La relación entre nuestras emociones y las expresiones faciales es tan antigua como el propio concepto de humanidad. O como dice Nazaret Castellanos, “el rostro es el espejo del alma”. Y es cierto. Nuestros gestos delatan lo que ocurre en nuestro interior, es algo innegable. Cuando mejor conocemos a alguien, mejor interpretamos estos micro-gestos que no se pueden reprimir.

Sin embargo, lo que Castellanos nos cuenta va un paso más allá. Por supuesto, no solo nos recuerda que a través del rostro lo vemos todo, sino que revela la relación bidireccional que comparte nuestro rostro con nuestros sentimientos. Si pudieras cambiar la forma en la que te relacionas con tus emociones, ¿lo harías? Entonces, tienes que seguir leyendo lo que vamos a contarte.

El espejo del alma

Es bien sabido que el rostro refleja nuestras emociones. De hecho, las expresiones faciales son la forma más rápida de pillar a un mentiroso. Podemos mentir con palabras, pero nuestras facciones siempre revelarán la verdad. Lo mismo sucede con las emociones. La tristeza, la alegría, el enfado o la sorpresa encuentran su escenario en los músculos faciales, que actúan casi de forma automática como un lienzo de nuestro mundo interior.

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Lo interesante de esto, como explica Castellanos, es que esta relación no es unidireccional. Tiene dos vías de sentido. “La cara es el espejo del alma, pero también podemos darle la vuelta, y hacer que la cara sea lo que da forma, lo que refleja el alma”, afirma la neurocientífica para Aprendemos juntos, el proyecto de divulgación de BBVA.

Este intercambio continuo entre el rostro y el cerebro está respaldado por estudios neurocientíficos, que demuestran que la posición y la tensión de los músculos faciales envían señales a nuestro cerebro, influyendo sobre nuestro estado de ánimo.

Pacificar el gesto

Con toda esta información sobre la mesa, nos explica la neurocientífica, se ha propuesto una nueva vía de estudio. La idea es, nos dice Castellano, “pacificar el gesto”. Y aclara que no se trata de estar alegre, ni en sonreír constantemente, aunque el papel que juega la sonrisa en todo esto sea importante. El enfoque principal de esta teoría neurocientífica consiste en ser más conscientes de cómo está nuestro gesto durante el día.

El objetivo es “dirigir nuestra mirada a una consciencia corporal mucho más a menudo”, porque así podremos “intentar cambiar rumbos”, asegura la experta. “Es decir, que sea mi cuerpo lo que exprese esa alma, y que mi cuerpo permita también dar forma a esa alma”.

Para conseguirlo, Castellanos nos invita a pacificar el gesto, suavizando la musculatura alrededor de los ojos, relajando la contracción muscular. Esta información que damos al mundo, se la daremos también a nuestro cerebro, haciendo que gestionemos mejor el estrés y se reduzca la ansiedad.

Aprender a moldear nuestras emociones con el rostro

Este nuevo enfoque de la neurociencia sigue en desarrollo, pero ya podemos empezar a poner en práctica alguna de sus claves. Observar el propio gesto a lo largo del día puede revelar cómo se refleja nuestro estado emocional en el rostro. Tal vez, sin darnos cuenta, pasemos horas con el entrecejo fruncido o los labios apretados, expresiones que pueden reforzar estados de preocupación o tensión.

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Castellanos nos propone una solución muy efectiva: aumentar nuestra conciencia corporal. Para ello, basta con hacer pausas conscientes para relajar el rostro, para sentir cómo nos estamos expresando. Este acto no solo alivia la tensión física, sino que también envía señales positivas al cerebro, contribuyendo a un cambio emocional.

Si quieres empezar a aplicarlo en tu día a día, sigue estos pasos:

  • Toma conciencia de tu gesto. Cada cierto tiempo, a lo largo del día, dedica unos segundos a observar la posición de tus músculos faciales. Identifica qué zonas están tensas, que emociones expresas.
  • Relaja conscientemente la musculatura facial. Una vez identificadas las posibles tensiones, empieza la pacificación. Suaviza la zona de los ojos, dejando caer los párpados ligeramente. Desbloquea la mandíbula y afloja los labios.
  • Vincula el gesto con la respiración. Para ganar una mayor paz mental, acompaña esta relajación con respiraciones profunda. Con cada exhalación, libera la tensión acumulada.