¿Te has preguntado alguna vez porque te emocionas al ver una película, escuchar una canción o mirar un cuadro? El arte conecta con el ser humano a un nivel instintivo, casi primitivo, como explica David Bueno, neurocientífico y doctor en biología, en su nuevo libro El arte de ser humanos (Destino).

Bueno lleva años explorando la relación entre la neurociencia y nuestra forma de aprender, de emocionarnos y de convivir. En este nuevo libro, nos invita a mirar la creatividad desde una perspectiva innovadora: como una herramienta que ha moldeado nuestra evolución y que sigue siendo clave para nuestro bienestar.

En esa entrevista, conversamos sobre la importancia del arte en la educación, el impacto de la tecnología en nuestra atención y cómo recuperar la capacidad de asombro en un mundo cada vez más acelerado. Porque el arte no es solo algo que admiramos en los museos, es una forma de entender el mundo que nos confiere la capacidad de transformarlo.

Aprendiendo a enseñar

- ¿Cómo podemos integrar de mejor forma el arte en el sistema educativo?
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En estos momentos, el currículum educativo, con pequeñas variaciones según la Comunidad Autónoma, reserva un 10% de las horas de primaria para educación artística. Es mucho menos de lo que había en la Antigüedad, que dedicaban más de la mitad de la enseñanza a las artes. Ahora, ¿significa esto que la mitad de las horas deberían ser de arte? No hace falta. Es más fácil de lo que parece. Se trata de ir añadiendo pequeños toques artísticos al resto de aprendizajes.

Hay que aprender a sumar, restar, multiplicar y dividir, hay que aprender a leer y escribir, hay que aprender ciencias, claro que sí. Pero si cuando estamos estudiando la multiplicación y la división en los últimos cursos de primaria, le pregunto a los niños: "¿Qué melodía te sugiere una multiplicación? ¿Y una división?", podrían tocarla con algún instrumento, como la flauta o percusión. No es que se aprenda más de esta forma, pero sí que el cerebro de estos niños y niñas relaciona lo que están aprendiendo de forma racional con aspectos mucho más emocionales y vivenciales.

- ¿Qué otros cambios podemos aplicar a nuestro sistema educativo gracias a lo que sabemos de neurociencia?
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Un aspecto que considero muy importante es que los alumnos se conozcan a sí mismos, no solo en aspectos cognitivos—que también—a partir de reflexiones, debates, analizando su día a día de forma consciente, sino también en aspectos físicos. Nuestra mente está dentro de un cuerpo, están juntos. Nos encontramos con chicos y chicas que, cuando llegan a la adolescencia, tienen problemas de autoimagen, de autoestima, de autopercepción, porque no han trabajado su cuerpo a través del deporte, la psicomotricidad, el baile… Hay muchas maneras diferentes de vivirlo. A veces los aislamos tanto del exterior, creyendo que así están más seguros, que no les dejamos conocer su cuerpo.

Hay un trabajo que se hizo en Nueva Zelanda en el que se demostró que a los adolescentes que, cuando eran niños, sus padres les dejaban encaramarse a los árboles, tenían un mayor control emocional durante la adolescencia. Les era más fácil gestionar la ansiedad y el estrés, y eran capaces de valorar mejor los riesgos asociados a nuevos retos para asumirlos con conocimiento. Simplemente porque lo habían ensayado cuando eran niños. Porque al final, es su cuerpo. Están encaramándose a un árbol, necesitan pensar, pero también necesitan conocer sus limitaciones y ver cómo van progresando.

- ¿Cuál es el mayor error que estamos cometiendo al educar a las nuevas generaciones?
-Uno es este tema, el de la sobreprotección, que ya lo hemos comentado. Otro es justamente lo opuesto—que a veces, además, se da al mismo tiempo—que es la sensación de poco apoyo emocional. Cuando en una familia estamos cenando juntos y cada uno está con su aparato tecnológico, sin mirarnos a la cara, sin dirigirnos la palabra, la sensación de esos niños y niñas es de abandono emocional. No sienten que están siendo tenidos en cuenta.

Y, al mismo tiempo, hay sobreprotección: "Que no sufran, que no se hagan daño". Hombre, por supuesto que hay que evitar grandes daños. Pero también digo, a veces, cuando vemos que un niño se acerca a una zarza con pinchos, dejemos que se pinche. No le lancemos sobre la zarza, no es la idea, ¿vale? Pero si no hay ninguna contraindicación médica, el niño debe saber qué significa el dolor. Porque en la vida hay dolor también.

Y debe saber que cuando hay dolor, hay personas a su alrededor que le ayudarán, que puede confiar en los demás. Porque si no, nos encontramos con adolescentes que se hunden ante la frustración. Porque no han aprendido que hay momentos de dolor físico y mental, que el cerebro los procesa de la misma manera.

La era de las pantallas

- Vivimos en un contexto social muy acelerado, de inmediatez y multitarea. ¿Cómo está afectando esto a nuestro cerebro?
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Nos está haciendo más impulsivos. Tenemos menos capacidad de retrasar la gratificación. Si algo que estamos viendo no nos gusta, pasamos de inmediato a otra cosa. Si queremos comprar algo y no está en la tienda, lo pedimos online y nos llega mañana. Esto nos hace menos pacientes. Y, además, está haciendo que baje nuestra capacidad de atención.

