Parece lógico y normal aspirar a ser cada día mejores profesionalmente y como personas. Sin embargo, a menudo se hace demasiado énfasis en la necesidad de llegar a "la mejor versión de uno mismo". Es la cultura de la autooptimización constante, que puede permitirnos conseguir algunos logros, pero ¿a qué precio?

La ambición de ser mejores puede implicar, por un lado, que nuestro ser actual no nos convence del todo. Además, como es un ideal, resulta que la mejor versión de uno mismo siempre se halla en el futuro, nunca en el presente y, por lo tanto, no la disfrutamos.

Por otro lado, casi siempre lo mejor se define por comparación: por encima de los demás. La cultura del perfeccionamiento se relaciona con ideales de belleza estereotipados y metas inalcanzables. Si no logras estar a la altura de tus propias expectativas, puedes desarrollar una baja autoestima y sentimientos de incompetencia.

La autooptimización forma parte de una cultura competitiva, que no siempre es sana porque puede estar contaminada com envidias, resentimientos y agravios.  La competitividad hace que nuestro comportamiento no siempre sea justo ni completamente honesto.  

Si lo piensas bien, ¿hay un pefeccionismo, una autooptimización mejor que considerarse ya, en este momento, la mejor versión de uno mismo? ¿Qué pasa si no vives con el ansia de un continuo perfeccionamiento, si simplemente fluyes con tus intereses y las oportunidades que te presenta la vida?

1. vives de manera más relajada

Si dejas de preocuparte por si tu apariencia es admirable, si eres una madre perfecta o mejorable, una buena pareja o un gran profesional, entonces tu vida será sin duda mucho más relajada.

En realidad, si eres una persona psicológicamente equilibrada, ya haces lo que puedes en todas las situaciones sin necesidad de imponerte una presión adicional. Ser equilibrado no significa ser perfecto, sino estar en armonía con uno mismo, aceptando tanto los éxitos como los fracasos como parte del proceso de crecimiento.

Tu capacidad de resiliencia natural te permiten adaptarte a los desafíos con serenidad y confianza. Puedes reconocer tus limitaciones sin juzgarte y eres consciente de que el esfuerzo que pones en cada circunstancia es el máximo que puedes dar en ese momento.

 2. aceptas tus puntos débiles

No ha nacido la persona que no posea una colección de puntos débiles. Lo que ocurre es que muchas personas se empeñan en ocultarlos, a menudo detrás de una fachada de supuestas excelencias. 

Toda persona tiene que valorar si estás debilidades son asumibles y forman parte de la propia personalidad o representan un problema real porque causan sufrimiento o incomodidades. 

Reconocer nuestras propias fragilidades no es un signo de debilidad, sino de madurez. Es a partir de esa aceptación honesta que se puede trabajar para mejorar, si es necesario, o para encontrar formas de convivir con esas partes de nosotros mismos que no podemos cambiar.

En realidad, aceptar y compartir nuestras debilidades puede generar conexiones más profundas y auténticas con los demás. Nos permite vernos y ser vistos como seres humanos completos, con luces y sombras, lo cual, en última instancia, enriquece nuestras relaciones y nuestra propia autoestima.

La autooptimización tiene sentido si te hace más feliz

Es posible que continúes pensando que no quieres abandonar tus ideales de autoperfeccionamiento. Está bien, siempre que no produzca ansiedad y de que te asegures de que eres tú quien decide realmente cómo quieres ser.

Alrededor de la autooptimización existe un gran negocio que se alimenta de las inseguridades y deseos de las personas por alcanzar una versión idealizada de sí mismas. Planes de entrenamiento físico, cursos de motivación, influencers que se proponen como modelos a seguir en todos los ámbitos de la vida.... una industria de la mejora personal que mueve miles de millones cada año. 

No hay nada de malo en querer ser mejor, en buscar el auténtico crecimiento personal o en intentar vivir una vida más plena y significativa. Sin embargo,  la autooptimización no debe convertirse en una obsesión, debe ser una herramienta al servicio de ese propósito, no una fuente de angustia ni un fin en sí misma.