No hay nada malo en ser bueno. El problema es cuando la generosidad indiscriminada se convierte en una adicción. Entonces podemos hablar de «mala bondad», cuando por querer gustar a los demás y complacerles, por la necesidad de «encajar», renuncias a tus propias prioridades y dejas de ser tú mismo.
El adulto mendigo de amor
Recuerdo bien una conversación que tuve en la consulta del psicólogo Xavier Guix. Uno de los temas que puse sobre la mesa fue mi adicción a complacer a los demás, lo cual incluía invitar a todo el mundo, incluyendo cenas multitudinarias y viajes.
Una de las claves me la había dado, meses antes, el también psicólogo Antoni Bolinches: «A quien de pequeño le ha faltado el amor de su padre o de su madre, de adulto tratará de comprarlo por todos los medios».
Y el amor del adicto a complacer se compra con dinero, con tiempo y energía, hasta que al final te encuentras tan vacío que dejas de saber quién eres.
Este es justamente el tema del último libro de Xavier Guix: El problema de ser demasiado bueno, un síndrome muy generalizado que tiene su origen en creencias que nos han inculcado desde pequeños. Todo niño desarrolla un deseo a complacer porque, desde la memoria inconsciente como cazadores recolectores, los más débiles necesitan de la protección del grupo. Y eso implica agradarles.
Las cuatro dinámicas de la "mala bondad"
El drama es cuando, siendo ya adultos y sin fieras que nos acechen, seguimos tratando de comprar amor o, peor aún, mendigamos la estima de los demás. Xavier Guix nos habla en su libro de cuatro columnas que sostienen la enfermiza adicción a complacer:
- Guiarse por el principio de obediencia. Se parte de la creencia de que, para ser buena persona, tienes que cumplir todas las exigencias de los demás, tanto si te gustan como si no. Si dejas de obedecer, dejas de ser «bueno», como nos han inculcado en la infancia.
- El mandato de portarse bien. Implica obsesionarse con la exigencia, desvivirte para que todo salga perfecto, y sufrir por miedo a equivocarte. Como afirma el autor: «Portarse bien es ser perfecto para los demás».
- La angustia de no ser bueno. Para la persona «buenista», la peor de las calamidades es sentirse rechazado o bien apartado por ser diferente, no ser tenido en cuenta. Otro motivo de sufrimiento es «no ser lo suficiente bueno», lo cual nos provoca culpa y miedo.
- La ira contenida. La mala bondad tiene como consecuencia la represión y acumulación del enfado no expresado por no poder ser uno mismo. El trato injusto que a menudo recibes, lo que llegas a tragar y aguantar, puede acabarse convirtiendo en odio por ti mismo e incluso somatizarse en forma de enfermedades.
Veamos un ejemplo práctico. Ángeles vive por y para los demás, hasta un extremo en que su generosidad y altruismo se ha convertido en «mala bondad», ya que se siente agotada, tiene frecuentes migrañas y su estado de ánimo suele ser bajo. Le cuesta dormir por la noche y a menudo se siente decepcionada con su entorno.
¿Por qué hay tanta gente desconsiderada con ella, cuando Ángeles lo da todo por los otros? A medida que crece su enfado, que se esfuerza en ocultar, se encuentra cada vez peor. Hasta que no comprenda que con su entrega desmesurada se está agrediendo a sí misma, no empezará a realizar cambios que le permitan vivir una existencia más equilibrada. Con todo, le preocupa la reacción de los demás cuando vean que ha dejado de ser tan solícita. ¿Perderá puntos en su consideración, con lo que le ha costado cosecharla? ¿La dejarán, incluso, de lado?
El diagrama de Peirce: de lo necesario a lo posible
Conocí por Guix este diagrama del filósofo y lógico norteamericano C. S. Peirce. Consta de cuatro cuadrantes: lo necesario, lo posible, lo imposible y lo contingente. Para el tema de este artículo, nos interesan los dos primeros.
- Quienes se mueven por lo necesario ven en la entrega a los demás una exigencia vital, como el niño que depende del abrazo protector de sus padres. Por eso siempre tienen el «sí» en los labios, aunque eso implique renunciar a su propio tiempo y necesidades.
