El cuerpo posibilita todas las experiencias grandes y pequeñas de la vida, desde comer hasta trabajar, jugar o amar. Pero también está sometido a la enfermedad, el dolor, el envejecimiento y, en última instancia, la muerte.
Es bien conocido el rechazo al cuerpo en la tradición religiosa occidental cristiana, pero también se ha producido en Oriente. El brahmanismo hindú comparte la visión del ascetismo cristiano cuando tacha el cuerpo de irreal o como una carga densa de la que hay que liberarse. Algunos textos budistas lo definen como una fuente de sufrimiento, y calificativos similares se pueden encontrar en el judaísmo y el islam.
El cuerpo puede ser un aliado del crecimiento interior
Sin embargo, en las mismas tradiciones hallamos palabras que ensalzan el cuerpo como una materialización misma de lo divino. Junto a la tendencia de separar el cuerpo de aquello más sublime del ser humano existe la intuición de que en la práctica están unidos o son la misma cosa.
Para Jorge N. Ferrer, autor de Espiritualidad creativa (Ed. Kairós), sería deseable dejar atrás la ambivalencia de las tradiciones espirituales para abrazar definitivamente el cuerpo y el universo material como manifestaciones espirituales.
Cuidarlo, más allá de la salud
Considerar el cuerpo como un templo lleva a cuidarlo con una intención que va más allá del mantenimiento de la salud. O, en caso de enfermedad, a intentar curarse por vías naturales, no tanto combatiendo los síntomas como respetando la inteligencia del cuerpo, que puede emplear la enfermedad para favorecer un giro existencial o un cambio de valores. El cuerpo puede ser un maestro incluso cuando está enfermo.
Más que evitar los trastornos se trata de favorecer el desarrollo de sus potenciales extraordinarios de vitalidad. Para ello es necesario conocer su estructura. Las sabidurías tradicionales lo describen como una combinación de tres niveles distintos: físico, mental y espiritual.
Más allá de las descripciones teóricas, en el cuerpo todo está conectado. Por eso técnicas como el yoga, el tantra o las artes marciales actúan sobre el cuerpo físico para conseguir objetivos espirituales o inmateriales.
Mediante la alimentación, la respiración y la práctica de determinados ejercicios se puede afinar su funcionamiento hasta convertirlo en un instrumento de conocimiento.
Las prácticas de consciencia corporal
Tratar el cuerpo como un templo significa cuidar todas sus dimensiones, desde las más físicas a las más elevadas, recordando que ninguna práctica se centra exclusivamente en una de ellas. Lavarse, vestirse, beber, comer, saludar, dar, tomar, recogerse... cualquiera de esos actos es una invitación a ser más conscientes.
El ejercicio físico, como los diferentes deportes o el caminar, puede ser tan ritual como las técnicas que trabajan las energías sutiles (taichí, yoga, chikung, ciertos masajes), e incluso como los distintos tipos de meditación y visualización, que operan al nivel de la conciencia.
A lo largo del día y de la semana hay tiempo para dedicarlo de manera equilibrada, y en consonancia con las características personales, a cada tipo de práctica.
Otra forma de ejercitar el cuerpo
La combinación permite enriquecer la calidad de cada una. Por ejemplo, al correr o ir en bicicleta ya no nos centramos en quemar calorías o aumentar el rendimiento, sino que prestamos atención a la armonía de los movimientos, a la respiración, a las sensaciones que experimentamos y a la relación con los otros seres vivos.
El entrenamiento de la fuerza y de la resistencia, que a menudo se lleva hasta la sensación de agotamiento, nos familiariza con la capacidad para renacer e ir más allá de los límites.
Estas experiencias seguramente son tan importantes para el ser humano que explican en buena parte la práctica del deporte de alta competición o el alpinismo.
Alcanzar la flexibilidad y el control del cuerpo que exhiben los yoguis expertos exige un esfuerzo equivalente, que va acompañado de conquistas interiores por las que no se reciben títulos.
Los practicantes de disciplinas psicofísicas desarrollan habilidades que permiten gestionar adecuadamente los estados mentales, emocionales y energéticos. Así cultivan la serenidad y favorecen el crecimiento psicológico o espiritual.
En el yoga o el chi kung este dominio se refiere a la energía vital que desciende y asciende por el tronco del cuerpo como en un circuito cerrado.
El fin último de estas prácticas es alcanzar tal fusión entre las estructuras físicas y energéticas del cuerpo que sea posible el despliegue de los potenciales extraordinarios de comprensión y longevidad a que hacen referencia las tradiciones antiguas.
Reconecta con el cuerpo y con la Tierra
Las tradiciones espirituales ven una resonancia entre el cuerpo y el cosmos. En su funcionamiento se expresa toda la sabiduría y la capacidad creativa de la naturaleza.
La mente puede ansiar el conocimiento de las leyes físicas y químicas, pero el cuerpo humano ya es el resultado más acabado de su aplicación. De alguna manera, el objetivo debiera ser conectar con lo que el cuerpo ya sabe.
La experiencia del cuerpo como un ente sagrado –digno de respeto– es un primer paso para considerar la naturaleza entera como su origen y su casa. Así alcanzamos un doble asimiento, en nuestro cuerpo y en la Tierra, que cura la extraña sensación de no formar parte de este mundo.