En toda relación humana los vínculos de poder representan un ingrediente fundamental e inevitable. Tanto es así, que no hay relación social sin que exista, a la vez, algún tipo de jerarquía entre los individuos que forman parte de ella.
La visión romántica del amor nos ha hecho soñar con una pareja en la que ambos ejercen el poder de modo igualitario y en la que toda decisión es consensuada entre los dos.
No obstante, la realidad nos muestra que, cuando pasa el tiempo del enamoramiento puro y duro, cada uno empieza a luchar por hacer valer su voz, defender su postura o lograr que sea el otro quien ceda primero.
Mil situaciones cotidianas dan fe de una lucha, hasta cierto punto natural e inevitable, por imponer la propia visión de las cosas, por hacer "entrar en razón" al otro o por lograr el mejor acuerdo posible en una negociación que, en más de una ocasión se antoja, cuanto menos, fastidiosa. Y esta es una de las razones, como verás en este vídeo, que pueden hacernos sospechar que algo no va bien en la pareja.
No tendríamos estos problemas si fuésemos clones pero no es así. Quienes viven en pareja saben bien que, a menudo, somos más que distintos en la mayoría de las cosas y, sin embargo, seguimos juntos.
Este es el gran misterio de la vida en pareja; más allá de nuestras humanas luchas de poder, de nuestros malentendidos y desencuentros, vale la pena llegar a esa tierra común, a esa compenetración lograda a base de negociaciones, sentido de la realidad y, por supuesto, grandes dosis de amor como un eficaz antídoto del poder. En este artículo te contamos por qué ocurren estas desigualdades y cómo restablecer la equidad jerárquica en la pareja.
Tipos de jerarquía en la pareja
En las parejas hoy es frecuente escuchar expresiones como estas: "Si esperas que haga esa llamada, espérate sentado." "Siempre soy yo quien tira del carro." "Si no vienes con mi familia estos días, no esperes que vaya yo a ver a tus padres en verano.""¿Por qué has dicho que iríamos sin consultarme antes?" "No, no he doblado la ropa porque a la que lo haga un día, ya me tocará a mí siempre."
En pareja, la jerarquia puede tomar dos formas que, en realidad, no son excluyentes. Se puede tender hacia la simetría, en la que ambos miembros asumen responsabilidades y toman decisiones por igual (el idílico 50%) o hacia la complementariedad, en la que, de manera tácita, uno de los integrantes de la pareja se coloca en posición de superioridad respecto al otro.
En realidad, la mayoría de parejas se sitúan en algún punto intermedio entre estos dos polos.
Lo más saludable y realista es, quizá, tender a una relación igualitaria en los aspectos importantes (como la economía o los hijos, por ejemplo) para dejar que un miembro en particular lleve la iniciativa en aspectos concretos de la vida cotidiana o en asuntos culturales, por seguir con el ejemplo. Eso, claro, manteniendo el acuerdo de no tomar ninguna decisión sin consultar al otro.
En realidad, cualquier modalidad es buena si entre la pareja existe un acuerdo básico sobre cómo se debe funcionar y ambos son capaces de resolver problemas, negociar y adaptarse a situaciones cambiantes con éxito.
Ambas formas jerárquicas, no obstante, poseen sus propios riesgos.
- La simetría a ultranza puede, fácilmente, desembocar en arduas luchas de poder que instalen a la pareja en una especie de conflicto permanente, en un "a ver quién puede más" sin fin.
- La complementariedad llevada al extremo podría derivar en una situación de dominación o dependencia muy dañina. En un sentido menos extremo, otra situación de complementariedad no muy positiva ser la aquella en la que cada miembro de la pareja se "especializa" en una actitud o una cualidad de manera harto rígida. Uno es locuaz y otro tímido; uno cerrado y otro sociable; uno acomplejado y otro arrogante, por ejemplo.
Así se llegaría a una situación de codependencia en la que ninguno de los dos puede "ser" sin el otro y en la que las características de personalidad de cada uno se exacerban -más que modularse o equilibrarse- y, con ello, se estanca también la capacidad de crecimiento personal a la que una relación de pareja sana nos impulsa.
