Thich Nhat Hanh, monje budista nominado al Nobel de la Paz por su oposición a la guerra de Vietnam, explora en su libro La ira: el dominio del fuego interior cómo esta emoción puede consumirnos si no la controlamos. “La ira es como el fuego. Si no la controlamos, nos quemará a nosotros mismos y a todo lo que nos rodea”, afirma. Aunque el enfado en dosis moderadas es natural y útil para establecer límites y protegernos, su presencia constante puede tener efectos devastadores.
Este enfado constante tiene un impacto negativo tanto en nuestra salud física como en la mental. A nivel del cuerpo, se ha demostrado que el enfado está relacionado con los problemas cardiovasculares, puede debilitar el sistema inmunológico y, como efecto inmediato, puede generar dolores musculares y tensiones. En cuanto a la salud mental, como bien dice Nhat Hanh, es un fuego abrasador: estrés, ansiedad, depresión, baja autoestima, aislamiento social, conflictos, incapacidad de disfrutar la vida, falta de resiliencia… Y la lista sigue. Pero ¿qué significa, desde el punto de vista psicológico, este enfado persistente?
La primera capa del enfado: falta de límites
Cuando algo persiste más allá de toda lógica, es que sus causas no son externas, sino internas. Es decir, si eres de esas personas que se enfadan “por todo”, no es culpa de tus vecinos, de tus compañeros de trabajo o de toda la gente que te rodea. Hay algo dentro de ti que está fallando, ahí reside tu enfado real.
Para Harriet Lerner, psicóloga estadounidense y autora de The Dance of Anger, la causa principal de este enfado subyacente y constante (especialmente en mujeres) es la defensa emocional. Las personas que se enfadan constantemente, explica la experta en su obra, suelen tener dificultades para expresar sus emociones de forma saludable, por lo que el enfado acaba por convertirse en una herramienta para protegerse de sus sentimientos más vulnerables.
Es decir, en lugar de lidiar con emociones tan incómodas como la tristeza, el miedo o la frustración, estas personas se enfadan. Es la única forma que conocen de comunicar sus necesidades o poner límites, por lo que la ira se convierte en una respuesta automática a situaciones que perciben como amenazante so injustas.
Esta ira crónica, además, puede estar relacionada con la falta de control sobre la vida propia. Esta situación genera impotencia, y hace que el enfado sea la única vía para recuperar cierta sensación de poder o control. El problema es que este patrón, lejos de arreglar las cosas, acaba dañando las relaciones interpersonales y perpetua el ciclo de la insatisfacción emocional.
La segunda capa del enfado: baja inteligencia emocional
La falta de control y la incapacidad de poner límites de forma saludable y asertiva son la causa más directa de este enfado constante. Sientes que debes dedicar todo tu tiempo a los demás, y acabas enfadándote por cada pequeña cosa. O quizá no eres capaz de expresar que estás triste, así que acabas sintiéndote aislada y, en consecuencia, enfadada.
Pero, ¿por qué sucede esto? Daniel Goleman, psicólogo que popularizó el término “inteligencia emocional” gracias a su libro Emotional Intelligence, asocia a un bajo desarrollo de esta inteligencia la ira constante.
La inteligencia emocional no solo nos ayuda a comprender a los demás, sino que nos ayuda a regular nuestras propias emociones. Si careces de herramientas para identificar lo que realmente te molesta, es habitual que este enfado persista más allá de lo razonable, haciéndote parecer naturalmente irascible.
Además, el enfado constante puede estar relacionado con un bajo nivel de empatía, que impide comprender las reacciones de los demás, generando una frustración constante.
La falta de control emocional también juega un papel en la ira crónica. Es esencial trabajar la autoconciencia, el autocontrol, la empatía y las habilidades sociales para manejar las emociones de forma eficaz. Además de aprender a identificar y entender lo que produce nuestros sentimientos, debemos desarrollar estrategias eficaces para lidiar con ellas.
La tercera capa del enfado: una mente poco entrenada
Ahora que comprendemos mejor lo que causa este enfado constante, es hora de ponerle solución. Y según el ya citado Thich Nhat Hanh, la mejor forma de hacerlo es por medio del entrenamiento de la mente. Una mente poco entrenada permite que acabemos atrapados en pensamientos y emociones, sin espacio para la reflexión o la conciencia plena.
Para el monje budista, que lidió con el enorme peso de haber visto a su país arrasado por una guerra, la ira no es una emoción productiva. Y cuando alguien se enfada constantemente, en realidad lo que está experimentando es un conflicto interno no resuelto, o un estrés continuo.
Para lidiar con ello, recomienda la práctica del mindfulness y la compasión. Si transformas la ira que sientes en compasión hacia ti misma y hacia los demás, esta comenzará a remitir. De alguna forma, hay algo en ti que no dejes de criticar y que proyectas sobre los demás. Aprende a sentir compasión por ti misma, y la ira acabará marchándose. O, al menos, mitigándose.