El abuso emocional suele darse como una red invisible que el chantajista teje con nuestras debilidades para atraparnos. Para romper con esta dinámica dañina, necesitamos dejar atrás el rol de víctima y recuperar nuestra capacidad para valorarnos por lo que somos.
Veamos un ejemplo. Carlos y Mónica salen desde hace un año. De vez en cuando, él insinúa que podrían vivir juntos, pero Mónica no se siente preparada para dar ese paso y rechaza la propuesta. Él comienza a presionarla: “Si no quieres vivir conmigo, tal vez es que no me quieres...”. Y más tarde: “Si no eres incapaz de adquirir un compromiso más fuerte, quizá deberíamos dejarlo”.
Ella no quiere perderlo y termina accediendo. Con amenazas, Carlos ha presionado a Mónica para manipular sus emociones y obligarla a actuar en un sentido determinado.
¿Qué es el chantaje emocional?
Es una forma de maltrato psicológico del que cuesta defenderse, pues, para que el chantajista pueda influir en nuestras emociones, tiene que haber una cercanía afectiva. Por eso es más usual en los vínculos más estrechos y es tan difícil de atajar y resulta tan dañino.
El chantaje emocional suele expresarse como: “Si no haces esto, ocurrirá esto otro”, una amenaza que se mantiene en el tiempo y conduce a una situación de dominación. Todos podemos padecer, incluso cometer, manipulaciones emocionales sutiles y esporádicas sin ser conscientes de ello.
Cuando esta conducta pasa a ser un comportamiento habitual y se prolonga, entonces hablamos de chantaje emocional. En ese momento se va estableciendo un patrón en el que la persona chantajeada se somete a la voluntad del chantajista.
Las consecuencias: la víctima se verá forzada a actuar en contra de su voluntad, lo que la conducirá al estancamiento personal, así como al agotamiento emocional y al debilitamiento de la autoestima.
¿Cómo desactivar a un chantajista?
Para desarticular una situación de chantaje emocional, el primer paso es reconocerlo. Pero no siempre resulta sencillo. Los chantajistas parecen tener facilidad para identificar los puntos débiles del otro para, consciente o inconscientemente, aprovecharse de ello.
Hay incluso quien considera que no existe chantaje emocional si alguien no se deja chantajear y que, de algún modo, las víctimas encuentran satisfacción en someterse a ese juego. Yo no creo que siempre sea así. Una persona sin intenciones de ser sometida puede verse “atrapada” en una red de chantaje emocional.
Ciertas características de la personalidad pueden hacernos víctimas propiciatorias:
- La tendencia a culpabilizarnos
- Pretender salvar a los demás
- Evitar las confrontaciones
- Querer ser “bien vistos” por los demás...
No es cierto que la víctima de un chantaje lo sea voluntariamente. Pero sí que la responsabilidad de salir de esta situación recae sobre ella, cuya principal responsabilidad es que no se defiende. ¿Por qué no lo hace?
Seguramente al principio no reconoce la amenaza, pues los ataques del chantajista se centran en los puntos que la misma víctima se cuestiona. Por eso suele darle la razón y piensa: “Es cierto, no he actuado bien, debería haberle hecho caso...”. Y así se va hundiendo cada vez más.
Y cuando reconoce el chantaje, teme afrontar las consecuencias. La víctima cree que está a merced del otro, que no es posible una respuesta de su parte. Pero no es así. “¡Si te vas de casa, no verás más a los niños!”, puede decir un chantajista. “Eso un juez jamás lo permitiría”, sería una respuesta razonable.
¿Cómo responder a las agresiones?
Siempre es posible responder, individualmente o recurriendo a las instituciones legales y judiciales. Cuando comprendemos que estamos siendo amenazados y que estamos dispuestos a defendernos, estaremos listos para hacer frente a un chantaje: no ceder a sus demandas. No hay otra salida.
Es posible ser muy firme y muy amoroso a la vez. Muchos chantajistas lo son porque, en el fondo, no creen que alguien pueda darles lo que ellos piden “por buena voluntad”. Esto no lo justifica, pero abre una puerta: uno podría hacerle saber que su intención no es abandonarlo.
Al escuchar estas palabras, un chantajista emocional puede modificar su actitud. Pero en otras ocasiones se sentirá en peligro e intensificará el chantaje. Entonces habrá que ponerse más firme y defenderse con todos los medios.
Si el chantajista no depone su actitud, el cambio de postura de la víctima puede llevar a la disolución del vínculo. Y, aunque haya afecto de por medio, puede que no quede otra alternativa.
4 perfiles tóxicos que debemos mantener lejos
Existen 4 tipos de chantajista emocional bien definidos. Descubrir sus artimañas y características personales pueden ayudarte a superar una situación de chantaje psicológico y emocional.
