A menudo no valoramos el milagro de estar vivos, de poder estar aquí y ahora, experimentando la existencia. También puede ser que pensemos mucho en la muerte como una amenaza. Ese momento que nos aterra porque es aparentemente el final de todo, o al menos de todo lo que creemos conocido. Ese momento que asociamos con sufrimiento y con separación.
Cualquiera de estos acercamientos a la vida nos alejan del sentido verdadero de la misma. Puede que sintamos la urgencia de controlar las situaciones que aparecen en ella, forzándonos a que sean de una determinada manera que parte de nosotros ha decidido ser la mejor.
Puede también que nos mantengamos muy ocupados con el plano físico, pensando siempre en el futuro y planeándolo para que ocurra tal y como queremos. Y, seguramente, si no ocurre así suframos mucho.
De esta manera, nos cerramos al despliegue y flujo natural de la existencia y a la magia de lo que ella tiene para ofrecernos en el momento presente. Meditar nos puede volver a recordar lo importante de experimentar el milagro de la vida.
Reconocer el milagro de la vida
“El verdadero milagro no es caminar sobre agua o caminar en el aire, sino simplemente caminar sobre esta tierra” dice el maestro budista zen Thich Nhat Hanh.
Esta vida llena de misterio es preciosa. No sabemos de dónde venimos ni a dónde vamos. No sabemos cuál es nuestra misión aquí y ni siquiera si lo que percibimos es real. Pero hay esta conciencia de identidad, esta existencia en la que habitamos, y este cuerpo humano relacionado con ella que nos permite interactuar con la aparente realidad física.
Y también tenemos este momento presente, en el que todo ello se concentra, y que es lo único que de verdad existe y en lo cual esta existencia se despliega.
¿Cuál es el sentido de la mayoría de las cosas que nos preocupan desde esta perspectiva?
El mayor regalo que podemos darnos es disfrutar de cada momento presente que se nos ha brindado. Y disfrutar no tiene por qué ser nada extraordinario. Hay una magia infinita en lo ordinario, simplemente necesitamos estar presentes y abiertos para permitir que fluya en nosotros, y nosotros con ella.
Cómo meditar sobre la fragilidad de la vida
- Para esta meditación necesitas una flor natural, puede ser en una planta o en un jarrón.
- Sitúa la flor delante de ti y obsérvala, dejando que tu atención repose suavemente sobre esa flor.
- Si surge algún pensamiento date cuenta de él y déjalo ir sin engancharte a él, volviendo de nuevo a reposar tu atención en la flor y dejando que entre en tu espacio de conciencia.
- Date cuenta de las sensaciones que surgen en tu cuerpo al observar esa flor. Quizás percibas belleza o alguna otra cualidad, simplemente observa lo que surge.
- Ahora puedes observar la flor en su fragilidad. Esta flor ha florecido y en pocos días se habrá marchitado y habrá muerto.
- Observa también cómo en su corta vida esa flor despliega toda su belleza y potencial, cómo se entrega y se abre a su vida. Y cómo se entrega también con facilidad y ligereza al curso natural de esa vida, que incluye el marchitarse. Dejando que suceda sin resistencia.
- Ahora puedes cerrar tus ojos y visualizarte como una flor. Estás florecida, abierta a tu vida y desplegándote en ella. En unos días te marchitarás siguiendo el flujo natural de esa vida, entregándote a ese proceso como parte de ella con ligereza y confianza.
- Siente las sensaciones presentes en tu cuerpo mientras te visualizas como flor.
- Ahora vuelve a tu cuerpo humano y siente este mismo proceso de entrega a tu existencia en todas sus etapas.
- Siente el efecto de ello en tu cuerpo, tus sensaciones físicas y tus emociones.
- Respira profundamente y suavemente abre tus ojos.