Si nos dejamos guiar por los libros de historia o las noticias, concluiremos que la especie humana es malvada, que las personas son malas o que se inclinan naturalmente hacia la autodestrucción. ¿Es realista esta visión negativa? Varios autores creen que no, y aportan pruebas para creer en la bondad humana.
Por qué pensamos que las personas son malas
Como alternativa a la marea de libros catastrofistas sobre la humanidad y su futuro, en 2018 sorprendía el ensayo Factfulness, en el que Hans Rosling aportaba datos y estadísticas objetivos sobre el estado del mundo. Su conclusión era que, a excepción del cambio climático, nuestra evolución como especie es positiva. El aumento constante de la esperanza de vida y el descenso de la mortalidad infantil son solo dos de los factores que analiza este ensayo, que está lleno de buenas noticias y que sostiene que la humanidad tiende lentamente a la mejora en casi todos los aspectos.
El carácter optimista de esta obra hizo que Bill Gates lo regalara a todos los universitarios estadounidenses que terminaron sus carreras en el año de su publicación.
Según Rosling, nuestra mirada pesimista tiene su origen en la visión distorsionada que nos llega a través de las noticias. Estas se focalizan claramente en lo negativo, ya que se basan en la explotación del miedo. Esta mirada escorada hacia la parte más oscura y dolorosa de la realidad no es algo reciente. Según lo que en psicología se llama «sesgo negativo», tendemos a dar más relevancia a los aspectos desagradables de cualquier persona o acontecimiento, porque nuestra supervivencia depende de ello.
Un ser humano primitivo que descubriera una nueva flor de exquisito aroma se podía permitir olvidar su paradero, pero la cueva de donde salió un oso quedaría grabada para siempre en su memoria. En ello le iba la vida.
Hace un par de años se publicó un ensayo aún más iluminador, si cabe, de la mano del joven historiador holandés Rutger Bregman, que ya se había dado a conocer con su Utopía para realistas, en la que presentaba tres medidas para acabar con los problemas del mundo. El primer capítulo de su segundo libro, Dignos de ser humanos, es toda una declaración de intenciones:
«Hay una idea radical, una idea que angustia a los poderosos desde hace siglos. Una idea que religiones e ideologías rechazan, que los medios de comunicación evitan, y que la historia parece emperrada en ignorar ¿De qué idea estoy hablando? De la idea de que la mayor parte de la gente, en el fondo, es bastante decente».
Bregman aporta multitud de pruebas para demostrar que la visión negativa y desalentadora sobre nuestra especie se fundamenta en experimentos y productos culturales manipulados para que la veamos así.
El sesgo negativo lo tenemos por supervivencia, y por eso las noticias negativas impactan y duran más que las positivas, pero hay una forma de que la felicidad dure más: compartirla con los demás. Un libro, artículo o película que hemos disfrutado se revive cada vez que lo ponemos en común.
Experimentos para saber si las personas son malas o buenas
El ejemplo más fascinante es la contraposición a El señor de las moscas, la novela de William Golding que apoya la tesis de Hobbes (s. XVII) de que «el hombre es un lobo para el hombre». Esta obra muestra la extrema crueldad de unos niños que sobreviven en una isla sin supervisión adulta.
Frente a la mirada terrible de Golding, de cuya biografía se deduce que era alcohólico, depresivo y pegaba a sus hijos, Bregman nos descubre una situación asombrosamente análoga que sucedió de verdad en 1960. Sus protagonistas son seis adolescentes de Tonga que «tomaron prestada» una barca y, tras ocho días a la deriva, acabaron naufragando en un islote lejos de las rutas de navegación.
Allí sobrevivieron sin ayuda de nadie quince meses, hasta que un capitán australiano los divisó milagrosamente y los rescató. No solo los halló vivos y en buen estado de salud, sino que además habían cooperado de forma pacífica y amistosa todo el tiempo.
En contra de lo que predecía Golding, los chicos comprendieron que solo si estaban unidos y cuidaban los unos de los otros lograrían sobrevivir. En palabras del capitán: «Cuando los encontramos, habían organizado una pequeña comuna con un huerto, troncos vaciados para recoger agua, un gimnasio con unas pesas bien curiosas, un campo de bádminton, gallineros y una hoguera permanente».
Cuando se producía alguna pelea, llevaban a cada uno de los contendientes a un extremo de la isla. Allí pasaban cuatro horas de reflexión, hasta que comprendían que debían hacer las paces y seguir siendo amigos.
El libro contiene muchas historias que muestran el poder de la amabilidad y el rechazo de la violencia. Una de las más sorprendentes es la investigación de Coronel Marshall, quien trató de comprender por qué en 1943 un batallón norteamericano no lograba tomar el atolón de Makin, siendo una fuerza mucho más numerosa que la resistencia japonesa.
Tras numerosas comprobaciones y entrevistas a la tropa, descubrió algo extraordinario: la mayor parte de los soldados no había disparado. Esta misma situación fue detectada en otros campos de batalla, donde buena parte de los soldados no disparaban o apuntaban al aire, guiados por el rechazo instintivo de matar a otro ser humano.
¿Dónde queda la tesis de Maquiavelo o Hobbes? En contraposición, Bregman nos ofrece la visión de Rousseau, quien estaba convencido de la bondad natural del ser humano. Si alguien actúa mal es por ignorancia y, por lo tanto, hay que enseñarle, no castigarlo.
Según Bregman, la peor parte del ser humano toma el mando cuando se produce una acumulación excesiva de poder. Como Hans Rosling, este historiador señala qué causa la visión negativa que tenemos de nuestra especie:
«Imagínate por un momento que sale un nuevo fármaco. Es superadictivo, y en poco tiempo todos están enganchados. Los científicos investigan y pronto concluyen que la droga causa, cito, ‘una percepción errónea del riesgo, ansiedad, niveles de ánimo más bajos, indefensión aprendida, desprecio y hostilidad hacia los demás, y desensibilización’... Esa droga son las noticias».
Para terminar, una anécdota vivida con Jostein Gaarder cuando era un escritor muy popular por su obraEl mundo de Sofía. Al final de una entrevista me permití una pregunta más personal:
—Señor Gaarder, ¿usted se considera optimista o pesimista?
—Te contaré un secreto, amigo. Yo soy optimista porque he descubierto que los pesimistas son unos vagos.