“Yo no tengo estrés”, “yo lo tengo todo bajo control”... ¿Te suenan estas frases? Es muy probable que las hayas escuchado alguna vez o que, hasta incluso, las hayas dicho tú mismo. Hemos normalizado el estrés, ya que es fácil comprobar que en nuestro entorno, quien más o quien menos, lo padece. Según los expertos, hay un tipo de estrés que no es malo, sino que nos beneficia. Sin embargo, los problemas llegan cuando el estrés se cronifica y empezamos a somatizar y a sentir que no podemos gestionarlo.
El estrés es la enfermedad más común entre trabajadores, según la OIT. Unas 7.500 personas fallecen a diario: 1.000 por accidentes laborales y otras 6.500 por enfermedades profesionales derivadas del estrés. Estos son solo algunos datos que demuestran que el estrés está detrás de muchas enfermedades y muertes en nuestro día a día.
Charlamos con Koro Cantabrana, periodista, coach y directora del Instituto del Estrés y Co-founder de Humans First Institute, sobre su nuevo libro Estrés encubierto. El síndrome que amenaza tu vida (Instituto del Estrés), un manual que , además de facilitarnos las herramientas con las que podemos hacerle frente, es un completo libro con la información sobre esta “epidemia silenciosa” y cómo a través del autodescubrimiento podemos hacerle frente.
-¿Qué es el estrés encubierto? ¿Por qué decides dedicarle un libro?
-El estrés encubierto es ese estrés que mantenemos oculto, bien de forma voluntaria, cuando aún sabiendo que tenemos estrés no queremos que nadie más lo sepa (normalmente por miedo al qué dirán, a ser tachado de débil, de poco profesional, de no poder estar al día en esta vida tan exigente...); o de forma involuntaria, cuando ni siquiera somos conscientes de que tenemos estrés y solo lo llegamos a identificar cuando los síntomas físicos, emocionales o mentales son ya importantes.
Precisamente por este segundo grupo, que son la mayoría, decidí escribir el libro Estrés Encubierto. Después de dos años trabajando en el Instituto del Estrés, nos dimos cuenta de que la mayor parte de las personas no son conscientes de su elevado nivel de estrés hasta que las consecuencias son ya graves: un ataque al corazón, ictus, paralización de extremidades... en cuanto a los efectos físicos, pero también efectos mentales y emocionales, como alta irritabilidad, bloqueos mentales, falta de memoria y de concentración, bajada de productividad. Y no solo en el trabajo, sino en todos los ámbitos de la vida.
-El estrés forma parte de nuestra vida... ¿Por qué no debería normalizarse? ¿Cómo podemos detectar que ese estrés está sobrepasando los límites de lo normal o del llamado “estrés positivo”?
-El alto nivel de estrés está empezando a ser habitual en nuestra forma de vida. Sin embargo, no debería llegar a ser "lo normal". De hecho, la Organización Mundial de la Salud se refiere al estrés como "la epidemia del siglo XXI". Sin embargo, vamos con prisas constantes y apagando fuegos todo el día, durante toda la semana, todo el mes y todo el año. Ese es el problema.
-¿Tener picos puntuales de estrés es positivo?
-Sí, de hecho, el estrés puntual nos hace estar con mayor concentración y foco, con más energía e incluso el sistema inmune se fortalece. Es un estado de alerta positivo. Pero si ese estrés se mantiene durante un tiempo, con niveles altos constantes, se cronifica y pasamos al segundo estado del estrés, que es la fase de resistencia. Y, si lo mantenemos durante mucho más tiempo, pasamos a la fase de agotamiento.
Estas dos últimas fases son peligrosas y dañinas. Normalmente en la segunda fase comenzamos ya a tener síntomas del impacto del estrés. Se les suele hacer caso omiso. Decimos: “uf, se me está cayendo el pelo por estrés”, o “tengo eczemas en la piel”, y ponemos remedios superficiales a esos efectos, pero no hacemos mucho por la causa que los provoca. Y al no hacer nada se va acumulando hasta que nos sobrepasa con efectos más importantes.
-En este sentido, existen situaciones que nos estresan más que otras, ¿cuáles son las que más generan estrés o las que tú sueles encontrarte más habitualmente?
-Según los estudios, el estrés financiero es el que más se produce, seguido del estrés laboral. El financiero, además, proviene de un tipo de presión, la económica, de la que no se suele querer hablar abiertamente con otras personas y, como se dice, la profesión va por dentro: está totalmente encubierto. Sin embargo, nos repercute igualmente.
