El libro de Víctor Ballesteros Sánchez-Molina, profesor de Filosofía, es como un bálsamo para el alma en tiempos tan acelerados como los que corren. No es un libro lleno de respuestas, es un libro lleno de preguntas. Uno que, si cabe, te deja con más preguntas de las que empezaste, de esos que te hacen pensar y se quedan contigo mucho tiempo después de leer el último capítulo. Es para leerlo lento, para que cale y te traslade, si tienes suerte, a esas clases de filosofía que nos hicieron pensar en el instituto.

Conversar con él ha sido también una delicia. En esta entrevista que concede para Cuerpomente hemos hablado de su libro, La vida pensada, pero también de temas tan variados como el papel que juega la filosofía en nuestras vidas, cómo se configura la felicidad o por qué tenemos que ser buenas personas.

La charla ha dado para tratar temas tan interesantes como dispares, como hicieron también otros grandes autores que hemos tenido la suerte de entrevistar en nuestra revista. Hablamos de otros grandes filósofos, como Rafael Narbona, José Antonio Marina o Jorge Freire. No podemos olvidarnos, por supuesto, de José Carlos Ruiz, que nos compartió su propia opinión sobre lo que significa ser feliz en este mundo. En esta misma línea, el gran profesor de psicología positiva de la Universidad de Harvard, Tal Ben-Shahar, nos recordaba que ser felices es cuestión de práctica. Aunque para Ballesteros, una vida feliz debe ser, sin lugar a dudas, una vida pensada.

El secreto de la felicidad

-En tu opinión, ¿existe un secreto de la felicidad? Y si lo hay, ¿cuál es?
No, no lo puede haber. Yo creo que hay una serie de claves comunes. Es mejor llevar una vida reflexiva que no llevarla, por ejemplo. Es mejor llevar una vida auténtica. Y entonces tendríamos que definir qué es auténtico y qué no. Pero claro, nosotros encontramos la felicidad en tantas cosas que a veces es un poco complicado determinar cuál es la raíz de nuestra felicidad.

Sí que creo que hay placeres superiores a otros. Es decir, por ejemplo, el placer que nos puede dar pasear por el Museo del Prado, es un placer superior del que te puede dar una noche de botellón. Supongo, no lo sé realmente por qué yo soy abstemio. Pero me imagino que sí que será un placer muy superior al del botellón.

Más allá de esto, no gusta pontificar sobre el tema. Sí que animo a la gente a que busque su camino, su manera de ser feliz, de realizarse y desarrollarse.

-En este mundo moderno nuestro que va tan rápido y es tan instantáneo, ¿cuáles crees tú que serían como los grandes enemigos de la felicidad?
Diría que es la irreflexión. Es un tema que desarrollo cuando hablo de Arendt, que es un capítulo en el que hablamos de lo que sucedió con Adolf Eichmann y sus “compañeros de batallas”, por no decir otro epíteto mayor. La reflexión de estos individuos, que no pensaban en lo que hacían y que no estaban viviendo una vida adecuada, les marcó.

Hannah Arendt lo que dice, en el fondo, es: me asomo a la vida de Adolf Eichmann y no veo a un psicópata o a un individuo que podríamos definir como una sabandija. No, lo que ella ve es un individuo totalmente normal que podría pasar desapercibido por la calle, pero que no se estaba cuestionando lo que estaba haciendo.

Trasladado al mundo actual, las prisas que llevamos constantemente, la poca reflexión de lo que hacemos, el no tener ese parón para pensar acerca de nuestras cuestiones morales es lo que más nos está contaminando. La clave está ahí, la clave está en nosotros, en poder detenernos un poco.

Pensar sobre pensar

-Te puede parecer una pregunta estúpida, pero… ¿por qué es tan importante pensar en la vida?
No es una pregunta estúpida. De hecho, lo estúpido sería no encontrar respuesta. Pensar es lo que nos define como humanos.

Esta mañana un alumno me preguntaba, “¿cómo podríamos definir lo que es la cultura en general en términos marxianos? Y le decía: creo que la cultura es esa mediación que tenemos entre nuestro organismo y la naturaleza. Por ejemplo, el perro de Pavlov no podía reprimir sus impulsos: oía la campana y salivaba. Y culturalmente, nosotros sí que podemos evitar esos impulsos, podemos detenerlos.

Pensar es importante por eso, porque pone espacio entre la naturaleza y lo que somos.  Nos permite definir dónde acaban nuestros límites animales, fisiológicos, y donde empieza lo más humano. Pensar se relaciona también con el concepto de inteligencia. Y la raíz de inteligencia no es más que la de saber elegir.

