Lo dijo un productor de radio en Estados Unidos, Larry King: "Nada de lo que yo diga me enseñará nada. Para aprender, tendré que escuchar". Nos pasamos el día hablando, aunque estemos solos. Haz la prueba: aparta un momento la vista de la pantalla y escucha lo que su mente te está diciendo. Tus pensamientos no cesan de fluir. Lo quieras o no. Te guste lo que piensas o no.
Hablamos mucho, escuchamos poco
Constantemente nos contamos cosas a nosotros mismos. Somos seres parlantes y necesitamos comprender, analizar, memorizar, dar coherencia a las vivencias. Todo esto lo hacemos con palabras. Somos narradores natos. Nos contamos historias a nosotros mismos, a veces ciertamente alejadas de los hechos…
También hablamos constantemente con los demás. Les contamos nuestras historias, lo que hemos descubierto del mundo, de nosotros, nuestros anhelos, nuestras dudas y certezas. Pedimos, damos, solicitamos, requerimos, imploramos, rechazamos…
Las palabras nos sirven para comunicar pensamientos y estados de ánimo. Pero todo parlante necesita a alguien que le escuche. Encontrar una persona que sepa escuchar no es siempre fácil. Nos escuchamos correctamente para transmitirnos mensajes de poca importancia… y no siempre lo conseguimos. Basta ver lo complejo que resulta transmitir órdenes simples en el trabajo, o en casa: "Te había dicho que…". "¡Ah! Pues yo entendí que…". Es algo que sucede a menudo.
¿Por qué es difícil ser escuchado? ¿Recuerdas la última vez en la que sentiste que no te escuchaban con atención? ¿Cómo reaccionaste? ¿Supiste transmitir a la persona su sensación sin herirla?¿Se enfadó? ¿Se calló?
Nos suele resultar molesto que no nos escuchen con la suficiente atención cuando estamos contándole algo a alguien. Cuando tenemos un mensaje importante o necesitamos que alguien nos escuche, porque estamos pasando momentos difíciles, encontrar a la persona adecuada con la actitud adecuada nos es fundamental.
Pero veámoslo ahora desde el otro lado. ¿Y tú? ¿Cuándo fue la última vez que escuchaste con atención total a alguien? Es decir, sin interrumpirle, con empatía, mostrándole que le entendía, interesándote de verdad por esa persona y sin querer contar rápidamente tu experiencia personal o dar tu punto de vista de forma precipitada. Es difícil, ¿verdad?
La calma interior, el primer paso para saber escuchar
Tanto hablar como escuchar son un arte. Un arte que se debe practicar y que merece un cuidado especial. Es difícil saber si fue antes el hablar o el escuchar. En todo caso, sí podemos afirmar que cuando las palabras nacen del silencio son más significativas y justas. Como hemos visto, nuestra mente está llena de palabras, con un discurso constante que nos sobrepasa.
No somos dueños de esta verborrea interna. Para la gran mayoría de personas, el pensamiento se ha vuelto autónomo. La mente es una herramienta que debemos aprender a utilizar. Necesitamos conocer sus capacidades y saber cómo usarlas. Hablar lo justo es una de ellas.
Para hablar lo justo, escuchar o ser escuchado, la primera cosa es aprender el valor del silencio. Estar en silencio es callar, pero también es estar aquietado interiormente. Esto quiere decir que el discurso interior se detiene.
Cuando se logra el silencio interior, nos preparamos para hablar mejor y también para escuchar mejor.
Nuestra relación con nosotros mismos mejora y nuestra relación con las personas que nos rodean también. Pero, ¿por qué tanto hablar? ¿Te has dado cuenta de que muchas veces hablamos para ocultar la inquietud o la angustia? Igual que le explicamos un cuento a un niño asustado, nos contamos historias interiormente y también se las contamos a los demás.
6 formas de acallar la mente
Para sentar las bases de una escucha activa, empieza por trabajar el silencio dentro de ti:
- Siéntate cómodamente y con la espalda erguida.
- Respira a fondo. Es importante relajar los hombros, la nuca y el pecho.
- Observa tus pensamientos y sigue aquietando tu cuerpo, buscando una forma distendida de estar ahí presente.
