En la consulta con Ramón Soler es un podcast de Mentesana.es dedicado a la psicología. Escúchalo y compártelo.
Desde nuestra concepción, el vínculo con nuestra madre supone la relación más significativa que mantenemos, por años, con otro ser humano. La calidad de este nexo, no sólo resulta fundamental para el desarrollo de nuestra personalidad, sino que también, constituye el modelo a seguir para el tipo de relación que, más adelante, estableceremos con otras personas
Cómo recuperar la paz tras una infancia dolorosa
A pesar de haber sufrido relaciones tóxicas con nuestra madre, (hipercontrol, abandono emocional, malos tratos, abusos, etc.), siempre podemos trabajar para recuperar el control de nuestra vida.
Estos 6 pasos pueden ayudar a recuperar la calma interior si la unión materna durante la infancia fue deficiente y sus carencias derivadas aún nos perjudican.
1. Ahora, tú también eres adulta.
Ha pasado el tiempo y la niña que tu madre continúa viendo como su hija pequeña, ha crecido. Ha llegado el momento de que tomes tus propias decisiones, tienes todo el derecho a vivir tu propia vida. No lo dudes, te mereces tener relaciones horizontales, libres de sometimientos y juegos de poder.
2. Tú marcas los límites.
Las más de las veces, los cambios que deseamos que se produzcan en los demás nunca llegan. Tal vez, tu madre siga repitiendo sus mismos esquemas y pretendiendo que tú actúes igual que antaño, sin embargo, ahora Tú puedes marcar unos límites de respeto en vuestra relación y decidir hasta dónde permites que se inmiscuyan en tu vida.
3. Comprender no significa permitir
Puedes llegar a comprender los motivos por los que tu madre, en el pasado, se comportó como lo hizo, pero esto no es excusa para que siga actuando igual. No resulta saludable ocultar el daño que recibiste.
4. Y si tú eres madre
Si tienes tus propios hijos, entonces sientes una doble motivación para liberarte del pasado y recuperar tu equilibrio emocional. Por un lado, notas un interés legítimo en sanar, pero además, piensa que toda la carga que sueltes, será lastre que le estás evitando a tus hijos.
5. Piensa en ti
Si te has pasado tu vida pendiente de los deseos o las expectativas de los demás, ha llegado el momento de pensar en ti misma. No es egoísmo, es salud emocional. Recuerda que si tú no estás bien, no podrás amar incondicionalmente a tus seres queridos.
6. Haz cosas que te apetezcan
Escucha a tu cuerpo y siente qué es lo que te pide. Puedes empezar por cosas sencillas como caminar por la playa, escuchar tu música favorita o desarrollar una afición olvidada. Poco a poco, irás sintiendo cada vez más clara esa voz interior que te dice lo que es bueno para ti.
La fuerza del vínculo madre-hija
Algunas madres construyen con sus hijos sólidos lazos de conexión y respeto. Libres de condicionamientos y sintiéndose acompañados en sus necesidades, estos niños crecen felices y seguros de sí mismos. En otras familias, el autoritarismo, los chantajes y coacciones, dañan el vínculo de la madre con sus hijos, quienes acaban arrastrando, de por vida, un cúmulo de inseguridades y baja autoestima.
Me viene a la memoria el caso de Marta, una de las experiencias de abandono emocional más extremas que he tenido en consulta. Tal fue el desamparo vivido en su niñez que un año repitió curso en el colegio y su madre sólo se enteró cuando, pasados varios meses, uno de los hermanos se dio cuenta y se lo dijo.
Frente a estas madres ausentes, podemos encontrarnos el caso opuesto, el de madres excesivamente controladoras, como la de Fátima, maestra de profesión, que se pasó la adolescencia de su hija revisando su diario íntimo y corrigiéndole con bolígrafo rojo las faltas que encontraba.
Ambas experiencias son devastadoras para la personalidad y, tanto Marta como Fátima, cuando vinieron a consulta, presentaban un sentimiento de inferioridad y una baja autoestima que les afectaba profundamente en sus relaciones personales y en su capacidad para afrontar las situaciones cotidianas de su vida.
Por supuesto, las madres de ambas, también son víctimas y arrastran tras de sí su carga de abandono, miedos e inseguridades. Pero, estas duras circunstancias, no minimizan el impacto de las carencias y de las represiones que han sufrido sus propios hijas.
Todo niño, al nacer, espera sentirse acogido y amado incondicionalmente por su madre (también por su padre). Cuando esto no sucede, el niño siente tristeza, desamparo, frustración y rabia sin poder expresarlas. Para sobrevivir, la criatura termina por amoldarse a las condiciones impuestas por su familia. Las consecuencias de esta ruptura con su verdadero yo las arrastrarán de por vida.
Para sanar en profundidad, tenemos que sacar a la luz las emociones que fueron acalladas en el pasado, conectar con nuestra verdadera esencia y aseguraremos de que nunca más nos repriman. Sólo de esta forma, siendo auténticos y honestos con nosotros mismos, podremos forjar relaciones sanas con los demás.
Por supuesto, este cambio personal influirá en la relación actual con nuestra propia madre. Abandonaremos la sumisión y la dependencia, y podremos marcar nuestros propios límites, dejando claro cómo queremos actuar y lo que vamos o no vamos a tolerar.
La evolución de la relación con nuestra madre también dependerá de cómo acepte ella todos estos cambios. Si se apega a los esquemas insanos del pasado, pero nosotros ya no se lo permitimos, resulta inevitable que se produzca un distanciamiento.
Pero si la madre asume, como una persona madura, los errores cometidos en el pasado y muestra una verdadera actitud de cambio, sí es posible mantener una relación sana y adulta, ya no desde la indiferencia o la represión, sino desde la comprensión mutua y el diálogo.
Nuestro yo más auténtico, esa parte interna nuestra que sabe como somos realmente y lo que necesitamos para ser felices, nunca desaparece y con el acompañamiento adecuado, siempre podemos liberarnos de todo el lastre acumulado tras años de abusos y reconectar con nuestro verdadero yo.
Este cambio de 180 grados en nuestra vida, también repercute en nuestra relación con los demás y en la de ellos con nosotros. A veces, las diferencias son casi insalvables y se impone la distancia para poder sanar de forma adecuada.
En otras ocasiones, tras contemplar la transformación sufrida por sus hijos, son las propias madres las que acuden a terapia para trabajar sus asuntos personales. En estos casos, el vínculo afectivo con su hija o hijo, va sanando a medida que cada una de las partes madura.
Independientemente de cuál sea la reacción de nuestra madre, lo importante es haber realizado el trabajo de comprensión y sanación que menciono más arriba. Tras este proceso, podremos recuperar el control sobre nuestra vida, tomaremos, sin sentirnos presionados, nuestras propias decisiones y restableceremos nuestra autoestima y nuestra calma interior.