Las relaciones interpersonales son un terreno complejo. Nos dan muchas alegrías, pero también grandes decepciones. Seguro que alguna vez te ha pasado. Has depositado todas tus expectativas en una persona, pensaste que “estaría a la altura” y acabó decepcionándote catastróficamente. Quizá superasteis el percance y vuestra relación salió reforzada, pero muy probablemente esta situación te trajo sufrimiento y acabó con el vínculo que compartíais. Pero… ¿Qué pensarías si te dijéramos que la solución está en ti y no en los demás?

El Lama Rinchen, monje budista experto en meditación, asegura que lo importante no es lo que recibimos de los demás, sino lo que les pedimos. Cuando dejamos de imponer expectativas congeladas sobre los demás, nos libramos de una trampa emocional que, muchas veces, construimos nosotros mismos. ¿Quieres saber cómo librarte de ella? Te lo contamos.

El peso de las expectativas congeladas

Cuando el Lama Rinchen habla de expectativas congeladas parece hacer referencia a todas aquellas ideas fijas y no negociables que proyectamos sobre los demás. Son creencias arraigadas a lo que creemos que “debería” suceder según nuestros propios valores, experiencias o sacrificios personales.

El monje lo ilustra con un ejemplo sencillo. En plena mudanza, asumes que tus amigos estarán ahí para ti, porque tú los has ayudado en el pasado. Y, sin embargo, llega el día y ellos no aparecen. En ese momento te sentirías traicionada y frustrada, ¿no? Pero, ¿cómo has llegado hasta aquí? La respuesta es sencilla: colocaste una expectativa sobre ellos que tal vez nunca pudieron cumplir.

Cuando nuestras expectativas no se cumplen, solemos culpar a la otra persona sin considerar si nuestras demandas eran realistas. Este tipo de frustración afecta a nuestra paz mental y hace un daño profundo en nuestras relaciones. Nos sentimos decepcionados y, a menudo, proyectamos esa emoción en los demás, generando conflictos innecesarios.

No pidas lo que no pueden dar

Imagina que un día quedas al cuidado de tu sobrino. Tiene cinco años, por lo que tienes que hacer prácticamente todo por él. Le preparas la comida, lo cuidas, lo consuelas cuando lloras, le suenas los mocos y hasta lo bañas. Y entonces, al final del día, miras al niño y le dices: ahora te toca a ti, prepárame la cena. No lo harías, ¿verdad? Según el monje Rinchen, esta es, en realidad, la clave de las relaciones felices. “No le pidas a alguien lo que no te puede dar”.

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Al igual que en el ejemplo del simpático sobrino, el monje nos explica: “si tú le pides a alguien lo que no te puede dar, estás cayendo en tu propia trampa, y estás frustrando muchas veces a esa persona”.

Pero ¿a qué se refiere el Lama Ranchin cuando habla de aquello que “se puede dar”?

Relaciones proporcionales

“No le pidas, no esperes, no tengas una expectativa congelada, regada y cosificada de que esa persona te va a dar algo”, aconseja el monje en uno de sus videos en redes sociales. Pero lo cierto es que es complicado deshacernos de toda expectativa. ¿Qué podemos hacer, entonces? Comprender un sencillo principio: las relaciones jamás son iguales en un 50/50. Pero sí deben ser proporcionales.

Dos amigas hablando
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Tu sobrino de cinco años no te puede preparar la cena, pero muy probablemente intente hacerte reír a lo largo de la tarde, comparta momentos muy especiales contigo y te de un beso antes de irse a dormir.

En su mundo, el de un niño de cinco años, ha hecho tanto esfuerzo por hacerte feliz como tú, en el tu mundo adulto, has hecho por él. De esta forma, si bien la relación no es recíproca en el sentido más estricto de la palabra (sigue sin poder prepararte la cena), sí está equilibrada de forma proporcional. Cada uno da, en su medida, aquello que puede dar.

Cuidado con las expectativas

En el momento en el que dejamos que las expectativas tomen el control, dejamos de ver lo bueno en la otra persona. En el ejemplo que nos ha guiado a lo largo de este artículo, si consideras que lo único bueno que puede hacer por ti tu sobrino es prepararte la cena, no apreciarás la sonrisa, el cariño, ni su dulce compañía. Desde tu perspectiva, congelada y sesgada, el niño simplemente no ha estado a la altura.

Lo mismo sucede en nuestras relaciones con adultos. Quizá tú siempre llegas temprano cuando quedas con esa amiga que no mira jamás el reloj, y consideras que mereces lo mismo. Si te ofuscas pensando en que siempre llega tarde, en la decepción que sientes porque no te ofrece la puntualidad que esperas, dejarás de ver todo lo que esta persona sí te aporta. Quizá sea la mejor escuchando, sea generosa, amable y divertida. Y lo único que tu ves, desde tu prisma de expectativas congeladas, es que llega tarde a todos sitios.

Deshacernos de estas expectativas es mucho más sencillo de lo que parece, y según el Lama Rinchen, es esencial para ser felices y construir relaciones más saludables.