- Quienes se mueven por lo posible, en cambio, actúan según sus posibilidades, guiados por el sentido común. No son egoístas, sino mesurados. Cuando reciben una petición, analizan si disponen del tiempo, la energía o el dinero que implica, asegurándose de que eso no les traiga consecuencias negativas. Si es posible ayudar sin negarse a sí mismos, su respuesta será afirmativa. En caso contrario, te dirán: «Lo siento, no me resulta posible en estos momentos».
Los primeros dos cuadrantes del diagrama de Peirce nos enseñan que, para sanar de la mala bondad, debemos transitar de lo necesario a lo posible.
Los peligros de ser amable
Si ser bueno con todo el mundo sirviera para ser amados de igual manera, al menos tendría esta compensación. Sin embargo, la realidad nos demuestra que muchas veces no es así. De hecho, a menudo cosechamos justo lo contrario. Hace medio milenio, Maquiavelo ya nos advertía de que «el odio se gana tanto con las buenas obras como con las malas». Quien escribe este artículo puede dar fe de ello, pues un sinfín de veces me he visto rechazado y malinterpretado por el solo hecho de ser amable.
En un mundo lleno de equilibradores, «solo te doy si tú me das», una actitud de servicio resulta a menudo sospechosa. La amabilidad se lee con segundas intenciones y da pie a la pregunta: ¿Qué diablos trata de conseguir este?
Julio Torri, un autor mexicano fallecido en 1970, lo explicaba con el siguiente microcuento:
«Y llegó a la montaña donde moraba el anciano. Sus pies estaban ensangrentados de los guijarros del camino, y empañado el fulgor de sus ojos por el desaliento y el cansancio.
–Señor, siete años ha que vine a pedirte consejo. Los varones de los más remotos países alababan tu santidad y tu sabiduría. Lleno de fe escuché tus palabras: «Oye tu propio corazón, y el amor que tengas a tus hermanos no lo celes». Y desde entonces no encubría mis pasiones a los hombres. Mi corazón fue para ellos como guija en agua clara. Mas la gracia de Dios no descendió sobre mí. Las muestras de amor que hice a mis hermanos las tuvieron por fingimiento. Y he aquí que la soledad oscureció mi camino.
El ermitaño le besó tres veces en la frente; una leve sonrisa alumbró su semblante, y dijo:
–Encubre a tus hermanos el amor que les tengas y disimula tus pasiones ante los hombres, porque eres, hijo mío, un mal actor de tus emociones».
Respondiendo a la ansiedad de Ángeles, salir de la mala bondad a través de lo posible no perjudicará su red de apoyos. Quizás pierda algunas «amistades», pero quienes se alejan de nosotros cuando dejan de obtener cosas no son verdaderos amigos. Lo importante es que ganaremos el respeto de los que merecen estar a nuestro lado y, más importante aún, ganaremos nuestro propio respeto.
Administra tus dosis de bondad
La generosidad tiene límites que vienen dados por la satisfacción de las propias necesidades.
- Las tres negaciones: Numerosos autoboicots adultos tienen como origen mandatos negativos de la infancia como «No toques», «No digas» o «No hagas», como explicaba Oriol Pujol, maestro de muchos autores actuales de desarrollo personal.
- De salvados a enemigos: Las personas a las que más había ayudado, ahora eran sus enemigos, afirmó en uno de sus artículos en el dominical de El País el escritor Javier Marías. Eso sucedía porque habían contraído con él una deuda que no podían devolver.
- Primer paso para no reincidir: Para desengancharte de la «mala bondad», un primer paso es no ofrecer nada por adelantado si no te lo han pedido. Si dejas de anticiparte, te ahorrarás la mayor parte de actos de generosidad que, en realidad, no te corresponde realizar.
- Puedes darte el permiso: «Los demás lo merecen todo y tú no necesitas nada», dice un supuesto principio sobre el que se levanta la «mala bondad». Contra ese prejuicio, date permiso para pedir en tu vida todo aquello que te aporte plenitud. Eso no es egoísmo.
- Aprender a decir «no»: «Las personas realmente exitosas dicen ‘No’ a casi todo». Quizás nos parezca extremo, pero hay mucho de verdad en esta declaración de Bill Gates, pues no hay mayor éxito que saber preservar nuestro tiempo.
- Calcula el tiempo: Antes de responder a una petición, presupuesta la inversión de tiempo que te representará. Por ejemplo, si alguien quiere que revises su tesis, calcula las horas de lectura y del comentario posterior. ¿De verdad quieres dar esas horas?