El estrés laboral es el segundo tipo de estrés, y del que más se habla. Y a pesar de ello, en las organizaciones, por lo general, se sigue sin actuar o prevenir para evitarlo. Cada vez se están produciendo mayor número de bajas laborales y absentismo debido al estrés. Tenemos también el tecnoestrés encubierto (derivado del uso de las nuevas tecnologías) y el estrés por conducir (tanto al manejar nuestro vehículo o al ser copilotos o pasajeros); ambos tipos de estrés están también analizados con detalle en el libro. Junto a estos, está el estrés encubierto de relaciones laborales, el estrés familiar, el estrés por falta de trabajo, estrés por desplazarse, migrar, comenzar de nuevo, o el estrés encubierto del cuidador (debido a la carga emocional y responsabilidades que conlleva cuidar a otra persona).
Lo peor de todo esto es que gran parte de las personas no tienen herramientas ni se preparan para asumir la presión que muchas de estas situaciones conllevan, y por lo tanto las sufren sin recursos.
-Hablemos del estrés encubierto laboral... ¿Qué miedos genera? ¿Qué consecuencias tiene en la persona?
-En el libro se desglosan los 25 miedos más comunes del estrés laboral. El primero de ellos es el miedo a que nos juzguen. Este es el principal motivo que hace tan difícil reconocer abiertamente que tenemos estrés. De ahí el ocultarlo. Creemos que nos pueden ver como personas débiles o poco capacitadas para el trabajo que estamos haciendo, incompetentes, incapaces... Por eso, hasta que el alto nivel de estrés no es evidente y limitador, hasta que no estamos desbordados, preferimos no reconocerlo públicamente.
También se produce el miedo a no ser tomados en serio, o no ser comprendidos, no recibir el apoyo de nuestros padres, superiores o la empresa en general; incluso miedo a perder el respeto de los demás y a que nos vean como fracasados o fracasadas.
En la persona genera una sensación de frustración por no haber podido superar la situación de una manera adecuada, genera desánimo y decaimiento.
-A estas sensaciones se suman a los síntomas físicos...
-Los síntomas físicos, emocionales y mentales, en una persona física y mentalmente agotada, muchas veces muy hundida, incomprendida, sin recursos para ver una luz de salida al final del proceso, porque no ha sabido -ni sabe- hacer las cosas de otra manera a las que le llevaron a la situación en la que se encuentra.
Además, cuando esto sucede, uno no suele saber a quién acudir. Se piensa que el tiempo lo curará, pero si no se aprende a hacer y tomarnos las cosas de otra manera, la inercia y los hábitos nos llevarán antes o después a que nos suceda lo mismo.
-¿Qué es aquello que genera más estrés en el trabajo?
-Por un lado, están las condiciones en las que trabajamos: la velocidad que poco a poco se está imponiendo como forma de trabajar, la cultura de la hiperproducción, la extrema autoexigencia, la conexión constante... Esto nos lleva al estrés y al agotamiento. Actualmente, queremos -y frecuentemente exigimos- que las cosas estén hechas para ya o, como se suele decir: "lo queremos para ayer". Esa velocidad nos atropella. También el estar en conexión constante, casi 24/7, nos agota.
Por otro lado, las malas relaciones son otra fuente de estrés; además, como el estrés se contagia hasta en un 40% (y todos lo hemos notado cuando estamos con alguien que tiene estrés, en pocos minutos acaba contagiándonos), es fácil que todo el equipo y toda la organización comiencen a sentir altos niveles de estrés si hay un grupo pequeño que comienza a sufrirlo.
Otro de los motivos es que no sabemos relajarnos y desconectar. Según el estudio de Hays: ‘What Workers Want 2020’, "5 de cada 10 personas (el 53%) no consiguen desconectan de su trabajo durante el fin de semana", según el estudio.
Esto es tremendo. No sabemos -o no podemos- ni relajarnos ni desconectar cuando necesitamos hacerlo. De ahí el Stress Relaxing, que es estresarnos más debido a la incapacidad de relajarnos.
-Solemos asociar solo el estrés al trabajo, pero, como has comentado, la economía, la familia, la pareja o los hijos también generan estrés. ¿Cómo podemos abordarlo en estos casos?
-Sí, nos estresa todo aquello que nos genere un estado de alarma. Y normalmente se genera ese estado cuando tenemos miedo. El miedo es la anticipación de un resultado negativo; es decir, pensamos que algo que no deseamos nos puede pasar. Así, si pensamos que no vamos a llegar a fin de mes, es normal que nos invada el estrés o la angustia. Si pensamos que las cosas no van bien con nuestros hijos, es normal que lo suframos. Es normal. Sin embargo, lo que solemos hacer normalmente es preocuparnos por ello, en lugar de ocuparnos.
