Como hemos visto en otros artículos, los primeros años de vida son básicos en la configuración de nuestro cerebro. Durante este período tan importante los niñosaprenden de su entorno las habilidades básicas que van a necesitar, durante toda su vida, para sobrevivir.
Cuando las condiciones de la primera infancia son muy extremas, los aprendizajes necesarios para procurarse cobijo o alimento, también lo son. En este artículo veremos cómo una tremenda escasez de comida en su infancia empujó a Paula a adoptar un patrónque, aunque la ayudó a sobrevivir en aquellos momentos, en su vida adulta le provocó un preocupante problema alimentario.
Atracones de comida y emociones
Un día Paula acudió a mi consulta psicológica. El motivo principal de su visita eran unos atracones de comida incontrolados que le sucedían en las ocasiones menos oportunas.
Me contó que, justo cuando tenía un compromiso social importante, como la boda de una amiga o una comida de trabajo, comenzaba a comer compulsivamente todo lo que estaba a su alcance. Comía hasta “reventar”.
Cuando ya no podía comer más, paraba y, entonces, comenzaban las consecuencias del atracón: ardores de estómago insoportables, dolor de barriga, graves problemas de digestión e, incluso, había llegado a vomitar en varias ocasiones por pura saturación.
Le pedí que me explicara con más detalle cómo era su relación con la comida y si notaba alguna diferencia entre su comportamiento en casa y fuera de ella.
Aunque en casa siempre procuraba tener más comida de la necesaria (muchas veces se le pasaba la fecha de caducidad de los productos sin haberlos consumido), su problema principal ocurría fuera.
Cuando asistía a alguna reunión o fiesta en la que había comida disponible, sentía como se activaba en ella una necesidad incontrolable por llenarse. Su cabeza le decía que eso no estaba bien, que no era sano, e intentaba distraerse charlando con las amigas, pero seguía comiendo aún sin darse cuenta.
Paula comparaba su problema con el del fumador que no es consciente de haber encendido un cigarrillo porque tiene tan automatizado el proceso que solo se da cuenta casi cuando se lo está terminando. Se sentía dominada por esta necesidad de comida. No la podía controlar y esto la asustaba.
Trastornos alimentarios e infancias duras
Hablando sobre su historia personal, me explicó que su familia había sido muy pobre. Su padre tenía una personalidad muy complicada y siempre le echaban de todos los trabajos que probaba. A veces tenía períodos de depresión y no buscaba trabajo. Para poder comer ella y a sus otros 5 hermanos, solían depender de ayudas de vecinos o familiares.
Recordaba que, en muchas ocasiones, su tía la iba a recoger al colegio y pasaba la tarde en casa de sus primas, donde sí que podía merendar y cenar de forma normal. También tenía grabada una frase que le decían sus padres cada vez que la invitaban a algún cumpleaños: “come todo lo que puedas que no tenemos nada para mañana”.
Por suerte para ella, la situación actual de Paula era totalmente diferente. Tenía un trabajo estable en una gran empresa y no sufría apuros económicos. Sabía que su infancia le había marcado y que aún tenía la necesidad de acumular alimentos, pero esto no le causaba mayor problema. Su gran preocupación era no poder controlar sus atracones cuando estaba fuera de casa. Le preocupaba, incluso, que pudiera afectarle negativamente en su trabajo.
Aunque Paula era consciente de que la frase de “come todo lo que puedas” le seguía afectando, era incapaz de ignorarla. Esa idea se había grabado tan fuerte en su cerebro de niña que, muchos años después, aún seguía controlando su vida.
Cómo reprogramar un patrón dañino
Para poder cambiar este patrón no bastaba con hacer un trabajo racional, ella ya sabía que era algo que le hacía daño.
Para reprogramar este patrón, tuvimos que trabajar a un nivel mucho más profundo, más emocional. A lo largo de sus sesiones, Paula pudo interiorizar y aprehender que su situación actual ya no tenía nada que ver con su carencia del pasado.
Pudo cambiar el mensaje de “come todo lo que puedas por si mañana no tienes nada” por otro mucho más actual y saludable: “puedo procurarme mi propia comida, ya no necesito acumular”.
Progresivamente, esta nueva idea fue sustituyendo a la antigua y se fue reflejando en su vida. Dejó de acumular comida en su casa y, también, mejoró su ansiedad en las reuniones o fiestas.