Si te gustan los espárragos tanto como a mí, ya sabes que se acerca ese momento del año en los que los encontramos en las verdulerías en abundancia y con mucho sabor. Y es que, aunque podemos comprarlos todo el año gracias a las conservas, no hay nada como disfrutar de unos espárragos frescos ahora que comienza abril.

Este vegetal, de la familia de las liláceas (como el ajo y la cebolla) tiene una versatilidad impresionante en la cocina, aunque personalmente como más me gustan es de la forma tradicional: cocidos. Por eso este truco que he descubierto y que usan siempre las abuelas navarras me ha encantado. Es muy sencillo de aplicar y te aseguro que el resultado es sublime. Además, una vez que tengas tus espárragos cocidos, puedes utilizar el agua de cocción para regar tus plantas, pues el agua de cocer espárragos es un estupendo fertilizante. ¿Te animas a probarlo?

El truco definitivo para conservar bien los espárragos

Los espárragos me parecen de los mejores vegetales que tenemos en España. Además de ser naturalmente bajos en calorías y tener un sabor impresionante, son ricos en fibra, ácido fólico, vitamina K, vitamina C y antioxidantes. Y prepararlos es tan sencillo como cocerlos y servirlos como prefieras.

Pero para que queden bien de verdad, las que conocen mejor su ciencia son las abuelas de Navarra. Según ellas, lo importante es lavarlos en cuanto lleguen a casa, aunque ya vengan limpios de la tierra. Después, los escurrimos bien y, ojito porque aquí viene el primer truco, si no los vas a cocinar inmediatamente, empapa un trapo, escúrrelo y envuelve los espárragos antes de meterlos en el frigorífico.

Esto va a hacer que no pierdan su humedad y se conserven mejor, para que mantengan todo su sabor y textura.

Empezamos a prepararlos

Cuando ya los vayas a cocer, vamos con los siguientes truquillos. El primer paso es quitarles la parte dura del tallo y pelarlos.

Para la primera tarea lo habitual es cortar con el cuchillo unos 3 o 4 cm por encima de la parte inferior del espárrago, y aquí está el truco del almendruco. Usando los dedos para apretar un poquito notarás la parte en la que cede el espárrago un poco. Si doblas justo ahí, verás que se parte solo y eliminas toda la parte más leñosa.

 Después tenemos que pelarlos, porque la piel del espárrago es fibrosa, así que hay que limpiarla bien. Puedes hacerlo con un pelaverduras, o con un cuchillo con la punta bien afilada. Las expertas (esas abuelas con años de experiencia en la tarea) recomiendan empezar por la parte baja de la yema y seguir hacia abajo, poniendo especial atención a la tarea para que no se nos quede ninguna parte sin limpiar. De lo contrario, al cocer, esta parte quedará dura y no tendremos el resultado que buscamos.

El truco para cocer bien los espárragos

Con todos los ingredientes listos, es hora de ponernos manos a la obra. Y aquí lo que las abuelas navarras recomiendan es lo siguiente. A la hora de preparar la olla con agua y sal (media cucharadita de esta última por cada litro de la primera) es añadir también un poquito de azúcar para rebajar el amargor natural del espárrago. La medida que recomiendan es una puntita de cuchara por cada litro de agua.

El otro truco que recomiendan es, a la hora de meter los espárragos, hacerlo con estos de pie en una olla que sea alta y estrecha. ¿Por qué? Pues porque las yemas son más tiernas que el tronco, y al hacerlo así podemos conseguir que la cocción quede más uniforme. Puedes atar el manojo y colocarlo de pie en la olla, dejando las yemas fuera del agua. Con el vapor de la cocción, terminarán de cocinarse. Por lo general, con entre 10 y 15 minutos de cocción tendrás suficiente. Por supuesto, no metemos los espárragos en la olla hasta que el agua no esté hirviendo.

Si quieres ponerte especialmente sibarita, puedes apagar el fuego a los diez minutos, darle la vuelta al manojo, y acabar la cocción con otros cinco minutos con el calor que ha quedado en el agua.

En cualquier caso, deberás tener mucho cuidado con los tiempos para que no se te pasen de cocción. Y aquí no hay truco que valga. Solo la práctica puede hacer al maestro, así que toca probar hasta conseguir el resultado perfecto: tiernos, pero no excesivamente blandos.

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