Ocuparse, por ejemplo, es buscar soluciones o estrategias de mejora a lo que nos parece que puede salir mal.
Por otro lado, muchas veces es la imaginación la que echa leña al fuego e incrementa los miedos y nos lleva a imaginar un desenlace con un escenario dramático. Por eso, es importante conocer que los pensamientos nos llevan a las emociones, las emociones nos llevan a las acciones y las acciones nos producen los resultados. Sabiendo esto, si nos sentimos con angustia, podemos indagar qué pensamiento o pensamientos estamos teniendo que nos llevan a sentirnos de esa manera.
-¿Por ejemplo?
-Puede ser que pensemos: "esto me va a salir mal, o "seguro que no consigo acabar el trabajo", "es posible que llegue tarde", "no le va a gustar esto a mi jefa", "es que no sé hacerlo mejor"... Con estos pensamientos es normal que nos hundamos o nos estresemos.
Si por el contrario pensamos: "lo voy a hacer genial", "siempre lo acabo y esta vez también lo haré", "seguro que me sale bien"... Estos pensamientos nos empoderan y nos hacen sentir mejor que los anteriores. Y al sentirnos sin estrés ni presión, además actuamos mejor. Porque además, el estrés reduce hasta el 60% nuestra productividad (según un estudio de CinfaSalud), con lo que necesitamos más tiempo y más energía para hacer el mismo trabajo con estrés que sin estrés.
-Nos encontramos también en un momento en el que las malas noticias son abrumadoras, sobre todo las que tienen que ver con el cambio climático. ¿Qué hacemos con ese estrés por no poder controlar algo tan grande como una crisis climática mundial?
-Precisamente, buena parte de nuestro estrés proviene de querer controlar aquello que no podemos controlar. Las malas noticias sobre el cambio climático, las guerras tan tremendas que nos rodean, la incertidumbre económica... son reales, sí; están pasando y no lo podemos ignorar. Sin embargo, si además de las mala noticias, nos angustiamos porque no podemos hacer nada para solucionarlo, para contribuir a que mejore la situación, eso nos estresa aún más.
Muchas veces nos sentimos impotentes ante situaciones que quisiéramos poder contribuir para mejorar. Así, poner nuestro granito de arena en lo que sí podemos aportar es lo que va a hacer que nos sintamos útiles y nos hará sentirnos mejor.
Enfocar toda nuestra positividad y todo nuestro empeño en lo que podemos gestionar es mejor que vivir en negatividad.
-Dices en tu libro que hay personas más proclives a padecer estrés crónico. ¿Quienes son?
-Hay personas que, por su manera de ser, de actuar, de relacionarse con ellas mismas y con el entorno, tienen mayor riesgo de sufrir estrés crónico.
Por ejemplo, las personas que asumen excesivas responsabilidades, o las personas que se sienten siempre preocupadas, angustiadas, con premoniciones de desastre inminente, pesimistas, en tensión, que culpan a los demás de todos los males; las personas nerviosas con mucha energía, que necesitan estar agitadas constantemente; las personas con elevada autoexigencia y perfeccionismo, competitivas, impacientes, con sensación de urgencia constante; las personas con muchos proyectos al mismo tiempo y escasa organización o gestión del tiempo; o las personas que llegan sistemáticamente tarde, apuradas, que van deprisa a todos los sitios; las procrastinadoras por sistema, que dejan todo para después o incluso las precrastinadoras, de las que se habla extensamente en el libro...
También personas que no quieren el cambio, inflexibles, y miedosas de lo nuevo, o personas siempre pendientes de qué piensan los demás y que buscan recibir aprobación por parte de otros, para sentir sensación de valía y merecimiento.
Y no quiero olvidar a las personas con situaciones personales o familiares críticas, por ejemplo, con problemas de salud.
-¿Qué es la sisfemia y qué tipo de personas y profesionales son más propensas a padecerla?
-"La sisifemia es el cansancio mental del trabajador incansable, obligado a trabajar por encima de todo límite, incluso de su salud, y es consecuencia de no poner remedio a la “dismorfia de productividad” que va minando su confianza, su salud y su bienestar hasta enfermar de agotamiento mental".
Así lo define el dr. José Manuel Vicente, director de la Cátedra de Medicina Evaluadora y Pericial de la Universidad Católica San Antonio de Murcia (UCAM) y jefe Unidad Médica Equipo Valoración Incapacidades INSS Gipuzkoa, España, quien junto con la doctora Araceli López-Guillén - directora de la Cátedra de Medicina Evaluadora y Pericial en UCAM Universidad Católica San Antonio de Murcia (España), definieron el término en 2022.
