¿Has visto la última serie de Netflix que lo ha revolucionado todo? No hay nadie que no haya oído hablar de ella, y es que Adolescencia no deja a nadie indiferente. Le bastan cuatro capítulos (todos ellos rodados en un solo plano secuencia) para dejarnos la piel de gallina. Y es que su temática no es insustancial: sigue los pormenores de un caso de asesinato perpetrado por un adolescente de 13 años.
Ha dado mucho de qué hablar, y son incontables los profesionales que han dado un paso al frente para dar su opinión sobre la serie. Una de ellas ha sido Claudia Messing, que comentaba para el medio argentino Clarín cuáles son, en sus más de treinta años de experiencia con adolescentes, las habilidades emocionales indispensables que jóvenes y adultos deberían desarrollar para evitar tragedias como las que vemos en la serie.
Empatía
“Una de las habilidades más importantes y urgentes que los jóvenes tienen que desarrollar para afrontar los grandes desafíos actuales”, escribe la psicóloga, autora de libros como Cómo se sienten y piensan los niños hoy, “es el desarrollo de la inteligencia emocional y, en particular, el desarrollo de su conexión emocional”.
La psicóloga apunta que esta conexión es lo que nos permite conectar con la “brújula interior”, esa voz interior que todos debemos tener para prevenir peligros, estafas y engaños. Una especie de intuición, tantas veces infravalorada.
La intuición es, al fin y al cabo, un proceso cognitivo rápido y automático que ocurre fuera de la conciencia, como explica el psicólogo Daniel Kahneman en su libro Pensar rápido, pensar despacio. Este sistema mental que es rápido, intuitivo, automático y emocional bebe de nuestras experiencias y reacciones emocionales para indicarnos cuando algo es bueno y cuando algo no lo parece
Precisamente por eso, explica Messing, tenemos que “aprender a reconocer y confiar en nuestras emociones, porque son la respuesta que trae nuestro sistema inconsciente, que es muchísimo más vasto y sofisticado que el sistema lógico consciente”.
Pensamiento crítico
Si algo nos deja claro la serie Adolescencia es que no podemos olvidar que vivimos en un mundo digital. Así lo explica Messing, que nos recuerda que en la era de la hiperconectividad “los estímulos, los modelos, las influencias, bombardean nuestros sentidos y afectan nuestras emociones”. A esto debemos sumarle que los más jóvenes, los adolescentes, “aún no tienen totalmente desarrollada la capacidad de control de sus impulsos”, lo que los hace más vulnerables a esta “búsqueda de recompensas inmediatas” en las que todos nos sumimos cuando abrimos las redes sociales.
Esto hace que sea más importante que nunca trabajar en el pensamiento crítico, tanto en casa como en las aulas. Y esto pasa por, explica la psicóloga, aprender a jerarquizar. Es decir, aprender a “saber qué es lo importante y lo secundario”, dado que este ejercicio nos ayuda a tomar decisiones y actuar de forma correcta.
“Esta capacidad se desarrolla cuando hemos podido incorporar en la familia la primera gran diferencia que es la diferencia grande-chico”, explica Messing, que ha formulado la teoría de la simetría de niño con el adulto. Esta dice que, en la actualidad, muchos niños y adolescentes no se perciben a sí mismos como diferentes o subordinados frente a los adultos, y en especial frente a sus padres. Eso dificulta la crianza en muchos aspectos, haciendo que los más jóvenes crezcan con menos tolerancia a la frustración, incapacidad para aceptar límites o problemas para resolver conflictos, entre otros.
Afrontar esta simetría podría ser, por tanto, otro de los puntos clave para conseguir adolescencias más positivas y sanas, junto con el desarrollo del pensamiento crítico.
Pedir ayuda
“Pedir ayuda nos da la posibilidad de crecer, aceptar nuestras limitaciones o trabas momentáneas”, explica Messing haciendo referencia a la tercera lección que nos deja esta serie. Y es que, asegura, “esta es una dificultad para muchos jóvenes, porque parten de la fantasía que existe de la completud, la perfección, que lo esperable es saber y poder hacer todo solos y a su manera. Que los límites y las limitaciones no existen -o no deberían existir- y que lo deseable es ser totalmente autosuficiente”.
No es de extrañar que sea así, porque vivimos en una sociedad en la que impera el sentido de la autosuficiencia y la hiperexigencia, en el que pedir ayuda es sinónimo de humillación.
