Hay parejas sanas (basadas en el amor y en el respeto) que terminan por romperse en un momento dado. No ocurre nada específico que precipite la separación: simplemente "se termina lo que había". En muchas ocasiones, los integrantes de la pareja observan durante meses cómo el amor se les escapa entre los dedos pero se ven incapaces de revertir la situación.
¿Podemos conseguir rescatar una relación que parece abocada al fracaso? Si las dos personas deciden emprender un camino de crecimiento mutuo, teniendo en cuenta los ingredientes que son necesarios para que una pareja perdure, pueden conseguirlo.
Ser justos con lo que le exigimos
En el pasado, la seguridad afectiva no solo dependía de la pareja, sino que la sustentaba una comunidad más amplia: había padres, tíos, abuelos y vecinos con los que se convivía e intimaba en el mismo espacio cercano.
Al vivir más aislados en esta sociedad totalmente individualista, que además tampoco tiene un proyecto común superior al personal y en la que ya no existen utopías colectivas, buscamos en la pareja todo lo que estas personas nos aportaban y le pedimos, por tanto, muchísimo más a nuestro compañero/a de vida. ¿Estamos siendo justos?
Aprender a amar lo real
El exceso de idealismo puede convertirse en el primer obstáculo para vincularse con otra persona de manera duradera. Conviene buscar lo posible y aprender a amar a la persona que tenemos delante y no aquella con la que soñamos.
En esta sociedad competitiva, exigente y narcisista, se busca más a la pareja para que esta nos cubra aquello que nos falta que para entregar nuestro amor.
Como señala la escritora Coral Herrera, el amor “requiere grandes dosis de apertura de uno mismo, de entrega, generosidad, sinceridad, comunicación, honestidad, capacidad de altruismo, que chocan con la realidad de las relaciones entre los hombres y las mujeres posmodernas”.
Para que una pareja perdure, cada miembro tiene que aceptar un cierto grado de frustración, algo que cada día se da menos dado el individualismo imperante.
La mayor esperanza de vida, junto a los cambios constantes, nos llevan a vivir muchas experiencias e incluso vidas diferentes en una, cuando nuestros antepasados se pasaban la existencia en el mismo contexto y con las mismas relaciones (trabajo para toda la vida, pareja para siempre, misma ciudad, etc).
Así, a lo largo del tiempo, el deseo sexual y el amor no siempre pueden ir de la mano y mantenerse inalterables, con lo que conviene aceptar que a veces no hay más remedio que romper para recuperarlos. Pero vivimos en un nuevo modelo que nos da tanta facilidad para romper con la pareja ante la mínima dificultad, que puede llevarnos a rehuir los conflictos que nos permitirían crecer junto con el otro y ver –la pareja nos hace siempre de espejo– nuestras partes a mejorar, enfrentar miedos, renunciar a las ansias de dominar, atreverse a mostrarse vulnerable…
El cuerpo y el sexo cuentan
Según las estadísticas, estar satisfecho con las relaciones sexuales que se mantienen con la pareja es la mejor garantía para que esta perdure más allá de los retos que les plantee la vida. Estamos hablando de estar satisfecho con la sexualidad que uno tiene, no de la cantidad o asiduidad de las relaciones. “En una relación de pareja, el cuerpo cuenta porque tiene una memoria específica y un lenguaje propio y lo sexual representa la posibilidad de comunicar lo que no puede expresarse mediante las palabras”, decía la especialista en terapia de pareja Susan Stroke.
Una sexualidad satisfactoria –aunque se puede aprender que tenerla– a menudo no depende solo de lo que se hace, sino de lo que despierta el otro y de la conexión que sintamos corporalmente con él, de la química sexual que se da. Hay personas que nos generan deseo sexual pase el tiempo que pase y otras que no nos lo producirán de la misma manera.
Para mantener el deseo sexual vivo es necesario reservarle un tiempo y que cada miembro de la pareja sienta que le queda un territorio menos conocido por conquistar del otro. El reto más grande de una pareja en nuestros días es ser capaz de mantener un espacio para desarrollar la sexualidad sin que el estrés, la falta de tiempo y el exceso de preocupaciones interfieran. Cabría también especificar que a veces las relaciones sexuales son mucho más que el coito, y que la sexualidad es una forma de placer y de contacto con el otro desde un sentido más amplio.
Las caricias y la sensualidad, constituyen también una forma de sexualidad y darles cabida, así como a la ternura, nos permite experimentar y jugar con la presencia del otro más que competir o conseguir un objetivo en la cama.
Interdependencia en lugar de dependencia
“Cantad y bailad juntos y estad alegres, pero que cada uno de vosotros sea independiente. Las cuerdas de un laúd están separadas aunque vibren con la misma música”, escribió el poeta libanés Khalil Gibrán sobre la pareja. “Permaneced juntos… pero no demasiado juntos. Porque los pilares sostienen el templo, pero están separados. Ni el roble crece bajo la sombra del ciprés ni el ciprés bajo la del roble”, añade.
Para que el deseo sexual y la atracción por el otro permanezca viva es importante que cada miembro de la pareja mantenga su individualidad y siga siendo uno mismo.
Estar en pareja no debería significar dejar de pensar todo el tiempo en nosotros mismos ni confundirnos con el otro. Se trata de bailar juntos y encontrar un equilibrio entre ser empáticos y generosos, y ser lo suficientemente egoístas para no perder la satisfacción de nuestras necesidades individuales. “Yo soy yo, tú eres tú. Yo no estoy en este mundo para cumplir tus expectativas. Tú no estás en este mundo para cumplir las mías. Tu eres tú, yo soy yo. Si en algún momento nos encontramos será maravilloso. Si no, no puede remediarse. Tú eres tú, yo soy yo”, reza la oración gestáltica escrita por Fritz Perls.
Según señala el sabio hindú Swami Prajnanpad, estar con el otro debería ser fácil y no implicar grandes esfuerzos ni desgastes de energía. Los celos, las discusiones y la intensidad pasional no ayudan a que el amor permanezca, más son una forma malentendida de lo que es amar. El amor que proporciona mayor bienestar es aquel que desea de manera natural el bien del otro y quiere espontáneamente que el otro se sienta bien, lo cual en una sociedad en la que el yo suele ponerse siempre por delante del tú y del nosotros, no se propicia. Con tanto alimentar nuestro ego y agrandar nuestra autoestima, el narcisismo nos impide ver al otro y contactar realmente con él.