La envidia es una emoción humana común y compleja. A lo largo de la historia, ha sido representada en leyendas, obras literarias y refranes populares, siempre cargadas de cierta negatividad.

Desde la psicología moderna, autores como Parrot y Smith (1993) han estudiado con detenimiento la envidia, demostrando que surge de la comparación social. Es decir, en la percepción de que otra persona posee algo valioso que uno desea y no tiene.

La intensidad de esta emoción puede ir desde el leve escozor hasta un resentimiento profundo que promueve actitudes poco ortodoxas. A esas personas que cruzan esta delicada línea las conocemos, popularmente, como envidiosas.

En el día a día, la envidia queda reflejada en nuestro lenguaje, que no puede ocultar las emociones reales que oculta nuestro rostro. ¿Conoces a alguien que diga frases como las que te dejamos a continuación? Es muy probable que lo que se esconda tras sus palabras sea la más pura y visceral envidia.

No es para tanto

¿Hay algo que pueda romperte más los esquemas que esta frase? Su intención es manifiesta: restar valor al logro que el otro ha conseguido. Si volvemos a la perspectiva de la comparación social que hemos mencionado previamente, es fácil comprender su origen.

Cuando alguien se ve superado por el éxito ajeno, puede sentir amenazada su autoestima. Para suavizar el golpe psicológico, minimiza o banaliza el esfuerzo del otor, haciendo ver que su triunfo no es meritorio.

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La persona envidiosa jamás va a elogiar o admirar el logro ajeno, le basta con echarlo por tierra para sentirse mejor. Al decir que “no es para tanto” o que “cualquiera podría lograrlo”, está sugiriendo que no existe una diferencia real de habilidades o esfuerzo.

Se trata de un golpe de suerte, un acontecimiento trivial. Así, busca autoconvencerse de que, si quisiera, también obtendría esos resultados, protegiendo su frágil autoestima.

Seguro que tiene enchufe

Lo escuchamos mucho en el contexto laboral, en esta y otras vertientes más desagradables.Pero la idea que subyace es que el otro jamás habría conseguido sus méritos sin ayuda externa, sin cierto favoritismo o algunos contactos de los que tirar. Cuando se atribuye el éxito a la intervención de factores externos, se está deslegitimando el logro.

Esta búsqueda de una explicación externa responde a lo que en psicología se conoce como “atribución defensiva”. El envidioso interpreta la situación de forma que el éxito ajeno resulte menos impactante, aludiendo a supuestos privilegios, nepotismo o algún tipo de suerte extraordinario. Así, el contraste entre su propia situación y la del otro, se suaviza.

Yo podría hacerlo mejor si quisiera

Qué forma tan elegante de mostrar superioridad fingida. Con esta frase, que puede sentarte como una patada en el estómago, la persona envidiosa se reivindica como poseedora de capacidades superiores, pero con una aparente falta de motivación para demostrarlo.

En el fondo, es otra forma de comparación social, en la que el envidioso proyecta la idea de que, si realmente se lo propusiera, superaría con creces lo que ha conseguido el otro.

Sin embargo, el hecho de no demostrarlo y escusarse en ese “si quisiera”, nos demuestra que es solo un resentimiento pasivo-agresivo. Desde la perspectiva de la psicología de la motivación, quien realmente se siente capaz de algo y desea conseguirlo, busca lograrlo de algún modo. Estas frases, por tanto, solo buscan invalidar al otro, para defender el amor propio del envidioso.

La gente es muy exagerada, tampoco es para tanto

¿Has escuchado alguna vez decir que a alguien le felicitan demasiado? ¿O lo falsa que es la gente, que no hace más que piropear a determinada persona? En esas frases se manifiesta la esencia pura de la envidia.

Según las teorías de la comparación social, el individuo envidioso puede sentirse incómodo no solo con el éxito en sí, sino con la aprobación social que este éxito conlleva. Por eso, busca desmerecer esos elogios, insinuando así que hay una sobrevaloración injusta o exagerada. La narrativa interna del envidioso dicta: No eres para tanto, solo estás rodeado de gente que te sobrevalora.

No entiendo por qué le va tan bien cuando hay gente que se esfuerza mucho más

Larga, pero pegadiza. Seguro que la has escuchado una y otra vez si tienes a personas envidiosas en tu entorno. Esta última frase introduce un elemento emocional poderoso en el argumentario de la envidia: la injusticia. Como si el éxito del otro fuera una anomalía en el orden natural de las cosas.

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Con esta frase, el envidioso expresa perplejidad o desagrado al ver que alguien, desde su perspectiva, disfruta de un éxito inmerecido. Subyace aquí una comparación con “otros” (sí, “el amigo soy yo”), a los que, supuestamente, debería irles mejor por todo su esfuerzo.

Desde la psicología social, este tipo de afirmación refleja el resentimiento propio de la envidia maliciosa, que se queja de un presunto desequilibrio o “falta de justicia”. Así, en lugar de celebrar el logro del otro o tomarlo como fuente de inspiración (lo que se conoce en psicología como envidia benigna), el envidioso recurre a la injusticia para racionalizar su malestar, responsabilizando a factores externos de sus propias limitaciones o circunstancias personales.

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