Si navegas por las redes sociales con cierta asiduidad, sabes que vivimos en la cultura de la cancelación. No importa si alguien intenta hacer algo correcto, un pequeño fallo (del presente o del pasado) es suficiente para condenarlo al exilio. Nadie tiene permitido equivocarse, nunca. Es una visión simplista de las personas que nos rodean, la que, como explica el Lama Rinchen, impera en esta nueva era.

Todo es blanco o es negro. Es bueno o es malo. Y cuando nos formamos una opinión sobre alguien, no estamos dispuestos a revisarla. “La gente no cambia”, nos decimos constantemente. Y mientras creemos que nos protegemos de los que nos rodean, tan solo levantamos muros que harán que nos rompamos.

Es esto, precisamente, lo que nos propone analizar el Lama Rinchen por medio de una sencilla metáfora. “El agua no se resiste, se acomoda. Nosotros operamos como hielos, ya tenemos una forma definida, y si no encajamos perfectamente en el recipiente, nos rompemos”.

La desconfianza como tono general

“Piensa mal y acertarás”, dice el famoso refrán. Pensamos que solo viendo lo peor en los demás podemos estar preparados para defendernos. Creemos que la gente no cambia. Y lo más importante, nos negamos a aceptar que podemos estar equivocados. Todas estas ideas, metidas en un cóctel junto con el descenso de la empatía y de la calidad de las relaciones que nos ha regalado el mundo moderno con su cultura de la inmediatez, da como resultado un mundo que cada vez juzga peor y más rápido.

En este contexto, las palabras de un hombre como el Lama Rinchen, que ha dedicado su vida a las enseñanzas del budismo, parece una auténtica revolución. “No hay que juzgar a nadie”, asegura el maestro budista. Aunque, aclara que sí “tenemos que evaluar a las personas, tenemos que discernir”.

El discernimiento frente al juicio

¿En qué se diferencia aquello que el maestro llama discernimiento del juicio propiamente dicho? Como decíamos al comienzo de este artículo, se refleja a la perfección en su metáfora.

Tenemos que discernir”, dice el Lama Rinchen, “pero tienen que ser evaluaciones puntuales, contextuales, que caducan y después cuando se replantea la situación, que exista la posibilidad de reevaluar nueva evidencia”. Esta es la clave principal con la que el monje quiere que nos quedemos: “No te cierres a nueva evidencia”.

Si pensamos en la metáfora, el discernimiento nos lleva a actuar como el agua. En determinado contexto alguien nos hace daño. Nos engaña, por ejemplo. En ese momento, discernimos: “esa persona es peligrosa. Me está engañando”. Ante esta situación, asegura el Lama, “es legítimo discernir. Hay un criterio, es un discernimiento justo. Hay evidencia que lo respalda”. Por eso, somos agua, el recipiente parece indicar que algo va mal, y nos adaptamos a esa información.

Pero cuando esta idea se asienta en nuestra mente y la proyectamos en el futuro, hemos cambiado de contexto y empezamos a juzgar. “Si ese juicio lo trasladas al futuro”, explica el monje, “se convierte en un juicio categórico: ‘esa persona es mala ahora y siempre’. Y cierras toda la posibilidad de comprender a esa persona en el futuro, de relacionarte con esa persona y que sea tu mejor amigo o amiga”.

El peligro del juicio categórico

Cuando convertimos un discernimiento puntual en un juicio categórico, dejamos de ver a la persona y solo vemos la etiqueta que le hemos puesto. Y el problema es que esa etiqueta se vuelve inamovible. Nos aferramos a la idea de que alguien es de una determinada manera, y pase lo que pase, nos negamos a cambiar nuestra percepción.

Este fenómeno es especialmente evidente en la cultura de la cancelación, donde los errores —pasados o presentes— se convierten en sentencias definitivas. No hay margen para el aprendizaje ni para la evolución. Y con esta mente cerrada no solo negamos el crecimiento de los demás. Nos impedimos crecer a nosotros mismos, porque nos negamos a aprender de la evidencia.

El Lama Rinchen nos invita a preguntarnos: ¿qué perdemos cuando nos aferramos a estos juicios rígidos? La respuesta es sencilla: relaciones, oportunidades de entendimiento y, sobre todo, la capacidad de ver a las personas por lo que son en cada momento, no por lo que fueron en el pasado. Vivir en la compasión, en el respeto y el perdón es mucho más saludable que estancarnos en el rencor que, como la ciencia ha demostrado, nos enferma física y emocionalmente.

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