Seguro que te ha pasado alguna vez en la vida. Ves a alguien, por la calle, en una reunión social, en un contexto cualquiera, y solo por su aspecto, imaginas cómo debe ser. Su ropa, su forma de andar e incluso el tono de su voz parece decirte algo. No está mal intentar adivinar como es el otro, es algo natural. El problema es creértelo sin ponerlo a prueba.

En la era de las redes sociales, este problema se ha agravado. Lo estético, lo agradable, se considera esencialmente bueno. Nos identificamos con ello. Entendemos sus razones. Lo feo, lo desagradable queda, en cambio, en un segundo plano. Lo consideramos inherentemente malo, sin preguntarnos nunca que se esconde detrás, porque no nos identificamos con ello. Este problema, asegura el filósofo estoico William Mulligan, es uno de los grandes peligros de nuestra sociedad, y el estoicismo puede arreglarlo.

El doble rasero

“Nos juzgamos a nosotros mismos por nuestros monólogos internos y nuestras intenciones”, explica Mulligan en su libro Ser un estoico. Si alguna vez te has saltado un STOP por ir despistada, se te ha pasado poner el intermitente y has acabado siendo víctima de un fuerte pitido, puede que hayas pensado “¡Vaya, no puede una equivocarse! ¡Qué poca consideración! ¡Con el mal día que llevo!”. Entiende tu error como algo humano, un fallo inocente y carente de maldad.

Sin embargo, explica Mulligan, “cuando el que hace algo ‘malo’ es el otro, solo juzgamos según lo que vemos”. Cuando es otro el que falla, el que no respeta las normas tráfico, siguiendo con el ejemplo anterior, la cosa cambia. “La gente no tiene respeto por nada, que mal conducen, qué peligroso”.

Esta forma de pensar, tan naturalizada en nuestra sociedad, es peligrosa. Desconocemos las justificaciones y el diálogo interno que lo han llevado a actuar así, de modo que nuestro juicio suele ser duro e incluso profundamente injusto”, asegura el filósofo.

Imagen vs Talla moral

De igual forma que juzgamos lo que hace el otro solo por aquello que vemos, lo hacemos con la imagen. Y esto es, incluso, más temerario. “La imagen que percibimos de alguien no es lo mismo que su talla moral”, advierte Mulligan.

No son pocas las veces que, al ver los andares o la ropa de determinada persona, la percibimos automáticamente como una mala persona. Mulligan nos advierte que “el capitalismo nos ha condicionado para pensar que los símbolos del estatus social reflejan la talla moral”, y es fácil caer en sus trampas.

“Piensa en los banqueros que ganan miles de millones aprovechándose de los demás en las crisis financieras del mundo occidental”, inquiere el filósofo. “Sus formas de hablar, su vestuario, sus coches y sus casas transmiten la sensación de que deben ser buenas personas y que simplemente usan el sistema según se ha diseñado para explotar a los demás en su propio beneficio”.

Frente a esta imagen, globalmente moralizada, encontramos otra alternativa. “Compáralo ahora con las personas que viven de ayudas, un grupo al que los medios no dejan de demonizar. En general son seres que están pidiendo recursos de una forma legítima para poder proporcionar un techo y un plato de comida a sus familias: están utilizando el sistema tal como se ha diseñado porque nuestro sistema no les permite sobrevivir de otra forma”, nos explica el fundador de The everyday stoic.

La diferencia es que, según Mulligan, a estos últimos los juzgamos como seres “de moral floja y seguramente corruptos”, simplemente porque su imagen no se corresponde con lo que hemos aprendido, que es “bueno”. “¡Mira la ropa que llevan, cómo hablan y cómo viven!”, dramatiza el filósofo. “En lo referente a las divisiones de clase en la sociedad, hemos perdido de vista la sabiduría objetiva”.

Las palabras que nos visten

Si con la imagen el problema de la superficialidad es evidente, algo muy similar sucede con aquello que decimos. La tendencia general es quedarnos con lo superficial de cada mensaje, sin profundizar en su contenido.

“Tengo un amigo que ayuda a los animales y lleva quince años siendo vegano”, explica Mulligan para ejemplificar este problema con una experiencia personal. Este amigo publicó algo en X (el infierno del pensamiento superficial) y un tercero comenzó a atacarlo. “La persona en cuestión había compartido imágenes de una vaca que estaba siendo maltratada por un granjero, y mi amigo comentó que a los animales que se crían en fábricas les pasan cosas mucho peores a todas horas”, narra el filósofo. “En seguida se vio atacado por una avalancha de gente que le decía que era lo peor, que era mala persona, que cómo podía odiar tanto a los animales”.

Esta situación dejó al amigo de Mulligan completamente desconcertado. “Solo había tratado de señalar la falta de bienestar en gran parte del sector ganadero”, en cambio, la masa lo calificó a él como el problema porque sus palabras no eran las adecuadas, desentonaban “entre las típicas fanfarronerías que muchos sueltan en internet”, cuenta el filósofo.

Más allá de la anécdota personal, el filósofo nos invita a hacer una reflexión fundamental en el siglo XXI, “puede que un activista de un barrio desfavorecido no utilice la terminología que se considera adecuada en los tiempos que corren, pero al poner en marcha un grupo de cuidadores jóvenes de la zona, estará haciendo mucho más bien que alguien que solo se dedica a teclear y cuya única ‘acción’ es pelearse con otro en internet por el vocabulario que emplea”. Y concluye con una frase que quedará para la historia: “El único legado de los guerreros del teclado es haber sembrado más polémica en el mundo”.

Una solución estoica

La solución a toda esta diatriba, a esta pelea entre lo superficial y lo moral, explica Mulligan, se encuentra en la que él considera “la piedra angular” de las virtudes estoicas: la sabiduría.

Marco Aurelio, explica, se dio a sí mismo una valiosa instrucción que todos deberíamos tener presente. “No malgastes más tiempo discutiendo sobre cómo debería ser un buen hombre. Sé ese hombre”, escribió el estoico emperador romano.

El joven filósofo comulga con su reflexión, y nos invita a vivir teniéndola muy presente. “Lo que importa son las acciones, no los pensamientos, ni el razonamiento ni la autopercepción”.

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