Las 14 claves de un reparto equitativo del poder
Si bien es cierto que nadie puede hacer que el otro cambie nada de lo que le es consustancial, es innegable que en pareja nos influimos mutuamente y que, tras un tiempo de relación que no tiene por qué ser largo, todos acabamos siendo distintos. Juntos, ganamos y perdemos.
Es bueno dejarse influir sabiendo que influencia no es lo mismo que dominancia y que, si la interacción de pareja es buena, la personalidad de ambos se enriquece.
Para asegurarnos de que la influencia de ambos es positiva conviene recordar algunas claves sencillas:
- Ten en cuenta que cada persona vive las cosas a su manera. Es como si cada uno de nosotros llevase unas gafas con cristales de distinto color. Su particularidad resulta de las experiencias vividas y del hecho de que, a través de ellos, observamos el mundo y sacamos conclusiones. Ninguna versión de la realidad tiene por qué ser mejor que otra. La clave de la relación de pareja radica en hallar visiones compartidas o, como mínimo, situarse en un punto en el que ambas perspectivas se hagan compatibles.
- No dejes que se llene el saco. Cuando te sientas mal por algo que tu pareja ha dicho o hecho, detente a pensar qué es exactamente lo que te ha molestado; espera a estar calmado y díselo con el mejor tono posible. Si nos callamos, los rencores se van acumulando y se corre el riesgo de que un día cualquier nimiedad actúe como detonante que haga explotar todo aquello que se ha quedado estancado dentro. En esos momentos es mucho más difícil controlar las emociones y fácilmente se acaba diciendo aquello que, en realidad, no se piensa.
- Céntrate en las soluciones. Ante las desavenencias, malentendidos, desacuerdos, no te quedes estancado pensando en lo equivocada, lo injusta o lo culpable que te resulta tu pareja. Piensa que lo que sucede ha puesto en evidencia que existen diferencias entre vosotros que tendréis que resolver o, al menos, limar.
- Escucha, escucha, escucha. Nunca se insistirá lo suficiente. Es más importante escuchar que hablar en una relación de pareja. Conviene hacer un esfuerzo por entender el punto de vista del otro (aun cuando puedas no compartirlo) y por mostrar un genuino interés y respeto por cuanto el otro expresa. Cuando se escucha así, con una actitud de aceptación, libre de juicios, la otra persona se relaja y está más predispuesta a escuchar, a su vez, nuestras propias razones, lo que más tarde facilita el acercamiento de posturas.
- Si te enfadas o te embarga alguna emoción fuerte, no te dejes llevar. Da tiempo a que el fuego interior disminuya o se apague para poder responder con la mente más clara, con mayor objetividad y con un tono respetuoso y facilitador.
- Aprende a encajar las críticas. Considéralas como una oportunidad para descubrir qué es lo que va mal, lograr una mejor compenetración entre ambos o mejorar como persona. Aunque tu pareja pueda usar un tono que no te gusta o que pueda resultarte ofensivo, escucha el contenido de lo que dice. Eso no implica que no debas expresarle qué es lo que no te ha gustado a ti de su crítica.
- Trata de entender la postura del otro. Para ello debes hacer cuantas preguntas creas necesarias. Por otro lado, si haces pequeños resúmenes de lo que el otro ha dicho, te asegurarás de haberle entendido bien y evitarás interpretaciones erróneas. No olvides tampoco interesarte por sus sentimientos.
- En pos del acuerdo. Parece más fácil de lo que es y, sin embargo, hay que perseverar hasta llegar a él. Conociendo las necesidades de cada uno, usad ambos la creatividad para hallar el modo de contentaros a ambos sin dejar de ser realistas.
- No cedas a la tentación de sentirte vencedor. Puede que eso te dé la falsa sensación de que, ganando, aumenta tu autoestima. Sin embargo, ninguna pareja acaba teniendo una relación sana y satisfactoria cuando la valoración personal de un miembro se basa en la desvalorización del otro.
