En este mundo en el que todo es instantáneo, hemos empezado a aplicar esta misma urgencia en la felicidad. Vivimos obsesionados con ser felices. Buscamos fórmulas mágicas, citas motivacionales y promesas de éxito que nos hagan sentir bien constantemente. Pero ¿y si la felicidad tal como la entendemos fuera otra cosa? ¿Y si no existiera? Esa es una de las muchas reveladoras ideas que el psicólogo Walter Riso, uno de los más influyentes en España y Latinoamérica, comparte con Cuerpomente en esta entrevista.

El doctor en Psicología es una de las voces más influyentes en el ámbito del desarrollo personal en habla hispana, y en su nuevo libro, Los 7 pilares del amor propio, nos propone aprender a amarnos de verdad, sin filtros ni intermediarios. En esta entrevista tratamos algunos de los temas principales de su obra, como son la autocrítica, los valores, el miedo al fracaso o ese difícil paso de defender nuestra valía ante los demás.

Amor propio

-¿Existe algo así como un secreto de la felicidad? Y si existe, ¿cuál es?
Yo creo que le preguntaste a la persona perfecta. Para mí, la felicidad no existe. Tal vez existe la alegría, que es una emoción básica, primaria, que no es aprendida, sino que es genéticamente incorporada al banco de emociones hace miles de millones de años. Y la alegría te sirve para muchas cosas. Pero la felicidad sería para mí el apego a la alegría.

Yo no creo en la felicidad, yo creo en la alegría. Hay momentos que son muy buenos, hay momentos que son especiales. Entonces, por eso prefiero hablar de bienestar. Entonces, para mí la felicidad no tiene secreto, porque no existe.

-Hablando del título de su libro, Los 7 pilares del amor propio, la primera pregunta que me ha surgido es: ¿qué es el amor propio y cómo se diferencia de la autoestima, o en qué se diferencia?
La autoestima es la valoración personal que tú haces de ti misma. Es la valoración que haces de tu valía personal de acuerdo con el rendimiento o al resultado de algún tipo de actividad. La autoestima está condicionada a lo externo. Esa es una de las razones por las cuales puede ser fluctuante, porque a veces te va bien, a veces te va mal…

Es difícil encontrar una persona en la clínica que tenga una autoestima alta constante, porque no está agarrada sino de lo externo, pero es necesaria.

El amor propio es la aceptación incondicional de uno mismo, con relación a la dignidad y el respeto personal. Una actitud y un conocimiento de cómo vales tú como persona por el solo hecho de estar viva, independientemente de lo externo. Y, por lo tanto, una actitud de cuidarte, una actitud de quererte. Una actitud de estar pendiente de tus necesidades, sí, una actitud de autocompasión. Implica cuidar tu esencia personal y respetarla por encima de todo.

Esa aceptación tiene que ver con un juego mental que vos podés hacer de descentramiento. Por ejemplo, imagínate que tú tuvieras una persona que quieras mucho, que ames mucho en tu vida, suponte un hijo. Pero a tu hijo no le va bien en el colegio, tiene problemas porque es torpe, no le va bien en matemáticas, sufre bullying, es tímido, tiene un problema de sobrepeso que le está haciendo daño. ¿Tú dejarías de amar a ese hijo? No, ¿no es cierto? Inclusive lo amarías más. Entonces, ¿por qué no te lo aplicás a ti también? Porque no nos educan para eso.

Domando al ego

-En un momento del libro hablas de la comparación. En este mundo en el que vivimos, en el que estamos expuestos constantemente a las redes sociales, las pantallas... ¿Qué podemos hacer con la comparación? ¿Cómo podemos librarnos de la comparación constante?
La única manera de librarse de la comparación es que puedas tener un buen amor propio. Siempre es la idea de que tu autorrefuerzo interior, tu elogio interior, tu aplauso interior, sea más fuerte que el aplauso exterior. Si tú pones tu valía personal afuera, pues te pueden pasar dos cosas: Una grave y la otra más grave.

Una es que se juntan veinte y te dicen: "Sos un idiota, sos una estúpida", entonces yo le creo y me siento bien estúpido.

Pero puede pasar algo peor: que te vaya genial, y tú creas que eres genial, cuando en realidad eres un estúpido. Que sea la gente la que te define a través de las redes, y la que te da su visto bueno.

Antes no sabíamos qué le pasaba a la gente en su vida. La veíamos por la calle… Igual los adolescentes pasan por una etapa de escenario, en que creen que los miran. Pero ahora no es imaginario, es real. Porque uno se compara cuando es chiquito, porque necesita reestructurar su yo. Y el yo se reestructura en la comparación de otros, para saber en qué me parezco y en qué no me parezco.

Pero cuando tú ya creces y sigues imitando, tienes un problema. Porque la imitación corrompe, te hace hacer como otra persona. Entonces, la comparación puede ser ascendente o descendente. Mirar a los de arriba con el ánimo de aprender o mirar a los de arriba con el ánimo de sufrir y ver todo lo que me falta. Por eso van con selfie a un cirujano plástico: "Yo quiero ser como Angelina Jolie".

Pero la comparación también puede ser buena. La ascendente te puede servir, es decir: "Bueno, tengo estos modelos, entonces me pueden inspirar". Y la descendente es mirar a la gente que está peor que uno. Y eso te puede crear no satisfacción, pero sí te puede crear la idea de la compasión, el sentimiento de empatía y ayudarlas. También te puede llevar al agradecimiento.

