Durante siglos, la humanidad ha vivido con una certeza básica: aunque el mundo cambiase de forma imprevisible, las habilidades fundamentales para vivir y trabajar solían ser siempre las mismas. Ahora, el futuro nos asusta, y con razón. Así lo explica el filósofo, historiador y escritor Yuval Noah Harari, una de las voces actuales más relevantes sobre el futuro de la humanidad.
El filósofo nos pone el ejemplo de un campesino del siglo XV. Podía no tener ni idea de si su rey caería en batalla o si habría una sequía devastadora, pero sabía que, pasara lo que pasara, sus hijos necesitarían saber segar el trigo, sembrar y construir un hogar. Pero ahora, por primera vez en la historia, esa lógica ha dejado de tener sentido.
Por primera vez en la historia
“Es la primera vez en la historia que no sabemos cómo será el mundo de aquí a veinte o treinta años”, explica el historiador cuando una profesora le pregunta sobre qué habilidades serán necesarias para los trabajos del futuro. “Como es obvio, nunca hemos predicho el futuro”, aclara el experto. Sin embargo, añade, “a lo largo de la historia, hemos sabido las aptitudes que harían falta para sobrevivir y trabajar”.
Esto ya no nos sucede. Ahora, si intentamos imaginarnos cómo será el mundo dentro de veinte años, “no es solo que no sepamos cuál será la situación política, sino que no tenemos ni idea de cómo serán la economía, el mercado laboral, ni qué puestos de trabajo habrá”, expone Harari en una conferencia para Aprendemos juntos de BBVA.
Esto es lo que nos deja en una delicada situación, porque por primera vez en la historia no sabemos qué debemos enseñar. “Sabemos que muchas profesiones actuales van a desaparecer”, advierte, “surgirán otras, pero no sabemos cuáles”.
Entre tanta incertidumbre, este colapso de la previsibilidad nos deja claro que educar desde la especialización es una apuesta arriesgada. Instruir a los jóvenes en habilidades específicas, como si fueran herramientas definitivas, es formarlos para un mundo que probablemente ya no existirá cuando lleguen a la adultez. Es lo que pasó, por ejemplo, con el caso de la programación.
El peligro de aferrarse a una sola habilidad
Hace apenas unos años, se repetía como un mantra que enseñar a programar era el pasaporte a un futuro ideal. En un mundo digital, el dominio del código parecía absoluto. “Ahora, la IA de última generación ya sabe programar y mejora a pasos agigantados”, asegura el historiador. “Puede que en veinte años tampoco hagan falta programadores. Al menos, no programadores humanos”.
Este ejemplo propone Harari, es la evidencia de que la dependencia de habilidades concretas es una trampa para el futuro. A medida que la tecnología avance, muchas de las competencias que hoy consideramos esenciales quedarán obsoletas. La única forma de estar preparados es desarrollar una mentalidad flexible, capaz de aprender, desaprender y volver a aprender continuamente.
Olvidar para poder aprender
“La única certeza respecto al futuro es que va a haber cada vez más cambios más grandes y más rápidos”, explica Harari. Eso hace que, en muchos casos, “lo que aprendiste en la juventud, cuando llegas a los treinta o a los cincuenta, ya no sirve. El mundo es radicalmente distinto. Hay que reaprender todo”.
En esto se basa, precisamente, el consejo que el historiador nos ofrece sobre lo que nos depara el futuro: “la clave para adaptarse al nuevo mundo es olvidar”. Esto no quiere decir que desechemos todos nuestros conocimientos, sino que olvidemos lo que creemos saber, “porque lo que crees que sabes a menudo interrumpe y dificulta que aprendas cosas nuevas”. Es decir, deshacernos de los sesgos que nos alejan de la verdad.
“Quizá tengas incluso que reaprender a andar y a ver”, nos explica. Y es que el experto teoriza que con la aparición de la realidad virtual cada vez pasaremos más y más tiempo en mundos virtuales en los que las leyes de la física pueden ser diferentes.
Es por todo esto que, para Harari, “la aptitud más importante de la vida es ser flexible, ser capaz de reinventarse una y otra vez a lo largo de la historia”. Y para conseguir esto, asegura, es “crucial ser capaz de desprenderte de tus ideas, ser capaz de decir ‘no se’”. El experto reconoce que “no es nada fácil, porque en la escuela y en la universidad, cuando alguien dice que no sabe algo, le ponen mala nota. Pero la capacidad de decir ‘no lo sé’ requiere mucha honestidad y valentía”.
Las cosas no han cambiado tanto
Toda esta reflexión de Harari nos lleva, inevitablemente, a pensar en el avance de la ciencia. Y es ahí, precisamente, donde nos damos cuenta de que, en realidad, nada ha cambiado demasiado. Porque sí, todo esto es muy importante ahora, pero en realidad, lo ha sido siempre. “La ciencia se basa en ignorancia”, explica, “lo que inventó la ciencia moderna no fue un descubrimiento de un conocimiento en Geografía o Astronomía, de Copérnico o Darwin, no. La gran revolución científica que dio lugar a la ciencia moderna fue el descubrimiento de la ignorancia”.
Este hecho, que es universal y parece que no vaya a cambiar, nunca esconde la clave para que las nuevas generaciones, y nosotros mismos, seamos útiles en el futuro. “Si finges saberlo todo, nunca aprenderás nada nuevo”. El secreto, por tanto, será mantenernos abiertos a comprender aquello que dijo Sócrates hace más de 2000 años. Que el verdadero secreto de la felicidad y de la sabiduría se encuentra en su “solo sé que no sé nada”.
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