- Distinguir entre la persona y sus actos. Esto te ayudará a no confundir tus sentimientos (sabrás que le quieres aun cuando pueda no gustarte algo que ha dicho o hecho) y te permitirá formular las críticas de manera constructiva (sin juzgar).
- Confía en ti y en tu capacidad para expresar tus necesidades, escuchar al otro y negociar.
- Mantén tu autonomía. No establezcas relaciones de dependencia ni esperes a nadie que te complete. La pareja no está compuesta por dos medias naranjas sino por dos naranjas enteras que conviven en un mismo cesto. Así, ¡la cantidad de zumo es mayor!
- Expresa el afecto. Sin afecto nada tiene sentido y todo se hace más cuesta arriba. Si te gusta algo de lo que ha dicho o hecho, díselo; si amas a tu pareja, muéstralo. Bésala, abrázala, regálale palabras estimulantes ...
- Acepta la posibilidad del error. Así tendréis más posibilidades de resolver los conflictos de manera constructiva. Ninguno de los dos es perfecto. En alguna ocasión te enfadarás sin motivo, expresarás la crítica con un tono poco adecuado, te dejarás llevar por el enfado... Si ello ocurre, espera a estar más calmado, pídele disculpas de manera sincera y vuelve a intentarlo.
El valor de aceptar
Para que la influencia de la pareja sea constructiva en ambas direcciones hay que cultivar una actitud de aceptación básica del cónyuge.
Cuando nos sentimos aceptados por el otro, con nuestras virtudes y defectos, nos resulta más fácil escuchar cuáles son los comportamientos que molestan y estamos más predispuestos a cambiar.
El mero hecho de amar al otro incluso siendo conscientes de sus partes más oscuras (generalmente nadie las conoce mejor que la pareja) le capacita para reconocerlas y mejorarlas.
La persona es consciente de los puntos débiles de su carácter, pero también de su capacidad para ir más allá. Si cuenta con amor y confianza esa tarea resulta mucho más factible.
La jerarquía en pareja tras el noviazgo
Mientras la pareja no convive, ambos suelen estar más centrados en lo lúdico y en compartir momentos de ocio libres de responsabilidades y compromisos.
Durante el noviazgo, no siempre hablamos en profundidad de lo que significa para nosotros el hecho de vivir en pareja y de aquello que esperamos y queremos de la vida en común. De hecho, incluso si lo hacemos, es inevitable que queden muchas cosas por conocer y encajar.
El inicio de la convivencia suele estar lleno de retos para todas las parejas. Cada uno ha aprendido a comunicarse y a relacionarse bajo la influencia de su propia familia de origen y tiende a esperar que las cosas ocurran según lo que considera "lógico y normal".
Naturalmente, el otro se encuentra en una situación formalmente parecida pero con contenidos muy distintos y, en ocasiones, antagónicos.
A uno le parece de lo más natural gritar cuando se está nervioso, espera que la casa esté bien recogida antes de salir hacia el trabajo o considera perfectamente normal visitar a la familia cada domingo.
Al otro todo esto le suele dejar descolocado porque su lógica tiene matices bastante distintos. Son muchas las cosas que hay que encajar durante el primer año de convivencia.
Hablar de un "proyecto de pareja" implica lograr acuerdos en áreas tan importantes como la filosofía de vida, la economía, los hijos, las relaciones con las propias familias y con las amistades, el modo de demostrar el afecto y la sexualidad, las tareas domésticas, el equilibrio entre la vida laboral y el ocio...
Y conviene hacerlo antes de tener hijos porque, después, la complejidad aumenta y alcanza el nivel de un máster.
De hecho, hay quien defiende que cualquier buen negociador o mediador debería estar casado porque en pareja se aprende mucho más que en la universidad.
Lecturas para recuperar el equilibrio en la pareja
- Amar o depender; Walter Riso. Ed. Granica
- ¿Somos compatibles? Allan y Barbara Pease. Amat Ed.
- El amor no es ciego; Alejandra Vallejo Nájera. Ed. Temas de hoy