A menudo la gente me pregunta por la pócima mágica de la seguridad emocional propia o por trucos para ayudar a desarrollarla en los demás. Ante lo cual, como terapeuta, siempre empiezo advirtiendo que no hay atajos. Forma parte de nuestro proceso de crecimiento y transformación personal y, como tal, requiere de sistemáticos procesos de auditoría interna, mirada introspectiva continua y, sobre todo, un ingente, ímprobo y denodado esfuerzo.
La seguridad emocional es una sensación de satisfacción. Nos sentimos a gusto al percibir que hemos sido capaces de convertirnos en la persona que queremos ser y haber construido a nuestro alrededor un entorno sano y nutricio. La ausencia o presencia de este rasgo interior revierte en todos los espacios de nuestra vida: en las relaciones que establecemos, las decisiones que tomamos, los retos que afrontamos, las elecciones que hacemos y las actitudes que adoptamos.
Ivan Joseph –director de atletismo y responsable de uno de los programas de estrategia, liderazgo y administración deportiva más formidables de las universidades americanas– cuenta que a menudo los padres se le acercan para preguntarle qué aprecia en los jóvenes para becarles en su universidad. De todas las destrezas que puedan poseer los chicos, la que él busca es la confianza y seguridad en sí mismos.
Cree que la clave en el deporte –como en tantos otros ámbitos de la vida– se halla en la capacidad de practicar hasta el infinito. Para Joseph esa es la llave del desarrollo de la seguridad emocional. A menudo, tras el segundo fallo, la gente abandona y tira la toalla. Y no es posible desligar la seguridad en uno mismo de la perseverancia.
Vencer los obstáculos
Pese al anhelo de las personas por alcanzar ese estado, la magnitud del deseo no siempre es proporcional a la voluntad de acometer, con determinación y perseverancia, los sacrificios requeridos. No en vano, Thomas A. Edison hizo unos 10.000 intentos antes de dar con la bendita bombilla incandescente.
Quién sabe cuántas tentativas frustradas precedieron al invento que hizo pasar a los hermanos Orville y Wilbur Wright a los anales de la historia de la aviación. J. K. Rowling, autora de la famosa saga de Harry Potter, envió el manuscrito original de su obra a doce editores antes de ser aceptado. Me pregunto cuántos de nosotros hubiéramos desistido tras la tercera o cuarta negativa.
En las diferentes etapas del ciclo vital se trabaja y se desarrolla la seguridad emocional de diversas formas. Durante la infancia y la adolescencia es de extraordinaria importancia que nuestro entorno esté ordenado por el establecimiento de unos límites de conducta claros. Que los adultos acompañen en estas artes de forma efectiva, siendo afectuosos y delicados en las formas, pero firmes y consistentes en el fondo, es un motor generador de sentido de protección y seguridaddurante la infancia y sus efectos perdurarán durante toda la edad adulta de cualquier persona, por cuanto las normas de comportamiento nos llevan a actuar correctamente con respecto de los quehaceres propios de cada una de las etapas que vivimos.
Y eso es, sin duda, motivo de un gran gozo y de contento vital para cualquier individuo, tenga la edad que tenga, porque nada hay más reconfortante y reparador que sentirnos competentes en hacer lo que consideramos acertado, superando los retos propios de cada edad.
Ya en la fase adulta, la seguridad emocional no se forja tanto a través de los límites como gracias a los desafíos superados y los pequeños y grandes éxitos cosechados durante la vida. Los mismos actos son la clara demostración de la capacidad de llevarlos a cabo.
Ser capaces de establecer vínculos de afecto fuertes con la familia, realizar buenas elecciones con respecto de las amistades y pareja, completar una formación o aprender un oficio, estabilizarse en un empleo, incorporar las lecciones que subyacen a los errores, vencer las adversidades de la vida, crecer y convertirse en mejor persona cada día… son algunas de las fuentes que inspiran seguridad emocional.
El crítico interior
Con este mismo fin, resulta imprescindible modular y reconvertir al crítico despiadado que llevamos dentro en una voz positiva. Cuán a menudo escucho esta demanda en mi consulta: "Quisiera que me ayudaras a ser más seguro". El déficit de seguridad emocional es el responsable de la toma de innumerables determinaciones erróneas y, por tanto, el causante de la mayoría de nuestros desastres vitales.
Constituye la principal fuente del maltrato a la que nos sometemos nosotros mismos, al imputarnos el demérito de no saber ser mejores. Un claro ejemplo de ello son algunas elecciones de pareja, en las que, a menudo, la intuición y el sentido común nos alertan de que esa relación no nos conviene; pero el aciago crítico interior se empeña en advertirnos que no encontraremos nada mejor.
Pero ¡cuidado! No sea que denostemos los sentimientos de dolor, insatisfacción, fracaso, decepción, tristeza o arrepentimiento, y subestimemos su función y su valor. Es el malestar interior correctamente administrado el gran aliado que debe conducirnos a la reflexión, al desarrollo de la propia conciencia acerca de nuestros talones de Aquiles y asignaturas pendientes, y a la identificación de los esfuerzos y de los pasos que debemos dar para transitar los caminos de la superación.
Ser positivo y escapar de cualquier sentimiento adverso se ha convertido en una forma de "corrección moral" –en palabras de Susan David en su libro Agilidad emocional (Sirio, 2018)–. Y sin embargo, nadie ha conseguido reconducir aspectos importantes de su vida –añadiendo valor a su experiencia y generando sentido y satisfacción– si no fuera por la intensidad de su pesar y frustración.
Las personas emocionalmente seguras…
Están comprometidas con las necesidades propias y ajenas. Son capaces de establecerse pequeños objetivos, por los cuales se van esforzando poco a poco para alcanzarlos.
Son personas afectadaspor un menor estado de estrés, por cuanto son eficientes en identificar qué cuestiones merecen su atención y preocupación, y qué otros asuntos son secundarios y no requieren de una gran dedicación mental.
En situaciones de conflicto acostumbran a ser buenos gestores, porque poseen empatía y desapego. Pueden ponerse en el lugar del otro para experimentar una perspectiva diferente a la suya, al tiempo que toman distancia para no quedar demasiado fusionados con la situación y sus complejidades.
Generan una mayor cohesión en los grupos de los que forman parte. De mentalidad abierta y una predisposición a la unidad entre iguales, generan dinámicas sanas, manteniendo y fortaleciendo su diversidad.
El rendimiento de los equipos formados por personas emocionalmente seguras es mayor que la media. Sus habilidades sociales y sus dotes para trascender los intereses propios en beneficio del bien común les inclinan a ello. Asimismo, sus desempeños les generan una mayor satisfacción laboral. Disfrutan sintiendo que aportan al bienestar de otros.