Jorge Freire es una de esas personas que últimamente escasean. “Querida Celia”, encabeza el primer mensaje que me responde para esta entrevista, y a mí se me enciende el alma. Qué perdido está el arte de la buena conversación, de la amabilidad y las buenas costumbres. Freire es también uno de los grandes filósofos de nuestra era, autor de libros como La banalidad del bien, Los extrañados, Agitación, Hazte quién eres y Felices como estoicos. Ninguno debería faltar en la estantería de un buen amante del arte de pensar.
Y es que Freire, con sus artículos, sus libros u oportunidades como esta entrevista que concede a Cuerpomente, nos guía por el camino de la reflexión y el pensamiento crítico para preguntarnos: ¿qué falla en este mundo moderno? ¿Cómo sobrevivir a la era de la paradoja, de la conectividad y la soledad en disputa?
En las siguientes líneas reflexiona sobre las virtudes modernas, el estoicismo, la moral barata, el “buenismo” y el papel que la filosofía debería jugar en nuestras vidas.
Una clase magistral sobre cómo vivir bien la de Jorge Freire que va en la línea de otros grandes filósofos como Tal Ben-Shahar, profesor de la asignatura de felicidad en Harvard, que afirmaba a Cuerpomente que "leer sobre piano no te convierte en concertista como leer autoayuda no te hace más feliz, la felicidad requiere trabajo y esfuerzo". Son muchos los autores que beben de la psicología positiva cuyo padre, Martin Seligman, decía que "la vida es igual de dura para el optimista que para el pesimista, pero el optimista lo soporta mejor". Y para soportar mejor las adversidades, no hay mejor receta que, como aseguran otros filósofos como Rafael Narbona o José Antonio Marina, trabajar los afectos.
Estoicismo y virtudes modernas
-Te hemos escuchado hablar en muchas ocasiones del estoicismo, ¿por qué parece estar tan en tendencia esta escuela filosófica?
-Vivimos en tiempos de flojera moral y la idea de un tipo imperturbable, que se mantiene firme mientras el mundo se derrumba a su alrededor, es cuando menos seductora. El problema es que el estoicismo de hoy mantiene el aroma, pero carece de sustancia. No hay más virtud que la estrategia, de manera que al estoico actual le basta con aguantar más burpees, correr una maratón o invertir en criptomonedas con el aplomo de Epicteto. No es buena idea tomarse el estoicismo como un curso exprés… Ser estoico no es una estrategia para ganar, sino una forma de aceptar que a veces se pierde.
-¿Cuál es, para ti, la mayor lección estoica para el mundo moderno?
-El autogobierno. Vivimos con la urgencia del niño glotón que mete la zarpa en la olla antes de que el guiso esté hecho. Yo reivindico la vieja enkrateia, que es el arte de tenerse uno bien sujeto a la rienda. No hay persona más poderosa que la que se gobierna a sí misma.
-En Hazte quién eres defiendes la importancia de los hábitos para construir la identidad. ¿Cuál crees que es el hábito más difícil de cultivar hoy en día?
-Sin duda, el hábito de estar a solas con uno mismo. Cultivar este hábito es como domar un potro salvaje: cuesta, pero, si se consigue, se manda sobre el propio rumbo.
El buenismo
-En tu La banalidad del bien nos hablas del “buenismo”, ¿qué es y por qué debería preocuparnos?
-El buenismo es la versión edulcorada de la virtud, algo así como la bollería industrial de la ética. El buenista no es bueno, sino la caricatura del bueno. Quien se obstina en exhibir sus credenciales de buena persona suele acabar con la mano en el bolsillo del prójimo, como esos bancos que te invitan a café antes de clavarte las comisiones. Debería preocuparnos, en efecto, porque es el nuevo disfraz de gala del pícaro que, en vez de sablarnos en la taberna, nos despluma con palabritas y un PowerPoint de valores corporativos.
-¿Cómo podemos ser éticamente responsables sin caer en la hipocresía moral?
-Para empezar, haciendo un ejercicio de contención y de pudor, que son dos cosas que hoy se tienen por antiguallas, como las mantillas de las abuelas o los bastones con empuñadura de plata. El problema del virtuoso profesional es que confunde la ética con la mercadotecnia y el bien con la pose, y por eso es capaz de escribir panfletos lacrimógenos sobre la explotación laboral mientras exprime a sus empleados como si fueran limones. ¿Qué tendrá que ver la responsabilidad con sacar a pasear la virtud como quien pasea un samoyedo? Se trata, más bien, de aplicársela a uno mismo sin ruido ni alharacas. Conque menos aspavientos y más ejemplo, que la moral no es juego de luces ni escaparate de perfumería.
La filosofía en la educación y el debate público
-¿Consideras que la filosofía tiene el lugar que merece en el debate público actual?
-Filosofar, decía Hegel, es apropiarse de la época por medio del pensamiento. Dicen que aumentan las matriculaciones en filosofía, cosa que yo celebro, aunque eso no significa que florezcan las vocaciones. Para filosofar no hace falta título, ni pupitre, ni toga. Se lleva tiempo anunciando su muerte desde hace décadas, pero siempre cae de pie, como el gato del afilador. ¿Desapareció la música cuando cerraron las tiendas de discos? ¿Se esfumó el cine cuando los videoclubes bajaron la persiana? No sé qué suerte correrán la música y el cine, pero doy por hecho que la filosofía existirá mientras existan las personas.
-¿Qué papel crees que debería jugar la filosofía en la educación actual?
-La filosofía debería permearlo todo. Porque la filosofía -sobra decirlo- no es solo cosa de académicos con olor a biblioteca. No se trata de defenderla como si fuera una momia ilustre ni de enarbolar papers que solo leen quienes están citados en ellos. Durante los últimos tiempos la educación se va trocando en mero adiestramiento, con vistas a producir consumidores dóciles y empleados eficientes. Se enseña cálculo, pero no reflexión; se promueve la competencia, pero no el criterio; se incita a tener éxito, pero no a preguntarse en qué consiste…
-En tiempos de algoritmos y cámaras de eco, ¿cómo podemos pensar libremente y evitar el conformismo intelectual?
-El famoso filtro burbuja no es más que un juego de espejos en que cada cual ve lo que quiere ver. Nadie debate y nadie se enfrenta al otro con ánimo de aprender: todo es un eco interminable de uno mismo. ¿Cómo escapar de esta trampa? Pues deteniéndose cuando los demás giran como peonzas y, sobre todo, callando cuando todos gritan. Porque ahora resulta que cualquier ocurrencia es sagrada y la gente va por ahí exhibiendo su “autenticidad” como si fuera un burro con cascabeles, convencida de que soltar lo primero que le pasa por la cabeza es un acto de heroísmo. Qué le vamos a hacer si la civilización se edifica en el noble arte de morderse la lengua. Hay opiniones que es mejor llevarse a la huesa antes que escupirlas como un borracho en una boda. Una señal de inteligencia es saber cuándo cerrar el pico.
-Para acabar, si tuvieras que meter tres libros en un “botiquín” de emergencia para alguien que se siente perdido, ¿qué libros meterías?
-El Criticón, de Gracián; Los miserables, de Hugo; Eumeswil, de Jünger.
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