El cuerpo es sabio. Cuando tenemos sed, se nos seca la boca. Cuando tenemos sueño, bostezamos. Cuando nos sentimos tristes, lloramos. Y así, nuestro organismo parece encontrar sus propias formas de comunicarnos lo que necesitamos. Pero muchas de estas señales pueden quedar adormecidas con el paso de los años, cuando las reglas sociales se imponen y pasamos de la dulce infancia a la edad adulto.
Durante nuestros primeros años de vida, nos movemos con menos restricciones y limitaciones que cuando somos adultos. Si queremos saltar, saltamos. Si nos queremos tirar al suelo, nos tiramos. Y muchos de estos movimientos aparentemente caóticos, esconden en realidad un por qué más importante. Así lo asegura Juan Gabriel Rodríguez Aristegui, autor de Hablando con mi cuerpo, comunicador social formado en psiconeuroinmunología con la Dra. Marianela Castés y experto en TIC (técnicas de integración cerebral).
Giros con balanceo
El primer movimiento es, probablemente, el que más veces has repetido en tu infancia. Es muy habitual ver a los más pequeños haciéndolo mientras esperan, o tras momentos de juego intenso. El movimiento consiste en dejar los brazos sin fuerza, colgando a ambos lados del cuerpo, y balancearlos al girar la cadera de un lado a otro.
Como nos explica el experto, este movimiento se asocia con un mecanismo natural del cuerpo para liberar tensiones acumuladas. Los giros podrían activar el sistema vestibular, responsable del equilibrio y la percepción del movimiento, algo fundamental en los primeros años de vida, cuando los niños están desarrollando aún su coordinación motora.
Aunque como adulto también puedes sacarle utilidad. Incorporar este movimiento en tu rutina diaria puede ayudarte a liberar tensiones después de largas horas frente al ordenador o en situaciones de estrés. Es especialmente útil como ejercicio para conectar cuerpo y mente. Basta con que gires lentamente durante uno o dos minutos, dejando los brazos libres, mientras respiras profundamente.
Saltos con los brazos sueltos
Otro movimiento que, muy probablemente, has repetido sin saber por qué en tu infancia es el siguiente. Dejando los brazos sueltos, das pequeños saltos. Como no estás haciendo tensión con las extremidades, las manos suben y bajan con la fuerza del salto.
En este caso, los saltos pueden ayudar a liberar endorfinas, las llamadas “hormonas de la felicidad”, mientras estimulan el flujo sanguíneo en nuestro cuerpo. Los niños la usan de forma instintiva para gestionar la frustración o el exceso de energía, algo que perdemos cuando, en la adultez, adoptamos una vida más sedentaria.
Eso no quiere decir que no puedas recuperar esta buena costumbre. A partir de ahora, cuando sientas una oleada de ansiedad o que estás bloqueada emocionalmente, prueba a dar pequeños saltos durante unos minutos. Este movimiento puede ayudarte a descargar emociones negativas y a sentirte más ligera y centrada. Es ideal como pausa activa durante la jornada laboral.
Palmas alrededor del cuerpo
Aunque puede ser menos común que los anteriores, son muchos los niños que realizan movimientos similares al que describimos a continuación. Sin despegar los pies del suelo, dejas que tus manos recorran todo tu cuerpo dando pequeños golpecitos sobre la piel. Para hacerlo más agradable, puedes usar, en lugar de las palmas de tus manos, las yemas de tus dedos.
Este movimiento, en parte y de forma intuitiva en la infancia, imita el concepto del tapping, una técnica de liberación emocional basada en la estimulación de los puntos energéticos. Los niños lo hacen de forma instintiva para tomar conciencia de su propio cuerpo y aliviar tensiones musculares.
De adulto, este movimiento puede ayudarte para soltar el estrés físico acumulado. Puedes hacerlo por la mañana para activar tu energía o antes de dormir para liberar tensión muscular. Usa las yemas de los dedos o las palmas, y concéntrate en tu respiración mientras lo haces.
Apretar y soltar los músculos
Como parte de la investigación natural que hacen los niños de su propio cuerpo, no es extraño descubrirlos contrayendo y soltando sus músculos, ya sea de pie, sentados o en cualquier extraña situación.
De hecho, este movimiento lo conocemos en el campo de la psicología como relajación progresiva de Jacobson, una técnica terapéutica basada en tensar y relajar los músculos para reducir la ansiedad. Puedes usarlo para liberar tensiones físicas y emocionales. Practícalos tensando un grupo muscular durante cinco segundos, para luego soltar lentamente. Hazlo en momentos de estrés, como antes de una reunión importante, o cuando notes rigidez en el cuerpo.
Acariciar y alejar
El siguiente movimiento es algo más peculiar, pero también puede verse durante la infancia. Según Rodríguez, es muy eficaz para eliminar la energía negativa. Consiste en usar tus manos para acariciar tu piel como si intentases quitarte algo de encima.
Este gesto, que durante la infancia los niños usan de forma instintiva para regular su sistema nervioso autónomo, está relacionado con la búsqueda del alivio táctil. Conecta, también, con ciertas prácticas de meditación, en la que se simboliza la liberación de cargas emocionales a través del cuerpo.
Este movimiento es especialmente útil si intentas implementar una rutina de mindfulness. Puedes usarlo al final del día para soltar el estrés acumulado. Solo tienes que imaginarte eliminando las tensiones desde la cabeza hasta los pies, acompañando el movimiento con afirmaciones positivas, como “dejo ir todo lo que ya no me sirve”.
Abrir los brazos mirando al cielo
El movimiento es sencillo: te abrazas con fuerza, y luego abres los brazos alzando también la cabeza, como si miraras al cielo. Este gesto de una forma instintiva nos ayuda a expresar emociones positivas, como el amor y la conexión. Además, abre la caja torácica, facilitando la respiración profunda y la liberación emocional. Es un movimiento que los niños realizan para exteriorizar alegría o necesidad de contacto.
En la vida adulta, puedes usarlo como ejercicio de autoafirmación. Al abrazarte, estás conectando contigo misma, y al abrirte, invitas al mundo a formar parte de tu experiencia. Practícalo frente al espejo para aumentar tu confianza en ti misma y recordarte lo valiosa que eres.