Dicen que las palabras se las lleva el viento. Pero lo cierto es que hay palabras que son como dardos, que duelen y que no se olvidan con facilidad. Recientemente se ha popularizado en internet un texto anónimo que aborda este tema tan delicado con el que todos podemos identificarnos. “No te van a querer ni los perros”, con esta dolorosa frase comienza un relato que nos guía por medio de palabras dolorosas, de insultos velados, de momentos en los que lo que se dice trasciende los hechos y deja marca.
Pero ¿por qué hacen tanto daño las palabras? ¿Y cómo podemos liberarnos de su peso cuando ya han calado en nuestra autoestima? El psicólogo José Martín del Pliego, responsable del área de psicología del Centro Médico Los Tilos, ha resuelto alguna de estas dudas para Cuerpomente analizando el famoso texto que ya ha recorrido el mundo a través de Internet.
El texto que dejó a todos sin palabras
“La palabra se convierte en un símbolo”, nos explica del Pliego cuando le preguntamos sobre el efecto que pueden tener estas en nuestra vida, “y los símbolos se asocian a emociones”. Así, “lo que estamos diciendo puede generar una respuesta emocional en el otro. Esa es la clave: nuestras palabras pueden mover o inducir una respuesta emocional en la otra persona, que tenga que ver con su propia historia”.
El texto al que nos referimos en esta entrevista, y que ha dado la vuelta al mundo gracias a las redes sociales, es el siguiente:
“’No te van a querer ni los perros’, era la frase que ella siempre usaba para retar a sus hijos cuando se portaban mal. Primero, venía el pellizcón, y después, como de remate, esta frase punzante, aguda. Seguramente, dirá si le preguntan, que los educó con amor. Y en nombre del amor, dijo frases como estas.
‘¿Quién quiere otro pan con jamón?’, preguntó Carlos en el cumple de su hija. Ella estaba festejando sus 19 y él en la cocina. ‘¿Quién quiere otro pan con jamón?’, insistió. ‘Tú no, mi amor, que estás muy gorda’, fue la frase que disparó delante de todos sus amigos. Ella se puso roja de vergüenza, un nudo enorme le cerró la garganta y no comió más. Se levantó despacio y la soledad de su cuarto adolescente fue el mejor refugio hasta la madrugada del día siguiente. El padre murió preguntándose qué hizo mal esa noche.
‘Vamos, no seas mariquita’, le dijo su profesor de natación cuando él –que en ese momento tenía 6 años– pidió una toalla al salir de la pileta porque tenía frío. Y todos sus amigos empezaron a reírse. ‘Mariquita, mariquita’, le gritaron. Y el profesor, lejos de hacerlos callar, los alentó. Nunca más volvió a nadar. (Y nunca, en 34 años de vida, apoyó sus labios en los labios de una mujer.)
‘Eres un elefante dentro de la clase’, le dijo su profesora de dibujo el primer día en primer año de secundaria. Ella venía de una primaria impecable, donde dibujo era su materia preferida. Y era, para hacer honor a la verdad, una joven promesa. Ese año, desaprobó dibujo. Volvió a dibujar 28 años después, cuando –terapia mediante– descubrió cuánto la había inmovilizado esa frase.
La montaña de los 7 colores en el Cuzco, fue el lugar elegido para festejar sus 10 años de casados. Caminata por los cerros, todos los turistas en hilera. Ella iba delante; él, detrás. ‘Tu culo me tapa todo el sol’, fue la frase que eligió él para hacer un chiste. Y luego no entendió por qué esa noche ella se encerró en el baño a llorar.
Son frases que no te matan, pero te marcan para toda la vida. Frases de mierda. No importa cuántas horas de terapia le dediques a deshacerlas, ellas están ahí... rondando, para reaparecer sin previo aviso. Son frases que, cuando las cuentas parece que estás exagerando, que no pudieron ser así, que quizá las recuerdas mal... Entonces descubres la crudeza de esas palabras.
Lo bueno es que un día, porque ese día –créanme– finalmente llega, te sacas uno por uno todos los puñales que te clavaron en el cuerpo y en el alma, te haces un sana, sana, colita de rana y descubres que no fueron dichas con odio, que los responsables de escupirnos tamañas frases son seres que cargan, a su vez, con otras frases. Y entonces llega el perdón. Y perdonamos. Más adelante –bastante más adelante– viene la compasión. Es ahí cuando volvemos a sentirnos felices, con ganas de caminar por las montañas del Cuzco más allá del tamaño de nuestro culo, de nadar y gritar: ‘Tengo frío, tráeme una toalla’, de hacer una lista con toda la gente que te quiere. Porque no solamente te quieren los perros...
Tratemos de pensar antes de hablar... ya que las PALABRAS QUE DUELEN, tardan muchos años en salir del corazón del otro, o a veces no salen...”
Autor desconocido.
No te van a querer ni los perros
La primera frase del texto es, quizá, la más dura. “No te van a querer ni los perros”. Al respecto de esta frase, el experto nos explica: “Cuando nuestro personaje referencial básico –como es nuestra madre– nos dice “que nadie nos va querer”, para nosotros adquiere un significado muy potente porque se supone que esa persona que tiene que ser la que nos cuida, la que nos hace sentir seguros, siente que no valemos y, por tanto, es que “realmente” no valemos. Esas palabras se interiorizan con el significado de “no soy suficiente”, “no soy válido”, “no soy bastante”.
