Los 5 sonetos de Shakespeare sobre el amor que todo enamorado debería leer

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Soneto 1

Deseamos que propaguen, las criaturas más bellas,
su especie, para que nunca pueda morir la rosa
y cuando el ser maduro decaiga por el tiempo
perpetúe su memoria su tierno heredero. 

Pero tú, encadenado a tus brillantes ojos,
alimentas la llama de tu luz con tu esencia,
creando hambruna donde hay abundancia.
Tú, tu propio enemigo, tan cruel con tu alma.

Tú, que eres el fragante ornamento de este mundo,
la única bandera que anuncia primaveras,
en tu propio capullo entierras tu alegría
y haces, dulce tacaño, derroche en la avaricia.

Apiádate del mundo, o vorazmente,
la tumba engullirá lo que es del mundo.

Aunque numéricamente se presente como el primer soneto de la colección, los estudiosos no creen que fuera necesariamente el primero de Shakespeare. No obstante, el autor introduce en este soneto temas clave que aparecerán también en los demás.

El poema gira en torno a la importancia de tener descendencia, pero el motivo no es la convención social de los tiempos. El motivo es otro: perpetuar y transmitir la belleza del alma humana.

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Soneto 18

¿Habré de compararte a un día de verano?
Tú eres más adorable y más templado.
Rudos vientos sacuden los capullos de mayo
y el verano termina su arriendo brevemente.

A veces brilla el sol con demasiado fuego
y a menudo su semblante de oro se debilita.
A veces la belleza declina de su estado,
por la suerte o por causas naturales.

Pero tu eterno verano no se desvanece,
ni perderá su instinto de tener la hermosura,
ni la Muerte se jactará de haberte ensombrecido,
cuando crezcas en mis versos inmortales.

Mientras el ser respire y vean los ojos,
vivirán mis poemas y a ti te darán vida.

Uno de los sonetos más famosos y apreciados del escritor inglés, que forma parte de la secuencia (del Soneto 1 al 126) dirigida a un joven anónimo objeto del afecto del poeta. Nos habla del poder del amor para trascender el tiempo y la muerte, algo que en el poema se contrapone a las estaciones, que cambian a lo largo del año.

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Soneto 29

Cuando caído en desgracia ante el oro y los hombres,
lloro mi soledad y mi triste abandono,
y turbo al sordo cielo con mi estéril lamento
y contemplándome a mí mismo, maldigo mi destino.

Envidio a otros más ricos de esperanzas
y sus bellas facciones y sus buenos amigos.
Envidio de este su talento y del otro el rango,
y con lo que más disfruto, no me contento.

Con estos pensamientos, casi me desprecio.
Felizmente pienso en ti y toda mi alma,
como la alondra al alba, cantando toma altura,
para entonar sus himnos en las puertas del cielo.

Porque solo evocarte, dulce amor, me llena de riqueza,
y en esos momentos ya no cambio mi destino por un reino.

Este soneto, que nos habla sobre el amor, las dudas acerca de uno mismo y la transformación emocional, se podría dividir en dos partes. La primera describe el estado de desesperación y desprecio por sí mismo del poeta. En la segunda, por el contrario, podemos ver la enorme transformación en su estado de ánimo al hablar de su amada. 

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Soneto 73

En mí ves esa mala época del año,
cuando hojas amarillas, pocas o ninguna,
cuelgan de las ramas tiritando de frío,
en el ruinoso coro donde cantaron las aves.

En mí ves solamente la penumbra del día,
cuando el sol se desvanece en occidente,
poco a poco robado por la negra noche,
gemela de la muerte y todo su reposo.

En mí ves el rescoldo de ese divino fuego,
que en las cenizas de su juventud yace,
como en un lecho de muerte donde debe expirar,
consumido por todo lo que fue su alimento.

Esto que ves hará a tu amor más fuerte
para amar bien aquello que pronto perderás.

Este soneto nos habla de la mortalidad humana y de la naturaleza duradera del amor. El poeta, que sigue dirigiéndose al hermoso joven anónimo, está preocupado por cómo el envejecimiento afectará a su mutuo amor y espera que el paso del tiempo haga crecer su amor. 

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Soneto 116

No dejéis que ponga impedimentos a la unión
de dos espíritus leales. El amor no es amor
si enseguida se altera cuando encuentra cambios
o si se separa ante el menor desvío.

Oh no, es igual que un faro inamovible,
que contempla las tempestades sin estremecerse.
Es la estrella que guía las naves a la deriva,
cuyo secreto se ignora, aún sabiendo su altura.

No es juguete del tiempo, aunque mejillas 
y labios rosados sientan la guadaña del Tiempo.
Ni se altera con horas o semanas fugaces,
sino que perdura igual hasta el último abismo.

Si esto que digo es error y pudiera probarse,
decid que nunca he escrito, ni hombre jamás ha amado.

Este es, tal vez, el soneto de amor por excelencia de Shakespeare. Nos presenta el amor verdadero como una fuerza inmutable y eterna, que trasciende la atracción física y el paso del tiempo.