-Otro punto importante en tu libro es la autocrítica. Cuando la hacemos y llegamos a la conclusión de que nos hemos equivocado, ¿cómo nos perdonamos a nosotros mismos? Porque eso es complicado.
Yo en el libro cuento un caso personal, que no lo voy a decir aquí, pero que es mío y es real. Y en él explico que tienes muchas formas de llegar al autoperdón, pero para ello, primero tienes que pasar por el perdón.

Es muy complejo de explicar, pero la clave está en devolvernos la pregunta: Si tú te haces una autocrítica constructiva, ¿para qué necesitas el perdón?

Me equivoqué, tengo que mejorar, es humano, soy humano. El perdón es necesario cuando tú tienes un resentimiento muy fuerte hacia ti mismo —que sería el autoperdón— por alguna cosa. No te quieres o te odias por algo que hiciste. Hay muchos caminos para llegar a eso, hay muchas técnicas nuevas de autoguía hacia el pasado. Por eso uno de los pilares del amor propio es reescribir la propia historia. Construir una narrativa que no es de ninguna manera engañosa, sino equilibrada. Que sea un poco más realista. De pronto tienes la idea de que siempre has sido un desastre y no es así.

Elige tus batallas

-Cuando ya hemos construido ese amor propio, ¿cómo lo hacemos valer ante los demás?
El amor propio tú no lo terminas de hacer nunca porque es un proceso en estado vivo, ¿sí?

Dicho esto, en primer lugar, tú no tienes que hacer valer el amor propio ante nadie, porque es como los derechos humanos: son imprescriptibles, ¿sí? Inalienables. Tú no eres un medio, sino que eres un fin en ti mismo. Nadie te puede cosificar.

Entonces, cuando tú tienes claro eso, simplemente defiendes el amor propio cuando una persona o alguien trata de violarlo. Por ejemplo, una forma de defender el amor propio es no estar en un lugar equivocado. ¿Y qué es un lugar equivocado? Es un lugar donde no te quieren, un lugar donde se burlan de ti, donde no te aceptan como eres. ¿Por qué tendría que estar ahí? Hay gente que está ahí, y no sirve de nada, inclusive si es tu mamá la que no te quiere tanto. Hay gente que está todo el tiempo buscando que la mamá la quiera. Y no es tan fácil, pero tampoco estudiar una carrera es fácil. Hay cosas que no son fáciles.

Otra, por ejemplo, no estés todo el tiempo disculpándote. Esto de que decís: “Perdón, ¿me puede vender un chicle?” Pido perdón para que me vendan un chicle. Eso parece sutil, ¿no? Pero hay miles de situaciones con el “perdón” o “discúlpeme”.  Hay gente que pide disculpas hasta por respirar, por existir.

-¿Qué hacemos con el miedo al fracaso, por ejemplo?
Bueno, tenemos que preguntarnos, ¿qué es fracasar? Es que te va mal en algo que no vas a poder volver a hacer nunca. Si no, no hay fracaso: es un error, un traspié.

Ahora… ¿Qué determina el fracaso? Cuando tú no sabes que estás en un proceso, porque te estás preocupando por la meta, sientes que fracasas. ¿Y si yo te dijera que si mi meta es el proceso y no el resultado, no podría fracasar? Porque voy hacia allá. El éxito está en esa ida.

Entonces, el miedo al fracaso se vence cuando estás en el proceso. Que no es el aquí y ahora de mindfulness —aunque me sirve—, pero no es mindfulness. Es estar en un proceso vivo que va hacia un lugar. Y nunca vas a llegar. Porque no está en tus planes. Pero si haces bien el proceso, llegas.

Amor con valores

-¿Cómo se relacionan los valores con el amor propio?
Tus valores no son los valores, son tus valores. Los valores pueden estar en un manual, pero eso de pronto no tiene nada que ver con los míos. Entonces, cuando uno tiene sus valores, cada valor te da algo.  Por ejemplo, un valor que tengo claro de chiquito es la libertad. El principio es la manifestación de ese valor. La manifestación de la libertad: la autonomía. Entonces, la autonomía es un principio; el valor es la libertad.

La libertad me orienta, me da una dirección de vida. Y yo voy a ser coherente con ese valor y voy a apuntar a las cosas que vayan por ese lado. Cuando van por ese lado, en esa direccionalidad, el amor propio se va fortaleciendo porque está contento.  Porque tú estás siendo sincrónico contigo mismo, estás siendo coherente, existencialmente hablando, contigo mismo. Ese valor lo que hace es marcarte una dirección. Tú nunca llegas a la libertad, pero es una dirección.

Pero la gente no es así. La gente es como una escopeta de perdigones: piensa una cosa, hace una cosa y siente otra. Todo está en distintos lados.

Para poder tener eso, tienes que ir soltando apegos, porque lo que se opone al dolor son los apegos, las adicciones. Cuando tú vas soltando los apegos, te vas quitando cosas de encima, te sientes más libre para ver qué es lo que quieres y para dónde vas. Porque muchas de las batallas que llevamos a cabo no son nuestras. No las elegimos nosotros, nos las impusieron.

A veces hay que deponer las armas, decir: “Esta no es mi batalla. Me importa un rábano. Mi mamá quería que hiciera esto, mi papá quería que hiciera esto, mi hermana esto, un amigo me puso aquí…” ¿Y por qué no me voy?  Porque me da vergüenza, o porque entonces eso es ser un desertor.

No, eso no es ser un desertor. Eso es decir que esta lucha no tiene sentido. El desertor es el que escapa de aquellas cosas que tienen sentido. Esta batalla no es mía. Y como no es mía, puedo deponer las armas y me voy.

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