Todos nos hemos topado con momentos en los que la vida nos sorprende con una bofetada inesperada: un atasco de tráfico en el peor momento, una conversación que no sale como esperábamos o un plan que se desmorona sin previo aviso.
Nuestra reacción inmediata, y es así por más que nos duela, suele ser algo como esto: “Esto no debería estar pasando”. Te enfadas y piensas, “no debería haber tráfico”, “no me debería haber hablado así”, “las cosas deberían haber salido de otra forma”. Te enfadas y niegas la realidad, te enfrentas a ella. Gran error. ¿Quién dicta cómo deberían ocurrir las cosas? ¿Tú?
El Lama Rinchen, uno de los monjes budistas de habla hispana más influyentes del momento, lo expresa con claridad: “insistir en que las cosas funcionen como tú crees es mucha arrogancia”. Su incómoda enseñanza nos enfrenta a esa arrogancia interior que todos tenemos, y que lejos de ser una simple frase, nos invita a soltar esta lucha inútil contra lo que, simplemente, es.
La arrogancia de imponer nuestras expectativas al mundo
Vivimos con la ilusión del control. Creamos horarios, listas de tareas y planes a largo plazo con la esperanza de que todo acabe encajando exactamente como habíamos imaginado. Sin embargo, cuando la realidad toma otro rumbo, en lugar de adaptarnos, muchas veces insistimos en que el mundo debería ajustarse a nuestras expectativas. Esta resistencia no solo genera frustración, sino que, como señala el Lama Rinchen, nace de una cierta arrogancia: la creencia de que sabemos cómo debería ser la vida.
Piensa en el ejemplo del tráfico inesperado que interrumpe tu camino al trabajo. “A esta hora no debería haber tráfico”, te dice, con enfado. Pero el tráfico está ahí, indiferente a tus expectativas.
Pero, como decía el Buda, el humano es el único animal que sufre dos veces. Esta frase era el colofón de una metáfora impactante y potente, que se atribuye al gran Príncipe Siddharta. Cuando un animal recibe el impacto de un dardo, siente dolor, sufre, y sana. Cuando un humano recibe el impacto de un dardo, siente dolor, sufre y se pregunta, “¿por qué a mí? ¿Qué sentido tiene que me hayan disparado? No es justo, no debería ser así”. Y entonces, vuelve a sufrir.
Como nos dice el Lama Rinchen, la realidad no discute, simplemente es. Entonces, ¿por qué nos enfadamos con ella? Porque, en el fondo, nos aferramos a una visión rígida del mundo, olvidando que la vida es movimiento, sorpresa e incertidumbre.
Aceptar no es resignarse
Aceptar la realidad tal y como es no significa que nos resignemos ni renunciemos a mejorar aquello que podemos cambiar. Se trata, más bien, de comprender que, una vez que algo ha ocurrido, luchar contra ello es un gasto inútil de energía. “Si te peleas con la realidad solo perderás el 100% de las veces” decía Byron Katie, maestra espiritual. Esta idea resuena con fuerza con las enseñanzas del Lama Rinchen.
La aceptación no es pasividad, es una actitud consciente que nos permite actuar desde la serenidad en lugar de la rabia. Por ejemplo, si el tren cruza justo cuando más prisa tienes, puedes elegir entre el enfado y el malhumor, o respirar profundamente y aprovechar esos minutos para reflexionar, escuchar música o simplemente observar el momento presente. La diferencia entre sufrir y fluir reside en esta decisión.
La humildad de dejar que la vida sea
“Si la realidad pudiera hablar, diría ‘¿por qué estás enfadado conmigo? Yo no hice nada, yo simplemente fui”, dice el Lama Rinchen, recordándonos que aceptar que no tenemos el control absoluto sobre lo que sucede a nuestro alrededor es un acto de humildad. Requiere soltar el ego y reconocer que la vida sigue su curso sin pedirnos permiso. Esa aceptación, lejos de restarnos poder, nos libera del peso de querer controlar lo incontrolable.
El Lama Rinchen nos recuerda que la realidad no conspira contra nosotros, ni tiene la obligación de ajustarse a nuestros deseos. Al soltar esa expectativa, podemos vivir con mayor ligereza, entendiendo que, muchas veces, la paz no depende que las cosas sucedan como queremos, sino de dejar de luchar contra lo que es.
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