“Hay quienes gastan la vida en organizar la vida”. ¿Sabes de quién es esta cita? Quizá pienses que se trate de algún gurú de la organización, de un maestro de la productividad, de un filósofo moderno que se enfrenta a un mundo que parece ir cada vez más rápido. La realidad te sorprenderá: lo dijo Séneca, hace más de dos mil años.

Aunque pensemos que esto de “no tener tiempo para nada” es un problema muy actual, tienes más de dos milenios de antigüedad. Desde que el ser humano inventó el concepto del tiempo, ha sido esclavo de este. Nunca tenemos suficiente.

Esta frase, que rescata Francesc Miralles, escritor y experto en desarrollo personal, para un artículo en Cuerpomente, representa uno de los grandes desafíos a los que nos enfrentamos, ahora y siempre. Hacer que el tiempo nos cunda, conseguir vivir una vida plena. Y el experto asegura que “la excelencia está en el hacer y no en el programar”.

El camino de la excelencia

Una de las ideas más extendidas en el mundo del coaching y el crecimiento personal es el enfrentamiento de dos conceptos que todos manejamos en nuestro día a día: la exigencia vs la excelencia. Y aunque suene muy moderno, lo cierto es que los antiguos griegos también reflexionaban sobre estos conceptos.

Decía Aristóteles que la excelencia consiste en generar un hábito, y no una acción. La exigencia, en el otro lado, no buscar hacer las cosas de la mejor forma posible, sino hacerlas perfectas. Esta diferencia hace que, mientras con la excelencia podamos alcanzar la plenitud, con la exigencia caigamos en la pasividad, el desgaste, el bloqueo, el estrés y la ansiedad.

Miralles rescata todas estas ideas para presentarnos su propia idea de la excelencia, que no tiene que ver únicamente con lo profesional, la productividad y los logros. “La vida cotidiana merece el mismo cariño”, asegura, y por eso nos propone una idea de excelencia más calmada, pausada y vívida.

Celebración en cada paso

Otra de las cosas que diferencia a la exigencia de la excelencia, como comparte Gabriel García del Oro, filósofo y experto en comunicación, con Cuerpomente, es la celebración. En la exigencia nunca nos celebramos, nunca nos sentimos satisfechos ni suficientes. En la excelencia, celebramos cada pequeño gesto.

Esto es, precisamente, lo que nos propone Miralles. “La excelencia cotidiana empieza honrando, por la mañana, el nuevo día”, nos asegura.“Celebra el aseo y cuidar del desayuno como si sirvieras a la realeza. Hacer las cosas bien y con tiempo suficiente”.

Según el experto, esto último es especialmente importante. Hacer bien las cosas parece sencillo, pero vivimos en una sociedad que sacrifica la calidad en pro de la cantidad en prácticamente todo. Pensamos que somos más felices por tener más dinero, por tener más posesiones, por tener más amigos, por irnos más veces de viaje. Y no nos damos cuenta de que, en realidad, la plenitud se encuentra en disfrutar de cada una de las cosas que hacemos, de hacerlas bien. Miralles lo resume a la perfección: “Acostarte al final del día con la sensación de que, también esta jornada, ha sido un buen capítulo del libro de la vida”.

¿Y de dónde saco el tiempo?

Aunque el camino de la excelencia es, sin duda, más esperanzador que el de la exigencia, puede que caigamos en esta dolorosa pregunta. ¿De dónde sacamos el tiempo? La clave para Miralles está, precisamente, en esta diatriba entre la calidad y la cantidad. “Cuantas menos cosas hagas, mejor hechas estarán”, propone el experto en crecimiento personal.

Precisamente por ello aboga por una vida en la que dejemos de lado las programaciones excesivas: “La excelencia cotidiana está en el hacer, y no en el programar”.

Esto no quiere decir, necesariamente, que debas tirar la agenda por la ventana. Hay ciertos eventos que requieren de una programación: reuniones de trabajo, actividades extraescolares, citas, etc. Está bien usar el tiempo y la organización para hacernos la vida más sencilla, pero no podemos malgastar nuestros preciados minutos en programar cada momento del día.

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“Hay muchas personas obsesionadas en gestionar el tiempo de forma productiva, lo cual solo las lleva a estresarse más”, explica Miralles. Y es cierto. Esto nos impide conectar con algo esencial: el presente. Mientras piensas en lo que harás alas 13:54 de la tarde, te estás perdiendo ese café mañanero, un rato con tus hijos antes de ir al colegio o la brisa de la mañana mientras esperas el autobús. Esos pequeños momentos, que se escapan mientras miras la agenda, son los que realmente pueden hacerte feliz.

Además, con la programación excesiva perdemos también la capacidad de improvisar, de ser creativos, de adaptarnos, de ser flexibles y sorprendernos. La neurociencia ha demostrado que la flexibilidad cognitiva es una de las habilidades claves para la salud mental y la felicidad. Y la capacidad de asombro, de sorpresa, aseguran psicólogos y filósofos, es otro de los grandes pilares de la felicidad. Quizá por eso los más pequeños de casa, que se enfrentan cada día a un mundo que está cargado de sorpresa, sean mucho más felices que nosotros.

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