Tal vez podríamos pensar que la sisifemia afecta a escasas personas; sin embargo, esta patología está más extendida de lo que parece, dándose en las personas que tienen una gran carga laboral que realizan sin apenas pausas o descansos, y que además, requiere de esa forma de trabajar para poder alcanzar sus objetivos, teniendo además que repetir la situación de nuevo al día siguiente.
-¿A qué tipo de profesiones afecta más la sisfemia?
-Hay muchas profesiones y tipos de personas que se sienten obligadas a estar al límite cada momento en el trabajo, con objetivos casi inalcanzables, con largas y duras jornadas, con una intensa actividad intelectual... y eso lleva a un agotamiento tal, que llega un momento que no pueden continuar con su trabajo. Se produce en gran medida en profesiones como la medicina, la abogacía, el periodismo... o también personas en prácticas o MIR, que tienen que demostrar cada segundo de lo que son capaces, y en personas que tienen su propio negocio, las autónomas, porque no pueden dejar de estar atentas a su negocio para no perder oportunidades.
Por otro lado, hay un componente personal o de “forma de ser”: lo “personal” está en la génesis de la sisifemia, pues no todas las personas sometidas a sobrecarga mental continua la sufren.
-Y ¿a qué tipo de personlidad afecta más frecuentemente?
-Hay 12 tipos de personas más propensas a sisifemia. Por ejemplo, las perfeccionistas, las que tienen un alto sentido de la responsabilidad, las workaholic (adictos o dependientes del trabajo), personas altamente exigentes consigo mismas, meticulosas, cumplidoras, implicadas con el trabajo, comprometidas con los intereses de la empresa o del trabajo autónomo, o ambiciosas profesionalmente. Y actualmente, este tipo de perfil es frecuentemente exigido por las empresas para determinados puestos de trabajo, y muchas veces son también características que se utilizan para definir a un o una excelente profesional.
-Las redes sociales y la tecnología también generan mucho estrés…¿Cuál es el impacto y cómo nos afecta?
-Cada vez es más frecuente el tecnoestrés -o estrés tecnológico-, producido por la tecnología o los medios digitales, la utilización de las redes sociales y la constante necesidad de estar a la última en tecnología a nivel personal y profesional, tanto para uso doméstico como laboral.
También se habla de tecnoestrés cuando se siente cierto miedo o ansiedad ante el aprendizaje y el manejo de nuevas tecnologías, lo cual ocurre a gran parte de las personas que no son "nativos digitales".
-Esta es la otra cara de la moneda, está claro…
-Sí, las nuevas tecnologías nos han permitido mayor flexibilidad laboral, formas de colaboración y de conexión novedosas, automatizaciones de tareas repetitivas y tediosas... también han supuesto la transformación de las relaciones, la necesidad de adquirir nuevas habilidades y adaptaciones, algunas fáciles y otras no tanto.
Sin embargo, los estudios han mostrado cómo el abuso de estás nuevas tecnologías también ha producido efectos no deseados físicos (dolor de cabeza, de cuello, espalda, de muñecas y dedos; problemas de visión, fatiga general o sedentarismo) o los mentales y emocionales, como la hiperestimulación, la reducción de la materia gris y reducción de la conectividad cerebral, trastornos del sueño, adicción tecnológica por dopamina, ansiedad y depresión, infoxicación, o incluso aislamiento social).
-Frenar su uso no es tan fácil, ¿qué herramientas podemos contar para protegernos?
-La mejor herramienta es la prevención y tomar consciencia. Ser consciente de qué nos detona el estrés, cuáles son los estresores, nos permite evitarlos o gestionarlos.
Por otra parte, hacer actividades que nos produzcan disfrute es una buena forma de liberar estrés, por ejemplo, estar en movimiento como andar, bailar, cantar...
Otra herramienta es la forma de respirar. Lo hacemos generalmente de forma rápida, superficial, y con la parte superior de los pulmones, que es la parte que activa nuestro sistema nervioso simpático. Para calmarnos, es necesario realizar respiraciones más profundas y pausadas, con la parte inferior de los pulmones, con la parte del diafragma, para activar el sistema nervioso parasimpático.
Es importante conocer todo esto porque, como suelo decir a los clientes: "si no sabes gestionar tu estrés, te resultará difícil gestionar tu vida; si el estrés se apodera de tu vida, el estrés dirigirá tu vida; y si dirige tu vida, es posible que no disfrutes de ella y no consigas satisfacción, ilusión y alegría en ella".