Una persona que es inteligente también es elegante, tiene la misma raíz. Porque el elegante viste, elige, sabe qué prendas usar, qué combina y no. Pensar es sinónimo de esta inteligencia, porque nos da la capacidad tomar la mejor de las decisiones.

Una sociedad mejor

-¿Por qué tenemos que ser buenos?
Bueno, primero tendríamos que preguntamos, ¿qué es ser bueno? ¿Qué significa ser bueno? ¿Cumplir con las leyes? ¿Con leyes que a veces son injustas? ¿Eso sería ser bueno? Tendríamos que determinar primero qué significa “bien” y establecer un bien objetivo, y no decir: “Bueno, es lo que a mí me parece y se acabó.” A partir de ahí, ¿por qué tendríamos que ser buenos?

Yo creo que, sobre todo, por una cuestión personal. Nadie se querría reconocer a sí mismo como alguien perverso, para empezar.

Para seguir, considero que la bondad no es solo propia, sino que tiene que ser compartida o común. Aquel que mira el bien propio frente al bien común, en griego se le decía idiotes. Ya sabemos de dónde sale luego la palabra idiota, que hoy en día se ha acogido como un término distinto, relacionado con el conocimiento. En ese momento, era simplemente que se preocupaba por lo propio: el idiotes. De ahí viene también lo de “idiosincrasia”.

Creo firmemente que ser bueno conlleva una, si me permites la redundancia, bondad interna. Yo me siento cómodo y me siento a gusto, y eso lleva a una bondad externa, pues vivo a gusto en la sociedad. Vivimos compartiendo una serie de códigos, y a partir de ahí la convivencia es mucho más armoniosa.

Ojo, porque lo de ser bueno tiene esa necesidad de estar revisándose constantemente, de no creer que uno está en posesión de la verdad absoluta, sino que, en efecto, tiene que revisar y calibrar lo que está haciendo. Porque muchas veces el que se cree que lo hace todo bien no siempre está en lo cierto.

 

-Si tuvieras que elegir una sola idea de la filosofía para que las personas pudieran comprender y aplicar para hacer un mundo mejor, ¿cuál sería?
Voy a hacer una pequeña trampa y a decirte dos.

La primera sería el sapere aude kantiano, el “atrévete a saber”. Sería una manera privilegiada de romper nuestros prejuicios. Kant, en ese textito precioso ¿Qué es la Ilustración?, dice: “La Ilustración es la salida de la culpable minoría de edad del hombre.” Es decir, por medio de la Ilustración, de la formación, de la instrucción básica, el hombre deja de ser un menor de edad tutelado y pasa a ser un mayor de edad autónomo. Es capaz de decidir qué quiere hacer con su vida y qué no. Esa sería fundamental: atreverse a saber y atreverse a dar un salto del conocimiento, que no siempre es fácil.

Y por contraparte, el “solo sé que no sé nada” socrático. Una vez hayamos dado el salto y decidido que queremos saber, también tendremos que aprender a poner los pies en el suelo. Es decir, comprender que en efecto sé cosas, pero que no sé todavía muchas otras, y conviene mantenerse con cautela. No ser como los sofistas contra los que se enfrentaba Sócrates, y dárselas de sabiondos y de guías.

Para mí sería esa combinación: atreverse a saber y reconocer que aún somos ignorantes.

 

-Cuando nuestros lectores se acaben La vida pensada, ¿qué otros tres libros nos recomendarías para seguir pensando?
Soy muy mal prescriptor de lecturas, pero pensaría, por ejemplo, si alguien se quiere acercar a la filosofía de nuevo y desde otra perspectiva, El antimanual de filosofía. Es una obrita de Michel Onfray, que está escrita también en ese tono cercano, basándose en preguntas, en la que se dan nociones generales de filosofía, no tanto por autores, sino por temáticas.

Con el mismo estilo, La filosofía en la calle, de Eduardo Infante, va también en esa línea, de filosofía por temas, y trata grandes cuestiones.

Y si tuviera que decir un libro más, en clave personal, recomendaría Ensayo sobre la ceguera, de Saramago, que me está fascinando mucho. Tiene cuestiones muy filosóficas dentro, cuestiones sobre la gestión de una pandemia, de una enfermedad general, y de cómo los individuos se comportan. Es un tratado casi antropológico. En esa misma línea, por ejemplo, pensaría en Niebla, de Miguel de Unamuno. Es literatura un poco más agradable que los tratados filosóficos, pero que plantea grandes preguntas.

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