“Haz el bien sin mirar a quién”, dice el refrán, y la ciencia parece confirmar que apunta en la buena dirección. La solidaridad, la empatía y la amabilidad están en crisis en este mundo nuestro tan individualista y acelerado. Rescatarlas, por tanto, debería ser una de las grandes misiones del humano moderno.
Así lo asegura el paleontólogo Ignacio Martínez Mendizábal, que afirma que “es muy importante ser buena persona”, aunque suene a afirmación básica. El experto también dice que “cada uno tiene una manera de ser buena persona”, pero todos, sin excepción, tenemos la responsabilidad de encontrarla y practicarla si queremos dejar a nuestro paso un mundo mejor.
Las dos caras de la bondad
Martínez Mendizábal asegura que ser una buena persona es lo más importante. Pero, ¿por qué? Sin duda, algo dentro de nosotros nos dice que es mejor ser buenas personas que malas personas. Nadie quiere convivir con las consecuencias de no serlo: culpa, castigo, soledad, aislamiento, rechazo. Podemos analizar largo y tendido estas razones. Sin embargo, el paleontólogo las resume de forma muy sencilla en dos razones.
Para empezar, está encontrar aquello que “dirige tu vida”. “Si tú estás seguro de que el ejemplo es importante y tienes unos valores, acabas de escribir el guión de tu vida”, explica Mendizábal.
En segundo lugar, porque ser buena persona significa influir en “cómo quieres que te recuerden”. El paleontólogo lo tiene claro: “a mí me gustaría que me recordasen como yo recuerdo a mi padre, como una buena persona que me guía en la vida”. Es por eso que, para él está muy claro, “si tuviera que elegir entre dejarles un buen piso a mis hijos y un legado moral, prefiero lo segundo”.
Este legado moral no es nada complejo, no es algo elaborado que nos llevará siglos construir. Es tan sencillo como, explica Mendizábal, “demostrarle a los que están por venir o los que están aquí que se puede vivir siendo buena persona, que no hace falta atropellar a nadie, que se puede ser educado, que se puede ser solidario”.
Una responsabilidad compartida
Sobre este sentido de la comunidad, del legado que dejamos a quienes nos continuarán, escribe José Carlos Ruiz, filósofo y experto en pensamiento crítico, en su nueva novela, Una mujer educada. Su protagonista, catedrática de filosofía, escribe en sus últimos días cartas para su hija recién nacida, que jamás llegará a conocerla. En una de ellas habla de la culpa, y particularmente de la culpa metafísica.
El filósofo alemán Karl Jaspers, en 1946, se propuso una complicada tarea: analizar el papel de la culpa del pueblo alemán en la Segunda Guerra Mundial. Aunque nadie podría cargar por completo con dicha responsabilidad, sin duda fueron los votos de muchos quienes llevaron al poder al conocido personaje que propició uno de los mayores genocidios en la historia de la humanidad.
Jaspers llegó a la conclusión de que existe la “culpa metafísica”, que es aquella que, en palabras de Ruiz, “se manifiesta desde el momento en el que somos testigos del mal en el mundo y de las injusticias, pero miramos hacia otro lado, ignorando los lazos de solidaridad que nos unen como especie”.
Basta con mirar a otro lado en el momento equivocado, no preguntar a esa persona si necesita ayuda, no avisar a las autoridades cuando vemos que algo va mal, callarnos para no molestar, subir el volumen de los auriculares y no intervenir, para hacernos partícipes de esta culpa metafísica.
Pero en un mundo en el que la amabilidad y la solidaridad agonizan, no hacer el esfuerzo colectivo de convertirnos a nosotros mismos y a las generaciones venideras en mejores personas, es otra forma de incurrir en esta culpa que persigue y que, según nos explica el filósofo en su libro, es de las más miserables. “Con todo el potencial que tenemos y, sin embargo, miramos hacia otro lado, no queremos saber”, escribe el filósofo.
Más allá de la culpa: el beneficio de la bondad
Librarse de la culpa parece razón suficiente para practicar la bondad. “No hay nada peor que cargar con ese pesar interno, escribe José Carlos Ruiz en su citada obra. Sin embargo, la bondad ha demostrado tener otros beneficios tanto en quien la da como en quien lo recibe, e incluso más en el primero.

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Desde el punto de vista de la psicología, la bondad nos ofrece:
- Mayor bienestar emocional. La amabilidad, indican los últimos estudios en neurociencia, es un indicado de bienestar psicológico. Según las investigaciones, realizar actos de bondad puede aumentar los niveles de serotonina, el neurotransmisor relacionado con el estado de ánimo.
- Mejor salud mental. Ser una persona amable protege, además, contra la ansiedad y la depresión. Al centrarnos en los demás, generamos un sentido de propósito y conexión social que reduce los sentimientos de soledad y aumenta la autoestima.
- Fortalecimiento de las relaciones interpersonales. La amabilidad genera reciprocidad. Las personas tienden a responder de forma positiva a quienes son amables, lo cual mejoras las relaciones sociales y fomenta las redes de apoyo emocional.
- Reducción del estrés. Ayudar a los demás puede disminuir los niveles de cortisol en sangre, la hormona del estrés. Las personas que practican la bondad tienden a experimentar menos estrés, puesto que el acto de ser generoso y compasivo activa áreas del cerebro asociadas al bienestar y la relajación.
- Aumento de la empatía. Ser una buena persona no solo implica ayudar a los demás, sino también comprender sus emociones. La empatía, al desarrollarse por medio de la bondad, favorece una mayor conexión con los demás y una visión más amplia de las interacciones sociales.
- Refuerzo de la resiliencia. La capacidad de adaptarse a situaciones difíciles y salir fortalecidos de ellas se ve fortalecida cuando se tiene un fuerte sentido de propósito, que surge naturalmente del altruismo. Las personas amables pueden enfrentar mejor las adversidades, puesto que cuentan con un mayor sentido de la gratitud y la conexión social.
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