagro
y cuando apareció
tu torpe tallo verde,
y nacieron
tus hojas como espadas en el huerto,
la tierra acumuló su poderío
mostrando tu desnuda transparencia,
y como en Afrodita el mar remoto
duplicó la magnolia
levantando sus senos,
la tierra
así te hizo,
cebolla,
clara como un planeta,
y destinada
a relucir,
constelación constante,
redonda rosa de agua,
sobre
la mesa
de las pobres gentes.

Generosa
deshaces
tu globo de frescura
en la consumación
ferviente de la olla,
y el jirón de cristal
al calor encendido del aceite
se transforma en rizada pluma de oro.

También recordaré cómo fecunda
tu influencia el amor de la ensalada
y parece que el cielo contribuye
dándote fina forma de granizo
a celebrar tu claridad picada
sobre los hemisferios de un tomate.
Pero al alcance
de las manos del pueblo,
regada con aceite,
espolvoreada
con un poco de sal,
matas el hambre
del jornalero en el duro camino.
Estrella de los pobres,
hada madrina
envuelta
en delicado
papel, sales del suelo,
eterna, intacta, pura
como semilla de astro,
y al cortarte
el cuchillo en la cocina
sube la única lágrima
sin pena.
Nos hiciste llorar sin afligirnos.

Yo cuanto existe celebré, cebolla,
pero para mí eres
más hermosa que un ave
de plumas cegadoras,
eres para mis ojos
globo celeste, copa de platino,
baile inmóvil
de anémona nevada

y vive la fragancia de la tierra
en tu naturaleza cristalina.

Era mi corazón un ala viva y turbia (Poema de Pablo neruda)

Era mi corazón un ala viva y turbia…
un ala pavorosa llena de luz y anhelo.
Era la primavera sobre los campos verdes.
Azul era la altura y era esmeralda el suelo.

Ella -la que me amaba- se murió en primavera.
Recuerdo aún sus ojos de paloma en desvelo.
Ella -la que me amaba- cerro sus ojos… tarde.
Tarde de campo, azul. Tarde de alas y vuelos.
Ella -la que me amaba- se murió en primavera…
y se llevó la primavera al cielo.

El pájaro yo (Poema de Pablo Neruda)

Me llamo pájaro Pablo,
ave de una sola pluma,
volador de sombra clara
y de claridad confusa,
las alas no se me ven,
los oídos me retumban
cuando paso entre los árboles
o debajo de las tumbas
cual un funesto paraguas
o como una espada desnuda,
estirado como un arco
o redondo como una uva,
vuelo y vuelo sin saber,
herido en la noche oscura,
quiénes me van a esperar,
quiénes no quieren mi canto,
quiénes me quieren morir,
quiénes no saben que llego
y no vendrán a vencerme,
a sangrarme, a retorcerme
o a besar mi traje roto
por el silbido del viento.
Por eso vuelvo y me voy,
vuelo y no vuelo pero canto:
soy el pájaro furioso
de la tempestad tranquila.

El mar (Poema de Pablo Neruda)

Necesito del mar porque me enseña:
no sé si aprendo música o conciencia:
no sé si es ola sola o ser profundo
o sólo ronca voz o deslumbrante
suposición de peces y navios.
El hecho es que hasta cuando estoy dormido
de algún modo magnético circulo
en la universidad del oleaje.
No son sólo las conchas trituradas
como si algún planeta tembloroso
participara paulatina muerte,
no, del fragmento reconstruyo el día,
de una racha de sal la estalactita
y de una cucharada el dios inmenso.

Lo que antes me enseñó lo guardo! Es aire,
incesante viento, agua y arena.

Parece poco para el hombre joven
que aquí llegó a vivir con sus incendios,
y sin embargo el pulso que subía
y bajaba a su abismo,
el frío del azul que crepitaba,
el desmoronamiento de la estrella,
el tierno desplegarse de la ola
despilfarrando nieve con la espuma,
el poder quieto, allí, determinado
como un trono de piedra en lo profundo,
substituyó el recinto en que crecían
tristeza terca, amontonando olvido,
y cambió bruscamente mi existencia:
di mi adhesión al puro movimiento.

Cómo nacen las banderas (Poemas de Pablo neruda)

Están así hasta hoy nuestras banderas.
El pueblo las bordó con su ternura,
cosió los trapos con su sufrimiento.

Clavó la estrella con su mano ardiente.

Y cortó, de camisa o firmamento,
azul para la estrella de la patria.

El rojo, gota a gota, iba naciendo.

Caballo de los sueños

Innecesario, viéndome en los espejos
con un gusto a semanas, a biógrafos, a papeles,
arranco de mi corazón al capitán del infierno,
establezco cláusulas indefinidamente tristes.

Vago de un punto a otro, absorbo ilusiones,
converso con los sastres en sus nidos:
ellos, a menudo, con voz fatal y fría
cantan y hacen huir los maleficios.

Hay un país extenso en el cielo
con las supersticiosas alfombras del arco iris
y con vegetaciones vesperales:
hacia allí me dirijo, no sin cierta fatiga,
pisando una tierra removida de sepulcros un tanto frescos,
yo sueño entre esas plantas de legumbre confusa.

Paso entre documentos disfrutados, entre orígenes,
vestido como un ser original y abatido:
amo la miel gastada del respeto,
el dulce catecismo entre cuyas hojas
duermen violetas envejecidas, desvanecidas,
y las escobas, conmovedoras de auxilios,
en su apariencia hay, sin duda, pesadumbre y certeza.
Yo destruyo la rosa que silba y la ansiedad raptora:
yo rompo extremos queridos: y aún más,
aguardo el tiempo uniforme, sin medidas:
un sabor que tengo en el alma me deprime.

¡Qué día ha sobrevenido! ¡Qué espesa luz de leche,
compacta, digital, me favorece!
He oído relinchar su rojo caballo
desnudo, sin herraduras y radiante.
Atravieso con él sobre las iglesias,
galopo los cuarteles desiertos de soldados
y un ejército impuro me persigue.
Sus ojos de eucaliptos roban sombra,
su cuerpo de campana galopa y golpea.

Yo necesito un relámpago de fulgor persistente,
un deudo festival que asuma mis herencias.

Soneto XXII (Poema de Pablo Neruda)

Cuántas veces, amor, te amé sin verte y tal vez sin recuerdo,
sin reconocer tu mirada, sin mirarte, centaura,
en regiones contrarias, en un mediodía quemante:
eras sólo el aroma de los cereales que amo.

Tal vez te vi, te supuse al pasar levantando una copa
en Angol, a la luz de la luna de Junio,
o eras tú la cintura de aquella guitarra
que toqué en las tinieblas y sonó como el mar desmedido.

Te amé sin que yo lo supiera, y busqué tu memoria.
En las casas vacías entré con linterna a robar tu retrato.
Pero yo ya sabía cómo era. De pronto
mientras ibas conmigo te toqué y se detuvo mi vida:
frente a mis ojos estabas, reinándome, y reinas.
Como hoguera en los bosques el fuego es tu reino.