No sabría decir exactamente cuándo empezó mi curiosidad por los cristales de yoga. Tal vez fue después de una clase especialmente caótica, una en esos días en los que tienes la mente en todas partes menos en la esterilla. O quizá fue al ver a una compañera que colocaba, con una delicadeza casi ceremonial, un pequeño cristal junto a su esterilla antes de comenzar la clase de yoga.

No soy una persona especialmente mística, pero sí curiosa por naturaleza. Por eso, después de leer sobre ellos, me decidía a probarlos. Elegí una piedra pequeña, una amatista en tono violeta suave. La llevé a clase sin grandes expectativas. La sostuve unos segundos al principio, cerré los ojos y me propuse no hacer nada más que respirar. No sé si fue la amatista o el gesto en sí, pero por primera vez en mucho tiempo no me pasé media clase peleando con la mente, pensando en lo que me esperaba al terminar. Estaba ahí. En cuerpo, en mente y en respiración. Centrada únicamente en lo que hacía.

¿Qué son los cristales de yoga y por qué se usan?

Los cristales de yoga, como descubrí en esta aventura personal, no son más que piedras naturales cargadas de simbolismo y, según muchas tradiciones, de energía. Se han usado desde hace siglos con fines terapéuticos, espirituales y emocionales. Cada uno tiene una composición química, un color y una vibración distinta, según dicen los expertos, que defienden que usarlas durante la práctica del yoga influye en nuestro estado mental y físico.

No hace falta tener conocimientos de mineralogía ni ser una experta en chakras para beneficiarte de ellos. Al final, usar cristales en yoga es más una cuestión de intención y conexión que de magia. Para mí, son una especie de recordatorio físico. Una forma de anclarme al propósito con el que llego a clase.

 

Elige tu intención, elige tu cristal

Aunque son todos preciosos, no todos los cristales hacen lo mismo. Algunos te ayudan a despertar cierta energía y motivación, otros calman la mente, y los hay que potencian la concentración. Cada uno tiene su fin, y tienes que elegir el que mejor creas que le viene a tu mente.

Para concentrarte mejor

amatista
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Si necesitas centrarte mejor en la práctica y calmar la mente, tienes dos opciones. La primera es la amatista, que es la que yo elegí y por eso es mi favorita. La puedes usar tanto en las clases de yoga como en meditación. Su energía nos invita a la introspección, la calma y la conexión espiritual.

También tienes el cuarzo transparente, al que llaman “Maestro Sanador”, que limpia, equilibra y potencia la claridad mental. Es como un reinicio energético.

Para activar el cuerpo

cornalina
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Otra alternativa es que te cueste motivarte, ir a las clases y mantenerte ahí con energía. Si es así, puede ayudarte mucho la cornalina. Es un cristal ideal para clases más dinámicas en las que necesites un chute de motivación. Es una piedra anaranjada que estimula la creatividad y la vitalidad.

También puedes usar el citrino, que se asocia a la alegría, la abundancia y la confianza, y aporta calor y empuje, como si fuera un sol en miniatura. O el jaspe rojo, que te conecta con la tierra y el cuerpo. Esta última, según me han contado otras compañeras, es perfecta para sentir estabilidad, fuerza física y enraizamiento. Estoy pensando en que sea mi próxima adquisición.

Para relajar y soltar tensiones

la selenita
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Si entras a las clases de yoga con mucho estrés, y te cuesta soltar esa tensión, te recomiendo un ágata azul. Esta piedra transmite serenidad, por lo que es ideal para esos días en los que sientes que todo va demasiado rápido.

Aunque otras opciones interesantes pueden ser la selenita, que con su color blanco traslúcido limpia la energía y aporta una paz muy profunda, o el cuarzo rosa, que es la piedra del amor. Y sí, también lo es del amor propio. Esta última suaviza emociones, invita a la compasión y relaja el sistema nervioso.

¿Cómo usar las piedras de yoga?

Hay muchas formas de usar las piedras de yoga, pero aquí te explico lo que mejor me ha funcionado a nivel personal. Son ideas muy sencillas que puedes adaptar según tu situación particular.

  • Antes de comenzar, sostengo el cristal entre las manos unos segundos y me pregunto, ¿qué necesito hoy? Energía, enfoque, calma… Lo que surja en mi mente.
  • Lo coloco cerca de la esterilla, donde pueda verlo. Me sirve como ancla visual para regresar al presente cuando mi mente se distrae.
  • En la meditación final, si estoy tumbada en savasana, a veces me coloco el cristal sobre el pecho o en la frente. Es una forma de cerrar la práctica con intención.
  • Fuera del yoga, también he empezado a usar mis cristales. A veces llevo uno en el bolsillo cuando tengo un d��a difícil, para recordarme lo que de verdad importa.

¿Funciona de verdad o es efecto placebo?

Desde que he empezado a usar los cristales, yo misma me he hecho esta pregunta varias veces. También la he escuchado en compañeras e incluso en redes sociales. Pero he llegado a la conclusión de que, en realidad, la respuesta no importa tanto. ¿Funciona porque el cristal emite una vibración energética específica que influye en mi campo energético? ¿O tal vez funciona porque me recuerda parar, respirar y conectar conmigo misma?

Creo que la respuesta da igual, porque lo verdaderamente transformador no es lo que ocurre fuera, sino lo que ocurre dentro cuando te permites parar y sentir. Los cristales, en este sentido, son aliados silenciosos. Pequeños testigos de nuestra intención.

Hay estudios que sugieren que el efecto placebo puede tener beneficios reales, porque lo que creemos y sentimos modifica la forma en que nuestro cuerpo y nuestra mente responde. Así que, incluso si lo que sentimos al usar cristales es en parte nuestra propia sugestión, ¿acaso no es eso también valioso? Lo bonito de los cristales que, en realidad, no exigen nada. No te piden creer ciegamente, ni seguir un protocolo estricto. Solo están ahí, disponibles. Y a veces, con eso basta.

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