Al mundo le da igual que no hagas nada.
Que te quedes mirando un punto en la pared.
Los ríos seguirán corriendo y seguirán los ciervos bebiendo de él.
No le hacemos falta al mundo.
No tenemos que ser productivos.
No es una obligación hacer.
No es más válido llenar tu tiempo que simplemente dejar que pase.
Pero nos hacen creer que no.
Que «somos» aquello que «producimos».
Que si dejamos de hacer.
Dejamos de existir.
En este vídeo puedes escuchar el podcast completo con la maravillosa voz de Roy Galán.
Pero no dejamos de existir por no viajar.
A veces no nos gusta viajar y la gente piensa que no nos gusta la vida.
Porque parece que la vida ha de ser frenética.
Que para que la existencia sea plena ha de estar saturada de estímulos.
¿En qué estás ahora?
Siempre la misma pregunta.
Pues, aquí, que ya es mucho, ¿no?
Y si encima no tienes trabajo y no lo encuentras.
El problema no es que no puedas comer.
El problema es que estás «parado».
No se puede estar quieto.
Porque la quietud, el silencio, es una pregunta al resto de personas que no paran de moverse.
Una pregunta que no mucha gente estaría dispuesta a responderse honestamente.
Tal vez no es tan importante lo que hacemos.
Tal vez soy más que aquello que hago.
Tal vez no hay nada que demostrar.
Pero ahí estamos haciendo lo que se debe hacer.
Sin mucha convicción.
Pero con la tranquilidad de que los demás nos puedan definir.
Delimitar.
Con el piloto autómatico puesto.
Haciendo y haciendo y luego deshaciendo porque, claro, no era lo que deseábamos en realidad.
A veces para saber quiénes somos.
O intuirlo, al menos.
Tenemos que detenernos.
Ver el paisaje que hemos construido desde lejos.
Dejar de llenarnos de cosas y empezar a vaciar.
Hasta llegar al fondo en el que, oh, cielos, no hay nada.
Desde esa nada es desde la que se puede ordenar de nuevo.
Tomándonos menos en serio, priorizando lo que de verdad importa.
Solo desde ahí, desde el profundo no hacer.
Podremos conectar de verdad con los demás.
Cuando una puerta se cierra... surge una oportunidad
A veces lo peor que nos pasa es lo mejor que nos puede pasar.
Aquella enfermedad, el despido, la ruptura o la mudanza obligada.
A veces tener "mala" suerte supone "buena" suerte.
Porque los acontecimientos son solo eso: cosas que nos suceden.
Lo verdaderamente importante es lo que nosotros y nosotras hacemos con lo que nos sucede.
No podemos saber qué pasará después.
Por mucho que vivamos aterrorizados con el futuro.
Este no existe.
Puede que una enfermedad te lleve a valorar más lo que tienes a tu alrededor y gracias a ella empieces a vivir con más conciencia.
Puede que te despidan y entonces decidas que es momento de volver a pintar y acabes viviendo de eso.
Puede que una relación se acabe y solo porque estás soltero o soltera hagas un viaje que te cambie todo lo que conocías.
Puede que te tengas que mudar y encuentres a un grupo de amigos que nunca imaginaste.
La desgracia es un estado de ánimo.
Una forma de estar en el mundo que hace que alimentemos el malestar.
Que seamos incapaces de ser resilientes.
Que nos impide sentir y valorar cada cosa por su justa medida.
Da igual si tenemos o no responsabilidad en eso que nos pasó.
No podemos cambiar la historia.
Lo único que podemos hacer es seguir.
Continuar.
Encontrar la manera de que aquello no nos maldiga.
Que no haga que desaprovechemos.
Todo el tiempo que nos queda.
De vida.