Ya solo oír la palabra “siesta” a muchos nos hace suspirar con momentos de relax y felicidad. De un modo u otro esta práctica con la felicidad y el bienestar.  No es una palabra danesa, ni finlandesa, ni sueca. Es una palabra de origen latino. 

"Siesta" viene del latín sixta, la hora sexta del día, el mediodía de los romanos; es el reposo, acompañado o no del sueño, después o antes de la comida del mediodía.

No es casualidad que la siesta, tal como la entendemos aquí, se practique más en España y otros países de nuestra latitud que en países del norte. Y el motivo no es que en el sur seamos más vagos que en el norte, como quizá le haya pasado por la cabeza a más de uno. 

Es cierto que existe lo que se conoce como "siesta nórdica", pero no tiene mucho que ver con nuestra siesta. Consiste en dejar dormir a los bebés al aire libre al menos una vez al día para fortalecerlos, sea invierno o verano. Y los daneses tienen su nicksen, una filosofía que invita a holgazanear y aburrirse, aunque no se asocia a dormir después de comer.

Lo que explica que en nuestra latitud, durante el verano, niños y adultos tengan más por costumbre echar una cabezadita después de comer es que durante el día hay más horas de luz solar, y luego el cuerpo pide naturalmente una siesta con más frecuencia. De hecho, en invierno, cuando no se suele hacer la siesta, es también natural que se alargue más el sueño nocturno.

Por qué tu cuerpo te pide siesta en verano

La siesta forma parte de un ritmo natural del organismo. El cuerpo, después de un aumento del ritmo por la mañana, al final hace un pequeño parón para ajustar mejor la actividad diaria.

Es una sensación de sueño y relax que aparece de forma natural. Además, junto a los ritmos diarios de sueño cada 24 horas, relacionados con la luz solar, existe también un ritmo ultradiano: cada 90 minutos el cuerpo segrega más hormonas y neurotransmisores que inducen al sueño.

La necesidad de hacer la siesta se presenta como un ritmo biológico independiente de la comida, en el que aumenta la secreción de neurotransmisores que inducen el sueño. 

Y ante esa necesidad, y la natural sensación de sueño que nos sobreviene, tenemos dos opciones: respetarla o recurrir a estimulantes como el café para mantenernos despiertos, cosa que no recomiendo, ya que seguir este pequeño descanso hace que se tenga más vitalidad y, por lo general, que se necesiten menos horas de sueño por la noche.

La siesta no es de vagos, es un hábito de bienestar

En algunos ambientes la siesta está mal vista o se considera propia de vagos. Puede ser también incomprendida esta costumbre tan española por países de latitudes más altas. Sin embargo, es una costumbre sana y natural que, de hecho, practican muchos animales. Realizarla puede aumentar la calidad de vida, pues permite cumplir con agrado un ritmo natural y disfrutar de ello.

Respetar el instinto del sueño es respetar la salud y la supervivencia del individuo y de la especie. La naturaleza avisa cuando es necesario dormir o cuando es necesario estar despierto y sólo obedeciendo se la puede dominar; la luz artificial y los estímulos pueden ir en contra del sueño, pero también de nosotros mismos.

Redescubrir el placer de dormir es encontrar un camino hacia la armonía, aunque no vale hacerla de cualquier modo ni en cualquier momento.  Seguir algunas pautas a la hora de hacer la siesta es importante si queremos que realmente resulte regeneradora y nos aporte todos sus beneficios.

¿por qué deberías respetar la siesta? 

Si la siesta se hace bien, todo el organismo se beneficia de su práctica. Estos son algunos de sus efectos más destacados, por los que vale la pena hacerla:

  • El balance de la siesta es un balance positivo: Nos sentimos mejor que antes de hacerla.
  • Aportan una sensación de hiperconsciencia que aumenta la vitalidad.
  • El tiempo se dilata. Cada segundo es más rico en acontecimientos. 
  • Cuando dormimos la siesta nos sentimos más creativos y con mejor humor.
  • La siesta mejora la amabilidad y sociabilidad. Hay más armonía. 
  • También mejora la percepción sensorial y la memoria.
  • Las energías vitales circulan como mayor holgura.
  • Aumenta el rendimiento y mejora la coordinación psicomotora.

Entre profesionales como conductores de camiones, bomberos o médicos de urgencia, se ha demostrado que la práctica de la siesta les ayuda a permanecer despiertos y concentrados en situaciones difíciles. En niños y estudiantes puede contribuir a mejorar el rendimiento escolar.

Cuándo y cómo echarse una siesta tengas la nacionalidad que tengas

La siesta se puede realizar en cualquier lugar y posición. Lo más importante es disfrutar de ella y tener en cuenta algunos aspectos.

el momento oportuno y la duración óptima de la siesta

El sueño viene por oleadas, de forma periódica: el arte de la siesta consiste en saber “coger la ola” y seguirla, como en una tabla de surf.  Notamos que viene la ola porque disminuyen los reflejos, entra el sopor y hay que dejarse llevar por el instinto.

¿Y qué pasa si finalmente consigues coger la ola? ¿Hay que dormirla hasta el final para que la siesta sea realmente reparadora? La respuesta es no. La ola dura unos 90 minutos, pero para notar los beneficios de la siesta basta con 5, 10 o 20 minutos. 

El mediodía, después de comer, es cuando se producen las mejores oleadas de sueño.

Ocasiones especiales en las que también te viene bien

Se recomienda practicarla en momentos de confusión, ya que ayuda a aclarar las ideas, si se está cansado tras horas de conducción, y antes de una cita o un examen. 

Cómo despertarse de la siesta

Saber despertar también es importante. El hecho de despertar bien define por sí solo al movimiento del budismo: Buda es aquel que ha “despertado bien”.  Hay que despertarse de forma natural, sin despertadores, y pensar en lo fantástica que es la vida y el hecho de seguir vivo, respirar profundamente, estirarse, desperezarse, bostezar y luego ponerse de pie. 

Y si no te duermes...

El sueño ha sido considerado sagrado en muchas religiones y es un pilar de la espiritualidad. Muchas personas utilizan el tiempo de la siesta para practicar un poco de silencio en medio del día, un recogimiento para entrar en su interior e incluso para rezar, realizando un alto en el camino para tomar conciencia de sí mismos y de su misión en la vida. 

Sin duda, el tiempo invertido en una siesta nunca es un tiempo perdido, sino más bien un tiempo ganado.