“Tienes nombre de personaje”, me dijo José Carlos Ruiz mientras tomaba asiento junto a él, en un hotel de Sevilla. Con los micros ya encendidos, empezamos a conversar sobre su nuevo libro, Una mujer educada, y la charla nos llevó por otros tantos derroteros. Ruiz es profesor de filosofía en la Universidad de Córdoba y, además, es escritor y ensayista. Su libro, El arte de pensar, vendió más de 75000 ejemplares. Espero que su novela, la primera de su carrera, alcance a otras tantas.

En esta entrevista, el filósofo nos acompaña para hacernos la gran pregunta, esa que tantos pensadores se han hecho a lo largo de la historia de la humanidad. ¿Qué es la felicidad? ¿Existe algún secreto para alcanzarla? Analizamos también otras cuestiones tan antiguas como actuales: la soledad, el arte de la buena conversación y el arrepentimiento.

Sobre estos temas hemos tenido también la oportunidad de charlar con otros grandes pensadores. Con José Antonio Marina, de quien Ruiz se confiesa un buen amigo, que nos revela lo que, para él, son los tres pilares esenciales de la vida plena. Con Tal Ben-Shahar, profesor de la Universidad de Harvard de la asignatura más solicitada del campus. Lo llaman “profesor felicidad”, eso lo dice todo. Con Rafael Narbona, otro gran profesor de filosofía de nuestro país, y con Jorge Freire, también escritor, también filósofo.

Las palabras de todos estos maestros, por diferentes que sean en muchos aspectos, apuntan hacia una común decisión. La vida debe ser pensada, meditada. No hay atajos, no hay concesiones. El arte de pensar debe ser resucitado.

Un secreto a simple vista

-¿Existe, en tu opinión, algo parecido a un secreto de la felicidad?
Hay un fundamento esencial, y es que la felicidad se interprete siempre como el resultado de una vida, pero no como un objetivo. Yo creo que la felicidad es un resultado. Nuestros padres o abuelos no hablaban de felicidad. La felicidad era un encuentro que procedía siempre de haber llevado una vida virtuosa o de haber intentado hacer lo mejor que podías y encontrarte satisfecho con esos procesos. Pero nunca era un propósito.

A lo largo de la historia, la felicidad se ha vivido así, como el resultado. Aristóteles, por ejemplo, al hablar de la felicidad hablaba de la eudemonía, y decía que tenía mucho que ver con ese concepto de virtud en la vida. Una persona que desarrolla sus potencialidades se convierte en una persona virtuosa y toma conciencia de que mejora. Espinoza hablaba de la alegría como la sensación de mejora de uno. Kant decía que la felicidad era el proceso que te acompaña a lo largo de la vida, cuando tratas la vida con virtud.

Sin embargo, en el siglo XXI, todo el mundo habla de la felicidad como el objetivo, no como un resultado. Y además un objetivo cuantificable, mesurable, incluso con ítems que se pueden de alguna manera tipificar. Yo a esto no le llamo felicidad. Yo lo he llamado postfelicidad, porque creo que no tiene nada que ver con lo que históricamente el ser humano ha calificado como felicidad, sino que hay una mutación del concepto hacia otra cosa. Una en la que el continente de la felicidad se ha estrechado hacia una serie de cosas que se tienen que hacer o que se tienen que conseguir para que te sientas feliz, y el contenido de la felicidad está muy tipificado por el mercado y el consumo de imágenes. Nos hemos convertido en drogodependientes emocionales y asociamos la felicidad a un estado de ánimo, no a una identidad.

 

Aquello que más pesa

-Eva se encuentra en la recta final de su vida, y en varias ocasiones menciona el tema del arrepentimiento. ¿Cuál crees que son los grandes arrepentimientos en la vida y cómo podemos vivir para asegurarnos de que no nos arrepentiremos de nada? 
La segunda parte es imposible, siempre nos vamos a arrepentir de algo porque la persona que acomete una acción no es la misma que tiene que vivir con los resultados de esa acción. El arrepentimiento es una condición existencial desde el momento en que un sujeto evoluciona. Y sirve para, de alguna manera, comprender mejor los mecanismos para la toma de la siguiente decisión, pero no para evaluarte en la anterior. De hecho, no es bueno utilizar el arrepentimiento como un proceso que no sea de aprendizaje. El arrepentimiento se convierte en tóxico cuando se utiliza para reprochar.

Entonces, si lo percibes como Eva (protagonista de su novela) intenta hacerlo con su hija, desde la perspectiva del aprendizaje personal, me parece que arrepentirse es buenísimo, porque el arrepentimiento significa que hay algo que considerabas que estaba bien, pero que no ha ido bien. Luego, hay un proceso de aprendizaje.

Si no hubiese arrepentimiento tendríamos menos conciencia del aprendizaje porque sería una confirmación de lo que haces constantemente. Por eso no te puedo dar un consejo para no arrepentirte, porque me parecería que sería contraproducente para la evolución.

-¿Nos arrepentimos más de aquello que dejamos sin hacer que de lo que hacemos?
A largo plazo, sí. Cuando miras atrás y haces una evaluación de tu vida, lo que te queda como un espacio sin llenar son las decisiones que no tomaste. Las acciones que no acometiste sabiendo que había unas posibilidades. Lo que no hiciste o dejaste en el tintero es lo que te machaca.

