La ilusión nos permite proyectarnos de la apatía a la motivación, de la desesperanza al optimismo gracias a la energía y foco que nos procura para encontrar prados más verdes. Recuperar la ilusión es posible. Podemos hacer frente a la atmósfera de negatividad que nos rodea, a nuestra propia carga de sufrimiento que pueda acompañarnos; tenemos la capacidad de ver la luz en la oscuridad.

La ilusión nos impulsa a dar el primer paso porque nos regala un horizonte, como sugiere el británico Charlie Mackesy en uno de sus cuentos.

Abrirse a la magia de las posibilidades

Con todo, las ilusiones tienen dos lados, como sugieren las dos acepciones de la palabra. Por un lado, viene de la voz latina illusio, que significa «engaño». Sin embargo, el origen del término es el verbo illudere, que hace referencia a «jugar».

Si nos quedamos con ese segundo significado, al ilusionarnos jugamos con una posibilidad que no contemplábamos hasta ahora. Esta entrada del diccionario apunta a la esperanza o expectativa favorable depositada en una persona o en una cosa.

Pongamos un ejemplo sencillo. Una persona ha renunciado al amor, bien sea porque su pareja ha fallecido o porque las malas experiencias le han llevado a clausurar su corazón. Sin embargo, un encuentro fortuito con alguien encantador enciende una pequeña llama en su interior. Algo esencial ha cambiado dentro de la persona. Ahora ve una posibilidad, un camino hacia un lugar al que no había previsto regresar. Esta persona ha recuperado la ilusión, la magia de las posibilidades.

Recordar que te hace mueve y alimentar la ilusión

En las sesiones de logoterapia que Viktor Frankl realizaba en su casa, los pacientes que acudían estaban claramente desilusionados. Tras los horrores vividos en la Segunda Guerra Mundial, muchas personas habían perdido la fe en la humanidad. ¿Qué esperanza se puede tener en un mundo de guerra y holocausto?

Para darle la vuelta a esa visión negativa, Frankl provocaba a sus pacientes con la pregunta: «¿Y usted por qué no se suicida?». Esto hacía que la persona redirigiera el foco hacia la parte amable de la existencia, aunque solo fuera una posibilidad de futuro.

Entre las respuestas que recibía el psiquiatra austríaco estaba la de quienes tenían la ilusión de rehacer su vida de algún modo, enamorarse de nuevo, o ver cómo sus hijos alcanzaban el éxito en la vida. Frankl tomaba buena nota de esto y recomendaba a la persona que hiciera de esa ilusión una luz para su día a día.

Cada vez que se encontrara apática o incluso desolada, debía recordar ese propósito por el que merece la pena vivir. Se trata de un ejercicio poderoso que todos podemos hacer.

Aprender a ver la luz en el pozo

En un mundo donde se da protagonismo a las malas noticias, nuestra capacidad de ilusionarnos depende de que seamos capaces de mirar hacia el reducto donde vive la luz. Tal vez quien mejor lo ha narrado sea Haruki Murakami en su Crónica del pájaro que da cuerda al mundo.

En esta extensa novela se cuenta un episodio de la guerra de Manchuria en el que un oficial japonés es capturado y arrojado al fondo de un pozo, donde se resigna a morir de frío y sed en la oscuridad. Dentro de su agonía, sin embargo, una vez al día sucede algo maravilloso: cuando el sol se halla exactamente sobre el pozo, la luz penetra hasta el fondo por un breve lapso de tiempo, como una explosión de brillante esperanza.

El soldado es rescatado contra todo pronóstico, pero el resto de su vida recordará la luz en el pozo con melancolía. Aunque rehace su vida y conoce la felicidad, no le resulta comparable a los escasos minutos de sol en aquel agujero de desesperación.

Esta historia bella y terrible al mismo tiempo nos enseña que la felicidad es un juego de contrastes. Una vida en la que todo fuera fácil nos haría caer en el aburrimiento y la apatía. Justamente porque la existencia es difícil, la perspectiva de ser feliz marca el inicio de la dicha.