- Deja que tus pensamientos pasen. Esto significa que observas lo que piensas, como si observases las nubes pasar en el cielo. Date cuenta de que puedes observar lo que piensas y decidir si intervienes o dejas pasar los pensamientos.
- Sigue dejando pasar los pensamientos durante al menos 20 minutos.
- Es posible que al finalizar hayas experimentado una curiosa sensación de silencio. Es algo grato y nuevo, fácil de reconocer. Aunque suele ser muy pasajero: ¡hay que practicar!
Miedo al silencio
Se diría que nuestra sociedad teme el silencio, como si de él pudiese surgir algo malo. Constantemente tenemos "historias-ruido" que nos adormecen y nos calman, películas, televisión, deportes, periódicos, revistas, cenas con amigos, muchas cosas, que llenan nuestro tiempo y nuestra mente.
Seguro que conoces a alguien que, por ejemplo, no soporta estar solo en casa sin poner música o tener encendida la televisión. Hablar se vuelve superfluo si tan solo sirve para no sentir miedo. Lo interesante es afrontar nuestros temores para poder vivir en la confianza y no en la evitación.
En todas las tradiciones espirituales se da un gran valor al silencio y a la escucha interna. Callar, aprender a aquietarse, es fundamental para abrirse a una mejor forma de vivir el día a día. Con verdadero sentido y con verdadera confianza.
Hay que atreverse a ponerse en contacto con el silencio.
Una vez envié a realizar un ejercicio en el bosque a una persona de ciudad. Cuando regresó me dijo que no había podido llegar hasta el final, ya que le asustaba el silencio del paraje. Esa persona proyectó sus miedos en el entorno. La ausencia de ruidos favoreció que viese toda clase de peligros. No sabía escuchar el silencio y disfrutar de él.
Por cierto, ¿recuerdas cuándo fue la última vez que estuviste al lado de alguien en silencio y sintiendo que os comprendíais profundamente? Las relaciones fuertes son capaces de compartir sin hablar.
Las 7 claves de una escucha activa
Toma conciencia de cada uno de estos aspectos que hay que tener en cuenta para aprender a escuchar de verdad:
- Sentirse interesado por la persona que se tiene delante y abrirse a ella. Nuestros gestos ya comunican si estamos dispuestos al diálogo o si va a ser una conversación de sordos. Es primordial una postura sin crispaciones, sin tener los brazos cruzados, y una expresión acogedora que invite a la confianza.
- Transmitir que tenemos tiempo para el otro, aunque sea escaso. ¡En pocos minutos se puede estar muy presente y hacerlo sentir!
- Adoptar una actitud receptiva. Eso implica estar atento a nuestras reacciones y opiniones, a los sesgos que tenemos y que van a modular nuestra comprensión. Debemos estar ahí para la otra persona; eso implica contener nuestras opiniones para poder escuchar el punto de vista del otro.
- No juzgar. Si la persona que habla se siente juzgada se distorsiona la comunicación y ella no se siente comprendida. Para mostrar empatía, podemos no estar de acuerdo, pero tenemos que hacer el esfuerzo de escuchar sin culpabilizar al otro. ¡Atención a los gestos, muecas y miradas!
- No dar consejos ni precipitarnos a resolver sus problemas. Muchas veces, cuando alguien se siente escuchado, va encontrando por sí mismo ideas que le ayudan. Otras veces, el mero hecho de expresar emociones o pensamientos ya ayuda a clarificarlos.
- Dar signos a la persona de que la comprendemos. De vez en cuando podemos asentir o reformular alguna frase o idea para mostrar nuestra empatía. Estar frente a alguien que no da ningún signo de comprensión puede resultar muy desagradable.
- Solo cuando la persona lo pida, expresar nuestro punto de vista de forma respetuosa, aceptando que la misma realidad se puede ver de maneras distintas y esto puede enriquecer las relaciones.
