En 1944, Aldous Huxley tomaba un verso de Shakespeare para titular su novela "El tiempo" debe detenerse. Cuenta la historia de un joven poeta que pasa sus vacaciones en Florencia junto a su tío hedonista.

La mayor parte de nuestra jornada sentimos que el tiempo es un tren de alta velocidad que nos arrastra a través de distintas urgencias. Cada una es una breve estación de ese expreso, que inmediatamente se pone en marcha de nuevo y nos catapulta hasta el siguiente destino.

¿Cómo detener el tiempo en medio de las prisas?

El filántropo británico Charles Buxton observaba: "nunca encontrarás tiempo para nada. Debes crearlo". Con ello se refería a que, si nos dejamos llevar por esa máquina frenética de encadenar obligaciones, el viaje no termina nunca. Hay que bajarse del "tren bala" cotidiano para crear ese respiro.

Detener el tiempo es dejar de lado, por un instante, todo lo que "habría que hacer" para refrescarnos en un oasis de calma. Puede ser la lectura de esta página, dar un paseo bajo el cielo nublado o, simplemente, permitirnos unas cuantas respiraciones delante de una ventana, apreciando una vida que no es lenta ni rápida; somos nosotros quienes le imprimimos el ritmo. Darnos cuenta de ello nos da alivio y nos permite recuperar el control de nuestra existencia. Es tiempo de parar. Es tiempo de vivir.

Solemos relacionar de forma errónea a la gente altamente ocupada con el éxito. Nada más lejos de la realidad. No hay mayor riqueza que el privilegio de permitirnos parar siempre que lo necesitemos. Como afirmaba Benjamin Franklin: "Quien puede tomar un descanso es más poderoso que quien puede tomar una ciudad."

Qué hacer cuando no haces nada

En un sentido amplio de la palabra, darse una pausa no es dejar de hacer cosas para mirar el techo. Hay una forma activa de detener el tren de las prisas, y es hacer una sola cosa a la vez con la actitud cariñosa y atenta de un meditador. El monje vietnamita Thích Nhất Hạnh lo explicaba con este bello ejemplo:

"Solo cuando no lo estoy haciendo, se me ocurre pensar que lavar los platos es desagradable. Es más, cuando estoy de pie ante la pila, arremangado y con las manos sumergidas en el agua tibia, incluso me resulta placentero.  Disfruto tomándome el tiempo necesario para cada plato y siendo plenamente consciente del plato, del agua y de cada movimiento de mis manos. Ya sé que, si lo hiciera deprisa para ser el primero en tomar el postre, lavar los platos sería un fastidio y no uno de los placeres de la vida. Sería una pena porque cada minuto, cada segundo de la vida es un milagro. ¡Los mismos platos y el mero hecho de que yo esté aquí lavándolos son milagros! Si soy incapaz de lavar los platos placenteramente, si lo único que quiero es terminar rápidamente para ir a tomar el postre seré igualmente incapaz de disfrutar de este. Con el tenedor en la mano, estaré pensando qué es lo próximo que debo hacer y me perderé la textura y el sabor del postre, así como el placer de estar tomándomelo (…) Confieso que tardo mucho en lavar los platos, pero vivo plenamente cada momento en que lo hago, y soy feliz. Lavar los platos es un medio y un fin a la vez, es decir, no solo lavo los platos para que estén limpios, sino que también los lavo por lavarlos, para vivir plenamente cada momento en que lo estoy haciendo."

Esta es otra manera de detener el tiempo. Dejar de lado todas las urgencias e obligaciones para entregarnos a una única cosa, como si fuera lo más importante del mundo. Y de hecho lo es.
Volviendo a la cita con la que abríamos este artículo, en una versión más completa dice: "La vida es el bufón del tiempo. Y el tiempo, que controla el mundo, debe detenerse".

Al parar el tiempo, lavando un plato como si contuviera el universo entero, respiramos un instante de eternidad.