Por eso es tan importante cultivar la ilusión, porque nos eleva más allá de la oscuridad que estemos viviendo. Como decía el filósofo francés Blaise Pascal: «El ser humano tiene ilusiones como el pájaro alas. Eso es lo que lo sostiene».

El poder del ejercicio de ilusionismo

Ilusionista es una palabra con ecos del pasado, pero fue recuperada hace unos años por Derek DelGaudio, que en su espectáculo de Nueva York proponía una singular experiencia. Recogida en el documental En sí mismo, el público que entra en el teatro elige entre cientos de tarjetas pegadas en la pared con el lema YO SOY, debajo del cual hay etiquetas como «soñador», «iconoclasta» o «líder», y la guarda en su bolsillo.

Tras una función donde DelGaudio mezcla biografía, historias de terror y algunos juegos de manos, el truco final consiste en que el mentalista recorre el público adivinando la tarjeta que cada persona ha elegido.

El sentido del espectáculo es que no hay mayor ilusión que la identidad que decidimos asumir como propia. Si cargas con la etiqueta que te han dado otros, los límites de tu vida te vienen impuestos por terceros.

Por eso mismo, el mayor ejercicio de ilusionismo, sostiene DelGaudio, es decidir quién quieres ser a partir de ahora. No existe magia más poderosa que esa.

Volver a creer en la vida

Más allá de la identidad que asumamos, recuperar la fe en la vida puede ser difícil cuando se han vivido muchas adversidades. A resultas de ello, una persona puede llegar a pensar que ha perdido la capacidad de ilusionarse.

Si no se produce un encuentro transformador o tiene lugar un acontecimiento que nos aporte una nueva mirada sobre nuestra realidad, esa alquimia tendrá que obrarse desde dentro de uno mismo.

Prender de nuevo la llama de la ilusión

Algunas iniciativas que pueden ayudarnos a que la llama de la ilusión vuelva a prender:

  • Recordar las cosas que te ilusionaban de niño y revivir alguna de esas aficiones para reconectar con tu yo más puro y entusiasta.
  • Romper con la rutina introduciendo cambios, por pequeños que sean, en tus hábitos cotidianos más habituales.
  • Acercarte a personas de polaridad positiva para contagiarte de su energía y también de sus ganas de vivir.
  • Buscar siempre el momento de luz en el pozo y celebrarlo.

Para acabar, recordar que la palabra que ha inspirado este artículo a veces es tomada de forma irónica o negativa por personas que se regodean en la oscuridad, y puede que nos digan cosas como: «Eres un iluso». Da una buena réplica a eso el coronel de una novela de García Márquez, a quien le dicen: «La ilusión no se come», a lo que él responde: «No se come, pero alimenta

Dosis de ilusión cotidiana

Recuerda y practica estas claves para mantener más viva la ilusión que nutre tu día a día.

  • Visualizar la meta: Una estrategia que siguen los atletas para motivarse es visualizar toda la carrera hasta verse en la meta. Proyectar en la mente un objetivo como si estuviera cumplido ayuda a realizarlo, a hacerlo posible.
  • Ilusiones compartidas: «Las ilusiones solo hacen daño cuando uno es el único que cree en ellas y no puede crear un entorno donde reciban algún tipo de apoyo», asegura el filósofo Alain de Botton. Una ilusión compartida empieza a ser una realidad.
  • La antesala de la felicidad: «Lo mejor de la vida son las ilusiones de la vida», escribía el novelista francés Honoré de Balzac. En ese mismo sentido se pronunciaba Eduard Punset al decir que «la felicidad está en la antesala de la felicidad».
  • Una cuenta atrás: «Cada vez que una posible conquista le decía que no», aumentaba su felicidad, sostenía un célebre seductor que había calculado que el sí llegaba una de cada siete veces, por lo que se decía: «Ya falta una menos».
  • El placer de preparar: La elaboración de un plato puede ser más placentera que degustarlo. Del mismo modo, la excitación de un viaje empieza ya al proyectarlo. Preparar el futuro es una forma de ilusionarnos.
  • Ingredientes de la felicidad: En la vida, más importante que la verdad es «la ilusión, la imaginación, el deseo y la esperanza», declaraba el escritor Ernesto Sábato. Estos serían los ingredientes de la felicidad cotidiana.