Entender realmente lo que el otro está diciendo
Constantemente nos estamos comunicando con nuestro entorno. De forma voluntaria o involuntaria, con palabras, con gestos, con actitudes. La comunicación es compleja y genera muchos problemas. Saber qué queremos expresar y encontrar el buen modo de hacerlo, adaptado a nuestra audiencia, es todo un reto. A menudo no vemos que aquello que a nosotros nos parece tan claro, para los demás no lo es.
También nos cuesta entender que la carga emocional de ciertas comunicaciones complique la comprensión del contenido. De forma general, podemos decir que para que la comunicación funcione nos tiene que importar el otro.
Es decir, tenemos que ser capaces de estar ahí presentes para la otra persona, sabiendo que nuestro punto de vista y nuestras experiencias son una parte de la realidad –no toda–, y que escuchar nos va a ampliar el horizonte y a proporcionar nuevos elementos para comprender mejor. No todas las conversaciones son trascendentales ni van a cambiar nuestra vida.
Pero desde la conversación en la cola de la panadería hasta el decidir con nuestra pareja dónde vamos de vacaciones, cualquier conversación nos ofrece una ocasión para ejercitarnos en el comunicar desde nuestro ser.
Un trabajo personal y de empatía
Para que nos importen realmente los demás tenemos que dejar de creer que somos el centro del mundo y que todo gira a nuestro alrededor. Al mismo tiempo, implica sentirse más unido al resto de la humanidad.
A veces una sonrisa y cuatro palabras nos hacen mucho bien, aunque provengan de un total desconocido.
Si lo pensamos un poco, vemos que todos somos viajeros en esta nave-planeta y que todos tenemos similares sufrimientos, angustias y deseos de bienestar. Saber qué se quiere decir al otro no siempre es fácil. Incluso la petición doméstica o laboral más simple se podría complicar si el otro sintiese que le estamos exigiendo que modifique su espacio o su rutina por un capricho nuestro.
Comunicar sentimientos o carencias suele ser complejo y requiere un esfuerzo previo de clarificación personal. Este ejercicio debe empezar por acallarse internamente, es decir, ir al origen de lo que se siente y se necesita expresar. Para ello, hay que silenciarse antes de hablar.
Mejor aún, hay que silenciarse antes de pensar en ello, pues como decíamos, la mente es un instrumento que pocas veces sabemos usar de forma correcta. Si la comunicación parte del temor o de la desconfianza, si se basa en la inseguridad, las expresiones son con frecuencia injustas y añaden más problemas a los que ya puede haber.
Carl G. Jung decía que cuando dos personas hablan, en realidad hay seis personas que están hablando: aquellos que creen ser, el que cada uno piensa que es el otro y aquellos que realmente son.
Escucha terapéutica
Cuando necesitamos hablar de nuestros problemas, normalmente acudimos a los amigos. Ellos nos escuchan con paciencia y amor. Nos reconforta poder compartir nuestros dolores y ser reforzados con palabras de apoyo. También ayuda a clarificar las cosas exponerlas en voz alta y escuchar la respuesta de la otra persona.
Hay otras circunstancias en las que esto no basta. Tal vez porque no deseamos cargar a las personas queridas con problemas que nos pertenecen, tal vez porque no nos sentimos escuchados o tal vez, y esto es importante, porque el comentarlo con las personas con las que habitualmente hablamos refuerza el círculo cerrado en el que estamos y eso no nos ayuda.
En esos momentos es bueno poder encontrar a una persona externa que escuche de forma terapéutica. La escucha terapéutica es la escucha por parte de un profesional, preferentemente psicólogo, que va a permitirnos desenmarañar nuestros pensamientos y emociones.
En los casos en que el nudo interior se ha anquilosado, el psicólogo tendrá las herramientas para establecer un diálogo curativo. Les invito a leer, por ejemplo, sobrelas técnicas de Milton Erickson. Este psiquiatra empezaba por escuchar a sus pacientes. Sintonizaba con la persona, tenía empatía con ella y comprendía sus necesidades.
A menudo inventaba una historia adecuada a la problemática del paciente y se la contaba con las técnicas de la hipnosis naturalista (llamada también ericksoniana), es decir, modulando la voz para que quien le escuchaba lo hiciese del modo más receptivo posible. No hay nada mejor frente al sufrimiento del alma que ser escuchado y comprendido.