Pero a corto plazo, sin embargo, te arrepientes de lo que acabas de hacer. ¿Por qué? Porque te falta perspectiva. Por eso creo que es mucho más importante situar un proyecto de vida por delante, con cierta claridad, para que las decisiones tengan un impacto a medio y a largo plazo, y que el arrepentimiento no sea la esencia de los contemporáneos, porque entonces el proceso no funciona.

Cuando se tiene un proyecto, las decisiones que se toman pueden interrumpir el camino, pero no lo cercenan, sino que a lo mejor tienes que reconfigurar el modo de llegar a tu destino. Y ese arrepentimiento no es dañino, es parte de los procesos de aprendizaje hacia el camino que te predispone.

El arte de estar solos

-Uno de los muchos consejos que Eva le escribe a Lucía dice que no debe huir de la soledad. ¿Por qué? 
Es un eje cenital para encontrar el bienestar. El consejo que le da Eva a su hija viene de Schopenhauer, que nos decía que el ser humano es un ser sociable por naturaleza. Aristóteles ya lo decía antes, somos animales políticos. Eso significa que en nuestro ADN la sociabilidad está inserta. Necesitas ser cuidado cuando eres un bebé y necesitas ser cuidado cuando llegues a la vejez. Luego la sociabilidad de la tribu va en nuestro ADN, si no, no sobreviviríamos.

Nos ocupamos mucho de educar para que esa sociabilidad esté orientada al civismo, y eso está bien, pero no se nos ocurre educar a la persona para la soledad. Hay que conquistar la soledad. No podemos dejar que la gente empiece a percibir la soledad sin haberla preparado esa conquista. Es algo que desde pequeño tenemos que educar, para que tengas esos territorios de soledad, que los gestiones bien, que no sientas incomodidad y que no pienses que es una soledad impuesta, sino que eres capaz de rellenarla. Como decía Schopenhauer “las mentes brillantes tienen una voz interna que rellena su soledad siempre” y tienen esa capacidad de no sentirse nunca desamparados. El desamparo es lo peor.

Me parece esencial, y en el siglo XXI especialmente, educar para que la persona, a medida que vaya creciendo, tenga espacios de soledad gozosos. De lo contrario, cada vez que perciba la soledad será porque viene por imposición social y no sabrá gestionarla. Y la falta de gestión de esa soledad es muy dolorosa.

-Es paradójico que, en plena era de la hiperconectividad, nos sintamos más solos que nunca. ¿Por qué sucede esto?
Es paradójico, pero se entiende mejor cuando nos damos cuenta de que en el momento en el que más conectado del mundo estamos, nos encontramos, a la vez, menos relacionados. Es decir, hemos sustituido la relación por la conexión.

La relación viene del latín religare, que tiene mucho que ver con el religar, el tener la capacidad de crear una vivencia con otra persona. Pero la vivencia solo se hace en vivo y en directo. Es decir, teniendo una situación de corporeidad, de acompañamiento en lo real. Y esto se suple por la conectividad, que sí, te conecta con mucha gente. Pero quien se conecta es tu yo digital, al que se le elimina la corporeidad, se le elimina el volumen.

Nosotros somos seres voluminosos. Tenemos una corporeidad. Nuestra identidad está fundamentada en un sustento material. Si eliminas el sustento material de tu corporeidad y tu yo digital interactúa con otros yo digitales, aunque esté 24 horas al día conectándose con los otros, tú no te estás relacionando, tú te estás conectando.  No tienes un proceso de acompañamiento en lo real. Esa distinción, sin darnos cuenta, condiciona mucho nuestra idea de soledad, porque cuando te desconectas, si no tienes los procesos de educación de la vivencia, si no tienes esa correlación con el otro en el plano de lo real, es inevitable que te sientas solo.

-En tu libro haces también una defensa del buen arte de la conversación, pero hoy en día, con la polarización, cada vez parece más difícil mantener una buena conversación. ¿Qué podemos hacer con esto?
La gente no quiere conversar. La gente quiere convencer al otro. Un gran conversador entiende que en la conversación hay una nutrición intelectual de ambos polos, pero sobre todo tiene apetito de aprender. La gente a la que le gusta la conversación, por lo general, quiere nutrirse de las ideas del otro, de la experiencia del otro, de sus sentimientos, porque de alguna manera agranda su capacidad de aprendizaje.

La gente tiene mucho interés en que le atiendan, en ser atendido. Yo te voy a contar algo, entonces me grabo, yo subo, yo pongo, yo digo y estoy encerrado en mi lecho de Procrusto, donde lo que intento es buscar argumentos que refuercen mi postura todo el rato. Y en un mundo con tanto dato y tanta noticia, vas a encontrar algo que refuerce tu idea, sea la que sea, aunque sea que la tierra plana.

Pero si estás encerrado en esas dinámicas, tú no quieres conversar, lo que quieres es ganar un debate. Quieres imponer tus ideas, pero no quieres aprender. Lo que dice Eva es “mi madre es una gran conversadora, porque sin darte cuenta hace que te abras en canal, que te sinceres, que cuentes y además notas que es una gran conversación cuando tú terminas de hablar con ella, te vas para casa y sigues rumiando las ideas de esa conversación, te siguen acompañando, sigues reflexionando”. Ha sembrado en ti una semilla emocional, intelectual, que luego germina en ti cuando sigues pensando, estando ya fuera del contexto conversacional. Esa es una buena conversación, y esto se está perdiendo.

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