El hacer manda en nuestra vida, ¿nos hemos convertido en máquinas que solo buscan la productividad? Nos valoramos y valoramos a los demás por lo que son capaces de hacer, de producir, pero eso nos lleva a la insatisfacción profunda, a que nuestra salud mental se vaya deteriorando.
Ese es el punto de partida del psicólogo sanitario Jesús Vega, Yo tampoco puedo con todo, un libro que, además de tratar el burnout, nos adentra en todo lo que hay detrás de esa exigencia: las relaciones tóxicas, los apegos insanos que hemos mantenido a lo largo de nuestra vida, nuestra relación con nosotros mismos, y en definitiva, una serie de hábitos en los que no reparamos, pero que nos pueden ayudar a entender por qué sufrimos y por qué nos comportamos de una determinada manera.
Tu libro surge a raíz de tu propio burnout (quemarse en el trabajo). ¿Qué ocurrió y cuáles fueron los primeros síntomas que te hicieron saltar las alarmas?
Lo que ocurrió fue que yo, desde la adolescencia y en la etapa universitaria, había sido una persona excesivamente responsable, perfeccionista y autoexigente a nivel académico, debido a diferentes experiencias complicadas de la infancia que hicieron que centrara toda mi energía en dicho ámbito. Esto hizo que basara mi autoestima casi por completo en el mundo académico, lo cual, en la adultez, se extendió al ámbito profesional y laboral.
Todo ello provocó que no pusiera límites en el trabajo y que dijera que sí a funciones que no me correspondían y a una carga de trabajo excesiva. Debido a ello, aparecieron síntomas como la dificultad para desconectar del trabajo en mi vida personal, el cansancio y el agotamiento emocional, la irritabilidad, los problemas de memoria y de concentración, etc. Como no presté la atención que requerían a dichos síntomas psicológicos, estos comenzaron a expresarse en forma de somatizaciones, es decir, dolor de cabeza, eccemas en la piel, llagas, sangrado de encías...
Para no llegar al punto que yo llegué, es fundamental parar y escuchar a nuestras emociones y a nuestro cuerpo.
Nos hemos convertido en adictos al trabajo y es muy difícil salir de la rueda de la productividad y del hacer. Propones el autocuidado, pero para llegar a esa fase hay que transitar algunas más. ¿Qué podemos hacer cuando estamos en ese momento en el que sabemos que tenemos un problema con el trabajo?
Es fundamental establecer límites sanos en el entorno laboral. Soy consciente de que poner dichos límites puede ser complicado debido a la gran precariedad laboral en la que vivimos. No obstante, sí podemos debemos hacerlo con el fin de salvaguardar nuestra salud emocional.
Es esencial transmitir que necesitamos poder descansar y desconectar de nuestro trabajo, por lo que no atenderemos ni las llamadas ni los mensajes electrónicos en nuestro tiempo de ocio. No somos máquinas de producir, somos personas. El autocuidado y el descanso no son un capricho, son una necesidad humana.
Para explicar cómo nos relacionamos en el trabajo, con nuestras familias, parejas y con nosotros mismos, tú te centras en el apego. ¿Por qué es tan importante conocer qué tipo de apego tuvimos?
Saber nuestro tipo de apego nos puede ayudar a conocernos mejor, ya que todo lo que nos sucedió en la infancia y en la adolescencia en la relación con nuestros padres o cuidadores principales ,y en la relación con nuestros iguales, influye de manera significativa en la forma en la que nos relacionamos en la edad adulta.
Estas relaciones tempranas juegan un papel esencial en la construcción de nuestra autoestima, en cómo nos cuidamos en la adultez, en cómo nos relacionamos con nuestras emociones, en lo que esperamos de nuestros vínculos con los demás (por ejemplo, en la relación con nuestra pareja en el caso de que la haya), en nuestra tendencia a permanecer en un vínculo incluso cuando no nos sentimos bien en él y nos hace daño, etc.
Hacer consciente lo inconsciente, conocer nuestro tipo de apego, nos puede ayudar a entender determinados patrones de comportamiento disfuncionales que tenemos, y poner en marcha una serie de cambios conductuales para mejorar nuestra calidad de vida y nuestra salud mental. Conocer nuestra historia y de dónde venimos, en muchas ocasiones, puede ser muy sanador.
¿Qué estilos de apegos hay y cómo nos influyen?
Existen cuatro tipos de apego: ansioso, evitativo, desorganizado y seguro, de los cuales el único saludable es el apego seguro. Por tanto, los apegos que nos pueden llevar a mayores problemas en la relación con nosotros mismos y con los demás son los otros tres.
El apego ansioso, por ejemplo, puede llevar a relaciones basadas en una dependencia emocional insana, a relaciones muy tóxicas, donde se tiene mucho miedo al abandono y se prefiere estar mal acompañada que sola. Esto puede tener su origen en la infancia y en la adolescencia, por ejemplo, si hemos convivido con unos padres que tenían una relación muy tormentosa o nuestras primeras relaciones sentimentales de la adolescencia se caracterizaron por la posesión, el control, los celos patológicos...
