¿Por qué sentimos que nos falta tiempo? Es como si el tiempo se encogiera, sentimos que siempre necesitamos un poco más para lograr cumplir con nuestros ideales de trabajo y ocio. Y eso que todo (coche, electrodomésticos, ordenadores...) está preparado para ganar tiempo...
Ante esta situación hay dos tipos de soluciones. Una sería ordenar mejor la agenda. La otra, que a fin de cuentas nos parece más válida, es cambiar nuestra actitud hacia lo temporal.
Cómo mejorar tu relación con el tiempo
Lo primero que hay que tener presente a la hora de mejorar nuestra relación el tiempo es, valga la redundancia, el presente.
Vivir el presente con más intensidad es el primer paso para ser más conscientes de nuestra vida. También es importante cultivar una relación respetuosa con el tiempo, pues no se trata de algo que haya que exprimir (como en el caso del apresurado) o que haya que matar (como solemos decir cuando nos aburrimos).
Pero es cierto que Tempus fugit, el tiempo huye. Esta lacónica frase, que suele inscribirse en los relojes de sol, expresa la evanescencia de lo temporal. Y es que el tiempo es el mayor de los misterios: queremos entenderlo y se hace incomprensible: soñaríamos con detener su curso, pero cualquier intento es siempre en vano.
Por eso, una vivencia equilibrada del tiempo debe basarse en ser más conscientes del presente, pero también en revivir el pasado de forma positiva y desear un futuro venturoso en general, sin pretender concretarlo en exceso pues no depende sólo de nosotros. También es posible vivir momentos de plenitud, casi como fuera del tiempo.
Examinemos esas cuatro posibilidades una a una.
1. Vivir el presente
Vivir el ahora sin pensar en otras cosas ajenas al momento presente es agradable, realista y eficaz.
Esto sucede de manera espontánea cuando hacemos algo que nos gusta. Aunque si ese agrado es una pasión demasiado fuerte, a menudo se vive con la angustia de querer repetir la experiencia cuanto antes.
También se puede cultivar la atención al presente, se haga lo que se haga. Hay que estar relajados y olvidarse de todo lo ajeno a ese presente. Los pensamientos que sin duda acudirán a la mente deben resbalarnos y no hay que violentarse al quererlos alejar. Podemos concentrarnos, como ejercicio, en un objeto concreto, apreciando sus detalles, o quizá intentar descifrar el lenguaje de un olor, sonido o color.
2. Aceptar que el futuro está abierto
Ilusionarnos por las cosas, hacer planes, es una necesidad humana. Para orientar nuestras vidas debemos escoger caminos y querer llegar a algún lugar. El problema sería estar siempre construyendo castillos en el aire, o no apreciar las cosas de cada día, imaginando siempre aquello que vendrá.
A esto se añade la posibilidad de que los planes no se cumplan (hay siempre muchos factores en juego, además de nuestros deseos), lo que provoca frustración y mayor dificultad para disfrutar del presente.
Una solución es hacer planes variados y no excesivamente concretos (por si falla alguno) y también pensar que si algo no se cumple siempre hay que verle el lado positivo (aprender del error, posibilidad de nuevas cosas...).
3. Tratar de recordar lo bueno
Permanecer anclado en el pasado impide vivir plenamente el presente. Pero negar el pasado sería otro error, pues la memoria es decisiva en nuestra personalidad.
Es importante guardar buenos recuerdos, porque con el paso de los años adquieren mayor importancia. Los buenos recuerdos son los que acuden a la memoria cuando evocamos las experiencias agradables de la vida. Pero a menudo están jerarquizados según valores preestablecidos.
No nos importe incorporar recuerdos aparentemente insignificantes (una comida, alguien amable que conocimos viajando...). Incluso hay en los recuerdos no tan agradables detalles positivos (el error del que aprendimos, la persona con la que terminamos mal pero con la que pasamos buenos momentos, etc).
4. CUltivar las experiencias que te conectan con la eternidad
Aunque estemos inmersos en él, todos hemos tenido experiencias en las que el tiempo parece detenerse o dilatarse. Las circunstancias son a menudo imprevisibles: contemplar el fuego, el vuelo de un pájaro, escuchar cierta música...
Hay experiencias especiales que llevan con mayor facilidad a cierta atemporalidad, como puede ser el caso del orgasmo, algunos sueños o quizá el momento de la muerte (cuando pasa la vida entera en un instante).
También es posible que quienes siguen un camino espiritual (meditación, oración, acción desinteresada) tengan en un momento dado vivencias de alguna manera fuera del tiempo normal. Pues la parte más espiritual de nuestro ser no es ajena a ciertos destellos de eternidad.
Hay tiempo para todo (con la actitud correcta)
Está claro, por tanto, que hay que vivir esencialmente el presente, el tiempo por antonomasia, pero también que hay que hacerlo sin olvidar pasado y futuro: si es verdad que recogemos lo que sembramos, ¿cómo no va a ser importante lo que hicimos ayer? Y ¿cómo no va a serlo también la idea que tengamos de nuestro posible futuro a la hora de actuar con el presente?
Podría decirse, pues, que conviene estar atentos, sobre todo, al fluir de los momentos presentes, pero meditando a veces en lo que fue o lo que tal vez será. Igualmente, cada época de la vida tiene sus propias satisfacciones y es bueno no perdérselas.
En realidad, el pasado y el futuro nos acompañan siempre, pues desde un punto de vista superior los tres tiempos (presente, pasado y futuro) serían simultáneos. El niño que fuimos sigue de alguna manera vivo en nosotros, dispuesto a devolvernos su mirada inocente y entusiasta en cuanto le dejemos. También ese futuro a donde queremos dirigirnos está de algún modo ahora presente. Es difícil saber, por ejemplo, si alguien decidió un día ser músico porque sus padres le regalaron casualmente una guitarra, o se dedicó a ella porque ya sabía que más adelante sería músico.
Si la vida es comparable a un viaje, sería bueno pensar: "estoy contento de ir hacia ese lugar que me aguarda, pero tanto los paisajes que atravieso como las personas que encuentro, forman igualmente parte de ese destino". Así, la imagen del tiempo se amplía y enriquece, en lugar de vivirse como mera limitación.