La terapeuta estadounidense Susan Forward describe en su libro El chantaje emocional, cuatro clases de chantajistas según el tipo de manipulación que utilizan. Conocerlos, aunque sea a grandes rasgos, puede servirnos de ayuda.
1. Los castigadores
Amenazan con tomar represalias si no se accede a sus demandas, exponiéndolo abiertamente: “Si te separas de mí, no verás a los niños” o “No me acompañes, pero luego no te quejes si acabo con otra”.
2. Los autoagresivos
Amenazan con hacerse daño a sí mismos –o incluso llegan a amagar con el suicidio– cuando son contrariados: “Si me dejas, no respondo de mi vida”. Las amenazas también pueden producirse sin palabras, como una conducta autoagresiva que aparece sistemáticamente después de una negativa.
3. Los mártires
Son los chantajistas más sutiles, pues se sirven del sentimiento de culpa de la víctima para que esta actúe de una determinada manera. Este tipo de chantajista suele utilizar expresiones –siempre acompañadas con una actitud de resignación– del tipo: “No te preocupes por mí, yo me quedo aquí, ya sé que molesto en todas partes…”.
4. Los seductores
Utilizan una especie de chantaje invertido: nos cuentan todas las cosas buenas que harán por nosotros… pero, claro, solo si accedemos a sus deseos: “Tú haz lo que yo te diga y ya verás como no tendrás que preocuparte por nada”.
chantaje emocional: el caso real de débora (por ramón soler)
El psicólogo Ramón Soler nos cuenta el caso de Débora, una paciente a quien todo le hacía sentirse insegura. Acciones banales como llamar por teléfono o ir a comprar el pan a la tienda de su barrio, causaban en ella un enorme malestar.
Por Ramón Soler:
Hasta tal punto llegaba la ansiedad que sentía Débora ante estas circunstancias que esta joven, para poder decidirse a llamar por teléfono o ir de compras, previamente, tenía que pasarse horas preparando sus posibles acciones y respuestas ante cualquier eventualidad con la que ella pensara que podía toparse.
Con posterioridad, una vez finalizada la llamada o tras la vuelta de la compra, también tenía que analizar todo lo que había ocurrido, en especial las palabras que habían sido dichas: ¿qué le habían comentado? ¿de qué manera? ¿parecían resentidos? ¿enfadados con ella? ¿dolidos porque ella se había mostrado un tanto brusca? ¿les había hecho sentir mal? ¿volverían a hablar con ella?
Indefectiblemente, en cualquier tipo de interacción social, Débora sentía que lo había hecho mal, que había fallado y, sobre todo, que era culpable de todo lo que le ocurría a ella y de todo lo que le ocurría a los demás (aunque ella nada tuviera que ver).
Cuando Débora llegó a mi consulta, lo hizo en un momento en el que ya no era capaz de ir a trabajar o de salir a divertirse con las escasas amigas que tenía.
El sentimiento de culpa que arrastraba iba empeorando día a día y, con gran esfuerzo, decidió que tenía que acudir a terapia para poder mejorar.
Chantaje emocional: el orígen de la culpa
Buscamos las causas del malestar de esta joven y llegamos a su infancia. Débora era hija única y debido a que la madre se ausentaba largo tiempo por trabajo fue criada por su abuela.
Ésta, tenía la costumbre deromper a llorar cada vez que la niña hacía o decía algo que no le gustaba. La niña, destrozada por sentirse culpable del malestar de su abuela, poco a poco fue asimilando la idea de que ella era la culpable de todo lo que ocurría a su alrededor.
Asimismo, Débora pensaba que ella era una persona malvada, que no merecía la pena, que le causaba daño a los demás y que no era digna del aprecio de nadie.
Durante años, Débora fue víctima del chantaje emocional al que la sometía su abuela cada vez que deseaba manipular a la niña para que actuara como ella deseaba.
Los efectos del chantaje emocional
El chantaje emocional, supone la manipulación de los sentimientos y la restricción de las acciones a través de estrategias nocivas para controlar las emociones de las otras personas. Este control acaba generando:
- Sumisión.
- Baja autoestima.
- Una imagen de sí misma profundamente negativa.
- Una enorme inseguridad.
- Y, sobre todo, un perpetuo sentimiento de culpa que se extrapola a cualquier relación presente o futura.
Para recuperarse de este tipo de daño emocional, la mayor parte de las veces arrastrado desde la infancia (junto a otras carencias), resulta necesario que la persona comprenda que la relación que mantenía era insana y que fue víctima de un control enfermizo en forma de abuso emocional.
Además, para restablecer su autoestima, tiene que liberarse de la imagen negativa y destructiva que tiene sobre sí misma y trabajar para romper el control emocional que han ejercido sobre ella durante toda su vida.