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La atención consciente es un recurso muy limitado para el cerebro. Si tenemos que dividirla entre muchas cosas, se agota rápidamente. Con la tecnología digital podemos tener 20 páginas abiertas, pasando de unas a otras, con el móvil al lado por si alguien nos manda un WhatsApp. Eso hace que el cerebro se agote mucho. Al final, no sabemos ni dónde tenemos las cosas que estábamos buscando.

Y eso hace que nuestra capacidad de atención disminuya. Por ejemplo, hace unos años, cuando iba a dar una conferencia, me pedían que hiciera una pequeña grabación para promocionarla en redes sociales. Hace cinco años me decían: "Que sea máximo de un minuto y medio, que no pase de dos minutos". Este último año, me han dicho: "Que no pase de 45 segundos, porque después la gente deja de mirarlo".

- ¿Qué podemos hacer para contrarrestar estas consecuencias?
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La clave es ser conscientes de su uso y apagarlas cuando no nos hacen falta. Por ejemplo, esta conversación que estamos teniendo es gracias a la tecnología digital. Pero cuando termine mi jornada laboral, cierro el ordenador, dejo el móvil en un armario por si hay alguna urgencia, pero ya está. Ya estoy desconectado.

En el caso de los niños, no deberían usar tecnología digital de forma rutinaria hasta los cinco o seis años. Porque a veces nos preguntamos: "¿Y qué van a hacer?". Pues lo que se ha hecho toda la vida: dibujar, pintar, escuchar música, tocar un instrumento, hacer deporte, salir a jugar, aburrirse... Aburrirse es muy sano. No todo el rato, claro, pero un ratito cada día es muy sano. Charlar también es importante.

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Esto favorece una construcción plástica del cerebro. Eso no significa que en las aulas no pueda haber una pizarra digital. Sí que puede haberla y a veces es interesante. Pero cuando no se usa, hay que taparla físicamente con una manta, porque si está visible, los ojos van a ir hacia ella, esperando que pase algo interesante. Esa es una de las maneras de evitar el abuso de pantallas.

Aquí las artes tienen mucho que aportar. La experimentación científica también. En lugar de hacer una simulación por ordenador, podemos hacer experimentos científicos reales, que son fascinantes para los niños. Y lo mismo con la filosofía. Dediquemos ratos a pensar, a reflexionar, a analizar el entorno. Hay revistas de noticias adaptadas para niños. Usémoslas en el aula y en casa. En la adolescencia ya pueden empezar a usar la tecnología un poco más, pero sin olvidar que la vida se vive en sociedad, no a través de una pantalla.

- ¿Hay hábitos, además de dejar la pantalla, que puedan ayudarnos a recuperar esa capacidad de atención?
-Sí, hay uno muy importante que es ensimismarnos cada día un rato. Parece una tontería, pero no lo es. Es tener un rato en nuestra agenda sin nada programado. Sentarnos en el sofá sin un plan específico. Mirar por la ventana, dar un paseo, observar el mar, el monte o el jardín de delante de casa. Da igual. Eso reduce el estrés y mejora la salud mental. Cuando no hacemos nada, se activa una red neuronal llamada red neuronal por defecto. Es la red que permite conectar distintas zonas del cerebro de forma tranquila y suave. Fija conocimientos y es la base de la creatividad. Por eso, después de trabajar intensamente, es cuando nos vienen las mejores ideas.

- ¿Estamos perdiendo la capacidad de disfrutar y comprender el arte en la era digital?
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Lo de comprenderlo, no lo sé. Pero lo de disfrutar, sin duda. Porque las redes sociales nos dan la sensación de estar acompañados, pero el cerebro percibe que estamos solos. Y la soledad disminuye la calidad de vida, especialmente en adolescentes.

Danza, teatro y otras artes

- Entre las muchas artes de las que hablas en tu libro, destacas especialmente el teatro y la danza. ¿Qué nos ofrecen frente a otras artes que las hace tan especiales?
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Para empezar, el teatro te obliga a socializar. No es un arte que se haga en solitario, a menos que sea un monólogo. Y cuando vas a ver una obra de teatro, estás con otros espectadores, compartiendo la experiencia. La danza, además, implica movimiento. La música siempre actúa sobre el sistema emocional. Y moverse al ritmo de la música permite conocer mejor tu propio cuerpo.

Por eso, la danza en primaria debería ser obligatoria. No todo el día, claro. Pero debería haber momentos para ello. Ayuda a los niños a conocer sus posibilidades, su crecimiento, su agilidad.

- En tu libro también dices que la ciencia y la filosofía son artes. ¿Por qué esta afirmación, que puede levantar tanta polémica?
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Bueno, primero porque, si no eres provocador, no eres artista. El arte tiene que provocar. No solo generar bienestar y placer, sino ser motor de cambio. Si los artistas de Altamira no hubieran pintado esos bisontes, no habría habido una revolución en el arte prehistórico.

En segundo lugar, porque para nuestro cerebro, los mecanismos mentales de la ciencia y la filosofía son idénticos a los del arte. Requieren creatividad. Si la ciencia no fuera creativa, no habría nuevos descubrimientos. También implican abstracción. Y requieren flexibilidad cognitiva.

- Si ya de adultos empezamos a integrar más el arte en nuestra vida, ¿puede mejorar nuestra calidad de vida?
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Sí, porque nos da tiempo para nosotros. Nos han hecho creer que, si no aprovechamos cada minuto para algo productivo, estamos perdiendo el tiempo. Pero el arte genera dopamina, el neurotransmisor del bienestar. Y eso mejora el estado de ánimo y la salud mental.

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