Deshacernos de este yugo puede ser cuestión de años de terapia, de años de sufrimiento. Por eso debemos medir las palabras que decimos antes de que salgan de nuestros labios.
Tú no, mi amor, que estás muy gorda
Podría haber dicho baja, fea, alta. Cualquier otro adjetivo, y probablemente esta frase habría sido igualmente dolorosa. Del Pliego nos explica que en este caso en particular hay dos cosas interesantes que debemos analizar. Por un lado, indica, tenemos “la dificultad que tiene este padre para generar respuesta empática con su hija, darse cuenta del significado de lo que le estaba diciendo”, dado que para él no había nada de malo en ello. Y por otro lado, “la respuesta de congelación que tiene ella, la hija, cuando se siente criticada en su aspecto físico delante de sus amigos”.
Esta respuesta de congelación nos explica, se “denomina respuesta vago dorsal”, y es habitual en situaciones de extrema vergüenza o dolor emocional. Ese impacto en la autoimagen que veíamos en el primer caso se ve reflejada en la reacción de la joven en el texto, cuya “única forma de refugiarse ante esa situación es desconectar del grupo, irse a su cuarto para generar calma y conseguir el aislamiento como forma de recuperación”.
Vamos, no seas mariquita
Esta tercera frase nos lleva un paso más allá, porque, como leemos en el texto, lleva al protagonista a percibir sus capacidades de forma alterada. “Nosotros necesitamos a los demás en nuestra relación”, nos explica el psicólogo, “necesitamos sentirnos equilibrados”. En este caso, cuando el “profesor, que es figura de autoridad, deja en ridículo al chico y le insiste en que está teniendo un comportamiento de ‘mariquita’ y los demás se ríen, el chaval pierde conexión con su grupo”.
El estrés agudo que produce esta situación lo lleva “a no querer acercarse más al agua porque para él, todo lo que condiciona esa situación se ha vuelto algo aversivo: no siente que quiera acercarse a nada que tenga que ver con esa circunstancia vivida ya que le conecta con la emoción negativa de esa experiencia traumática para él”.
Eres un elefante dentro de la clase
Seguimos avanzando un poco más en la crueldad, en el efecto que tienen las palabras sobre nuestra autoestima, para enfrentarnos a una situación en la que incluso nos desconectamos de nuestras pasiones. El psicólogo José Martín del Pliego nos explica que “en este caso, estas palabras lo que conllevan es a una respuesta de alto nivel de activación emocional porque está ocurriendo en un entorno donde hay más chicos de su misma clase y, por tanto, se siente observada y criticada”.
De esa forma, “esa actividad, que antes estaba asociada a algo positivo, se convierte en aversiva porque la asocia con el nivel de activación que le ha generado esas palabras, que son muy breves pero muy potentes, y calan directamente en la mente inconsciente. Tan potente ha sido que esa persona rechaza aquello que antes era positivo porque, ahora, esa situación está tintada con una emoción de alto nivel de intensidad. ¿Consecuencia? Mi sistema, como protección, ya no me permite acercarme a esa actividad que tanto me gustaba”.
Tu culo me tapa todo el sol
La siguiente frase del texto nos recuerda a otras de las anteriores, relacionada con el físico, pero esta vez en un contexto diferente. ¿Cómo nos afectan las palabras cuando vienen de aquella persona a la que hemos elegido como compañero de vida? Del Pliego explica que el contexto puede ser especialmente doloroso, dado que el “chiste” viene de parte de la pareja, “con la que se genera confianza y se espera un espacio seguro”, a lo que se suma un entorno social que potencia la reacción.
“Siempre que existe un entorno social, donde me hacen sentir mal, la emoción negativa se va a ver incrementada”, nos explica. “Más allá de la pareja, en este caso, me atrevo a aportar que, si esta chica no hubiera vivido alguna experiencia previa de crítica a su cuerpo con anterioridad, la emoción que hubiera aparecido sería la ira o el enfado”. Y es que las palabras que más duelen son aquellas que impactan en nuestra historia personal.
¿Podemos deshacernos de alguna manera de las palabras que tanto nos duelen?
Está claro que las palabras duelen, y lo hacen de muchas maneras distintas. Sin embargo, es posible gestionarlas. Como nos explica Del Pliego, “en realidad no se trata tanto de trabajar con las palabras sino con la emoción que me causa esa palabra, con lo que yo siento en mi cuerpo que me está causando. Porque, insisto, esa palabra que me afecta nos está hablando de una historia. Lo que se desproporciona y me influye en el presente, tiene que ver con algo que está conectando con mi pasado”.
Es decir, que cuando las palabras duelen, es porque arrastran hasta nuestro presente emociones de nuestro pasado, que no hemos gestionado o trabajado.
En este sentido, el perdón juega un papel importante, algo que también queda reflejado en el texto. Sin embargo, el psicólogo nos explica que “cuando hacemos daño con las palabras es importante el reconocimiento, que tiene ver con decir: ‘Tienes razón’, ‘Me he equivocado’, ‘No debí haber dicho esto’”. Este podría ser el primer paso hacia esa sanación, y es que el experto asegura que “el reconocimiento es una necesidad humana”.
Además de este reconocimiento, debemos reconciliarnos con aquella parte de nuestra historia que remueven. Y por supuesto, para evitar encontrarnos al otro lado de esta historia, procuremos evitar “la gracia tonta” y medir bien nuestras palabras. Porque como en otros tantos casos, con las palabras es mejor prevenir, que curar.
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