Por suerte, es algo que podemos corregir desde casa predicando con el ejemplo. Pedir ayuda y demostrar que o hay nada de malo en ello, puede ser el primer paso para enseñar a los adolescentes que pueden pedir ayuda cuando la necesiten.
Tolerar la frustración
Otro gran problema de la sociedad actual es que postergar la satisfacción está pasado de moda. Si te aburres, coges el móvil y listo. Si tienes hambre, en 20 minutos puedes tener comida a domicilio. Todo es rápido e inmediato. La incomodidad no está permitida.
Sin embargo, explica la experta, “la capacidad de tolerar la frustración y la posibilidad de postergación de la satisfacción inmediata para alcanzar logros a mediano y largo plazo son habilidades indispensables para la vida”.
Como posible solución, Messing nos propone “recuperar nuestra capacidad de ser mediadores para que las maravillas de la tecnología sean sus mejores aliados, pero no sus únicos maestros”. Y podemos hacerlo trabajando desde que son pequeños, aprendiendo a “llegarles al corazón con firmeza y mucha conexión emocional para entender lo que les sucede, para interpretar la frustración y ponerle palabras”. O lo que es lo mismo, no ceder a los berrinches ni convertirlos en un campo de batalla, sino acompañarlos por el mal trago de la frustración con firmeza, pero con comprensión.
Aprender a comunicar
Aprender a comunicarnos es esencial para que podamos hacer entender a lo demás lo que necesitamos o queremos. “Este es uno de los grandes aportes de las redes sociales”, destaca Messing, “ampliar nuestra capacidad de transmitir, compartir y conectar con tantas personas como nunca ha ocurrido en la historia”.
El problema es que, pese a los avances tecnológicos, a los adolescentes (y a muchos adultos) les sigue costando comunicarse, porque, como afirma la psicóloga, “para poder comunicarnos eficazmente tenemos que renunciar a la adivinación, esa especia de simbiosis de los primeros momentos de vida donde se busca por sobre todas las cosas ser adivinado, porque no se recurre todavía al poder de la palabra”.
Es normal que, durante la infancia, los más pequeños esperen que sus padres sepan todo lo que necesitan. Pero con el paso de los años, debemos “acompañar a nuestros hijos a renunciar a la adivinación”, con el objetivo de que nuestros hijos puedan “aprender a expresar lo que sienten y piensan, de forma respetuosa y no imperativa”.
Responsabilidad y proactividad
Otro recurso fundamental que destaca la psicóloga para Clarín es “el desarrollo de una posición activa, que se pone en evidencia cuando en lugar de esperar que el mundo externo traiga la solución a los problemas, el joven decida afrontar los desafíos y buscar las respuestas: ejecutar y concretar”.
Esta capacidad, por supuesto, va de la mano de la capacidad de responsabilizarse. Es decir, de afrontar cada situación, por más conflictiva o incómoda que parezca. Y la experta matiza que no se trata de hacerlo de forma individual, los jóvenes pueden buscar “la ayuda necesaria, pero sin quedar pasivamente esperando que el afuera aporte las soluciones”.
Si queremos conseguir que estas dos habilidades se desarrollen en casa, “es importante trabajar y resignificar el vínculo paterno”, explica Messing. Podemos hacerlo trabajando en dos direcciones, “que los chicos recuperen su posición activa, aprendiendo a comunicarse de otra manera con los padres, a recuperar el respeto, la comunicación y la significación, y, a su vez, que los padres hagan lo suyo con sus propios vínculos. La sola intención de trabajarlos ya genera un modelo distinto que luego los hijos también pueden espejar”.
Motivación
Para acabar, explica la psicóloga argentina, todos, jóvenes y adultos, necesitamos “la motivación para estudiar, insertarse en el campo labora o resolver problemas”. Y según su opinión de experta, esto solo se puede trabajar a través de la significación del vínculo paterno.
“El vínculo que tiene internamente hoy un joven con sus padres es el vínculo que tiene con el mundo del ‘afuera’”, asegura Messing. Es por eso por lo que “si uno confronta habitualmente con el padre, va a confrontar con los profesores. Si uno teme o se inhibe con el padre, va a sentir el mismo temor en el afuera. Si tiene un buen vínculo, pero de igual a igual, totalmente como amigos, van a tratar a educadores y jefes como amigos y no les va a ir necesariamente bien”.
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