Esto hace más probable que, en la edad adulta, de forma inconsciente, nos aferremos a lo familiar y conocido, eligiendo a parejas que nos llenen de cortisol (la hormona del estrés), de sufrimiento y que nos mantengan hipervigilantes y en alerta, ya que es a lo que estamos acostumbrados.
¿Y en el apego evitativo?
En el apego evitativo, el sujeto es excesivamente autosuficiente y le cuesta expresar y hablar de sus emociones con las personas cercanas. Son personas que han tenido experiencias traumáticas en sus relaciones del pasado (padres ausentes emocionalmente, acoso escolar, etc.), lo que les ha hecho crear un muro protector delante de ellos para que nadie pueda acceder a su mundo emocional.
El hecho de tragarse sus emociones puede llevarles a problemas como las somatizaciones, ya que el malestar psicológico que no se expresa se manifiesta a través del cuerpo.
Antes has mencionado la dependencia emocional. ¿Cómo afecta a nuestras relaciones?
Hablo de ello en mi libro Yo Tampoco Puedo Con Todo. La dependencia emocional insana consiste en un patrón psicológico caracterizado por una necesidad extrema de cariño y afecto, y un miedo desmedido a la soledad. El mundo del amor y de las relaciones de pareja es el eje central de la vida de la persona con esta dependencia, la cual experimenta sus relaciones de una forma excesivamente intensa y siente que lo único que realmente es esencial en su vida es la pareja, no teniendo sentido la misma sin otra persona a su lado.
Las personas con dependencia emocional se caracterizan por establecer relaciones de pareja muy desequilibradas, en las que dan mucho más de lo que reciben, por priorizar de manera desmedida su relación, hasta tal punto de dejar de lado el resto de facetas de su vida.
No es lo mismo desear a alguien que necesitarlo...
Efectivamente. Es fundamental aprender a distinguir entre deseo afectivo y necesidad afectiva. Desde el deseo afectivo, la relación con una pareja se forma desde la preferencia y la apetencia, con la intención de mejorar nuestra calidad de vida. Se forma un vínculo sano con una persona que nos corresponde, nos respeta y nos valora; mientras que desde la necesidad afectiva, nos arrastramos buscando el cariño al precio que sea desde la desesperación y la urgencia, suplicando migajas de atención y afecto.
Desde el deseo afectivo somos selectivos, mientras que desde la necesidad afectiva nos conformamos con cualquiera para no estar solos. Lo saludable es formar una relación desde el deseo y la preferencia, y no desde la necesidad imperiosa.
¿Qué pasa cuando una pareja combina los dos estilos de apego más comunes (evitativo y ansioso)? ¿Se puede llegar a un consenso?
Se produce lo que yo denomino una “relación mareo”, intermitente o de ida y vuelta, la cual se caracteriza por que en la relación hay periodos de ruptura y de reconciliaciones constantes, lo cual engancha mucho.
En este tipo de relaciones, puede que la persona (normalmente con un apego ansioso) decida cortar la relación con el otro (normalmente con un apego evitativo) porque no recibe la suficiente atención y cariño por su parte. Cuando esto ocurre, el apego evitativo puede mostrarse arrepentido y mostrar una intención de cambio de su conducta, por lo que el apego ansioso y dependiente (por miedo a quedarse solo) lo perdona.
El cambio de conducta de la persona con apego evitativo puede durar unas semanas o incluso días, pero luego vuelve a mostrar su comportamiento frío y distante particular, por lo que de nuevo la persona con apego ansioso se siente abandonada y puede volver otra vez a plantear la ruptura con el tiempo; y así de forma indefinida, la historia interminable. Evidentemente, si las personas involucradas en una relación de este tipo toman conciencia de este círculo vicioso disfuncional y se involucran y trabajan en una misma dirección por el bien común de la pareja, pueden romper dicha dinámica.
Cambiando de tema, en tu libro también hablas del Trastorno de Ansiedad Generalizada y de cómo preocuparnos por todo nos daña la salud. ¿Por qué nos preocupamos tanto?
Vivimos en la sociedad de la preocupación, la cual nos lanza constantemente una enorme cantidad de mensajes y de información que nos incita a que nos preocupemos por absolutamente todo. Ante toda esta avalancha de información es normal que nos preocupemos por nuestra salud, por nuestra economía y nuestro trabajo, por nuestra alimentación, y por todo y más. En definitiva, vivimos en una sociedad que nos predispone a enfermar.
¿Cómo podemos salir del estado de alarma permanente?
Para salir de esta dinámica de la sociedad de la preocupación, es fundamental aprender a vivir en el momento presente, ponernos en contacto con el aquí y ahora. El presente es todo lo que tenemos.
El problema está en que vivimos en una sociedad que le resta protagonismo al momento presente y nos obliga a pensar continuamente en el futuro con mensajes del tipo “ten ahorros por si vienen tiempos peores” o “estudia una carrera para tener un trabajo estable en el futuro”. Constantemente nos sentimos forzados a sacrificar nuestro presente por el futuro. Funcionamos como máquinas que no paran de hacer cosas en beneficio de su futuro sin conectar con el momento presente. En definitiva, es hora de tener espacios de aprender a fluir con el presente, de sumergirnos en un paseo por un parque verde de nuestra ciudad o de nuestro pueblo, en un libro que nos guste o en un baño relajante.