En la sociedad moderna, tener muchas cosas que hacer es un símbolo de estatus, una señal de que estás haciendo bien las cosas, un motivo de orgullo. Sin embargo, tener la agenda abarrotada de eventos sociales, tareas pendientes y trabajo no solo no es positivo, sino que puede ser nocivo tanto para la salud mental como para la productividad.

Así lo explica Pláp Hữu, un monje budista zen, que recientemente se ha entrevistado con Dan Harris en su podcast, Ten Percent Happier. Según el mismo, tomarse un día de descanso a la semana, programado como tal, puede mejorar nuestra productividad y, sobre todo, puede ayudarnos a vivir más felices.

Un día libre a la semana

Puede que al leer el titular de este artículo te hayas preguntado, ¿cómo que un solo día libre a la semana? Por lo general, la jornada laboral cuenta con al menos dos días libres semanales. Pero lo cierto es que el hecho de no tener que trabajar no quiere decir que nos permitamos descansar.

Además de obligaciones laborales, tenemos que hacer malabares con compromisos sociales, responsabilidades familiares, tareas de la casa y otros tantos pendientes que se han acumulado a lo largo de la semana. Y aprovechamos los días de descanso (normalmente, el fin de semana) para ponernos al día con todas ellas.

Esto no es descansar de verdad. Durante estos días en los que corres de un lado a otro para cumplir con todo lo que tienes pendiente, no estás descansando, por más que no estés dedicando ocho horas a tu trabajo. Y es, precisamente, lo que desaconseja Pláp Hữu.

En su lugar, el monje budista recomienda reservar un día completo para que las horas fluyan de forma natural. Un día para no hacer nada, literalmente.

No hacer nada

En el citado podcast, Hữu nos explica lo importante que es dejar un día en blanco en la agenda. No programar nada y que el día se manifieste como debería ser. Estos momentos de no hacer nada nos dan la oportunidad de reflexionar. De mirar hacia el interior y preguntarnos si somos felices. Si lo que hacemos en la vida nos nutre. Si nuestro trabajo nos ofrece la alegría que necesitamos para poder ofrecer alegría a los demás.

Estas preguntas son claves, porque sin momentos de quietud en los que sentarnos y pensar, no podemos identificar aquello que necesitamos para sentirnos realizados. Para evaluar si somos felices, y que necesitamos para sentirnos plenos.

Es por eso por lo que Hữu va un paso más allá y nos pide que durante este día no solo no programemos nada, sino que no hagamos nada.

¿Cómo empezar a abrazar la quietud?

Si no estás acostumbrada, explica Hữu, lo recomendable es empezar con poco menos de 30 minutos a la semana para estar completamente presente en el momento. Durante este periodo, debes ser consciente de ti misma, de tus sentimientos y de la incomodidad que te va a producir no hacer nada. Cuando aparezca el impulso de ver una película, escuchar un podcast o rellenar ese silencio y esa quietud de alguna manera, debes resistir el impulso.

La quietud es esencial para aprender a ser felices. Es importante tener momentos en los que no estemos activos, porque cuando no hacemos nada podemos sentirnos, ver aquello que necesita ser visto y sentir aquello que necesita ser sentido.

El impacto de no hacer nada sobre la productividad

Además de permitirnos ser más conscientes de aquello que necesitamos para ser felices y de nuestras propias emociones, programar un día vacío en la agenda puede tener un efecto muy positivo sobre la productividad.

Como explica Hữu, los momentos de atención plena generan curiosidad y abren puertas a oportunidades que nos permiten pensar de forma diferente sobre lo que queremos en la vida.

Estos días vacíos pueden ayudarnos a reducir el estrés, recuperar energía mental y sentirnos renovadas. Al volver a las tareas pendientes y el trabajo tras este día de desconexión, sentirás que te cuesta menos concentrarte, que te cuesta menos tomar decisiones y que tu eficiencia a aumentado.

En gran medida, porque estás conectada con lo que te motiva emocional y mentalmente. Pero también porque has desintoxicado tu cuerpo de cortisol (la hormona de estrés) y de dopamina rápida (hormona de la recompensa). Esta última juega un papel fundamental en la motivación y la concentración, y suele estar alterada en nuestro organismo por la gran cantidad de opciones que tenemos para conseguirla de forma rápida y descontrolada: redes sociales, comida basura, videojuegos, series simplonas y otros tantos desencadenantes de dopamina similares.