El amor es un sentimiento que nace espontáneamente del corazón. Pero sí estamos obligados a mantener un mínimo respeto por nuestro entorno y también por nosotros mismos. Amor y respeto son cosas diferentes, aunque es cierto que siempre mostramos respeto por aquello que amamos. Y, en ocasiones, el respeto facilita el que surja una actitud amorosa.
Solemos tener respeto y admiración hacia personas u objetos a los que otorgamos un valor especial y que de alguna forma están por encima de nosotros: personajes religiosos, grandes artistas, eminentes científicos e incluso deportistas famosos.
Pero el respeto no solo debería incluir esa dimensión vertical, sino extenderse horizontalmente a nuestros semejantes e incluso a los seres que solemos considerar inferiores, como las plantas y los animales.
El significado de respeto universal
La palabra respeto proviene del latín respectus, compuesta por re (de "nuevo") y espectus ("ver, mirar a"), de donde viene la palabra «espectáculo». En efecto, tenemos ante nosotros el espectáculo del mundo con su variedad de seres y objetos.
La cuestión estriba en si pasamos por la vida como bárbaros que no saben apreciar la belleza y el sentido de lo que nos rodea, o bien procuramos advertir el valor que encierra. Se trata de actuar con benevolencia y ecuanimidad, cuando la tendencia sería hacerlo a través del filtro de nuestros prejuicios y apetencias, de lo que nos gusta o nos disgusta.
El término budista karuna sintetiza los valores de buena voluntad y consideración hacia todos los seres. Respetar es, pues, "mirar" con atención y benevolencia. Tener miramientos es, en lenguaje popular, actuar con delicadeza.
Sin respeto no hay armonía
Si buscamos el código secreto de la realidad, advertimos una tendencia hacia la armonía. El universo, con su danza de estrellas y de planetas, parece regirse por leyes musicales, como sostenía el astrónomo Kepler.
La naturaleza entera es, en su conjunto, armoniosa, y la humanidad sueña con una sociedad más justa, menos inarmónica, podríamos decir.
En todas las civilizaciones antiguas se ha considerado al ser humano como situado —real y simbólicamente— entre el Cielo y la Tierra. De ahí al mismo tiempo el respeto por lo celestial o lo sagrado, en el sentido de venerar el Espíritu, el origen de todo.
Como decía Confucio: "Si no se respeta lo sagrado, no se tiene nada en que fijar la conducta".
La consideración por las personas ancianas y los ancestros es también un valor que suelen tener las culturas tradicionales, pero que tiende a disminuir en la sociedad actual, donde se rinde culto únicamente a lo nuevo.
El respeto por la naturaleza es asimismo fundamental. No estamos separados del entorno natural; de él hemos surgido y son las energías del sol, el aire y la lluvia las que nos mantienen en vida.
Sin la humilde abeja que poliniza los campos, ahora enferma debido a la contaminación, la mayoría de alimentos vegetales que llegan a nuestras mesas no podrían hacerlo. Plantas y animales, siendo simplemente lo que son, participan de lo sagrado y merecen ser tratados con respeto.
En las culturas chamánicas suele pedirse perdón a la Madre Tierra por haber tenido que matar, para comer, alguna de sus criaturas. Y en el hinduismo todo se considera sagrado, en el sentido de que el Atman o Espíritu universal mora en todos los seres.
Al viajar por la India se observa a las apacibles vacas andar a sus anchas. Los occidentales suelen preguntar a los nativos por qué no se comen esas vacas que solo causan molestias. La respuesta es que la vaca representa a la Madre, les da leche y combustible para el fuego del hogar, por lo que matarla sería a sus ojos una falta de respeto e incluso un crimen.
La concepción cristiana de que Dios sitúa al hombre en medio de la creación y este puede servirse de ella, aunque simbólicamente correcta, se ha prestado a creer que podemos abusar de los recursos naturales. Si justamente el ser humano, debido a su inteligencia, está en el centro del orden natural es para cuidarlo y respetarlo.
Respeto por uno mismo y por los demás
Decía el filósofo Pitágoras: "Ante todo, respetaos a vosotros mismos". Es responsabilidad de uno ser fiel a lo mejor de sí mismo.
El cuerpo nos acompaña siempre y permite nuestra movilidad y capacidad de expresión. Parece razonable cuidarlo con comida sana, limpieza y adecuado reposo y movimiento.
La mentira es enemiga de la propia dignidad. Mantener los compromisos adquiridos es respetarse a uno mismo y a los demás.
No abandonar las nobles aspiraciones, aunque la rutina y las necesidades materiales parezcan impedirlo. Peor será arrepentirse de lo que no se ha hecho.
Saber escuchar
Una de las formas de mostrar respeto por alguien es escuchar lo que necesite decirnos. Buscar un lugar y un tiempo que permita esa comunicación. No es fácil: puede que no nos interese demasiado, pero sabemos que esa persona necesita desahogarse o buscar consejo. En otra ocasión seremos nosotros los que necesitemos sentirnos acompañados y comprendidos.
El diálogo, hablar y escuchar, requiere cierto esfuerzo. A menudo se trata de monólogos compartidos y no se escucha verdaderamente. Hay que practicar la escucha activa. Si la otra persona se alarga, con delicadeza se le indica que no puede seguirse la conversación ahora, pero sí en otra ocasión.
Respetar tiene relación directa con la dignidad
Todos los seres humanos, por el simple hecho de existir, merecen respeto. Lo que significa que deben vivir dignamente sin faltarles alimento y cobijo. Y sin ser objeto de violencia debido a su condición, género, raza o creencias.
Utilizando un lenguaje religioso: todos somos hijos de Dios. Todos venimos al mundo desnudos, padecemos las mismas dichas e infortunios y al final nos aguarda la muerte. ¿Qué motivo hay para sentirnos superiores a otros?
Hay aquí una paradoja: nadie es más que nadie y, al mismo tiempo, cada persona es única e irrepetible. Igualdad y jerarquía parecen conceptos antagónicos, cuando no es así. Como sintetizó el doctor Eduardo Alfonso: "Los hombres son iguales en esencia, no tanto en potencia, y desiguales en presencia".
Es decir, que la igualdad básica no impide la posibilidad de destacar. Hay que valorar que determinadas personas, debido a sus cualidades y esfuerzo, logren objetivos difíciles de alcanzar para la mayoría. Simplemente sucede que a la dignidad básica innata cabe añadir un plus de admiración.
En este planeta, que es de todos, nadie debería padecer sufrimientos innecesarios debido a la pobreza o vivir con la cabeza baja debido al miedo causado por otros seres humanos.
La tolerancia es otra de las facetas del respeto. Significa admitir el diálogo y escuchar propuestas distintas a nuestro modo de pensar. No implica necesariamente estar de acuerdo, o pensar que todas las ideologías están al mismo nivel. En todo caso, se combate una idea sin atacar a la persona que la esgrime.
La base de la dignidad es procurar no perjudicar a los demás
Para el hinduismo y el budismo, es fundamental la noción de ahimsa, la "no violencia". Sin olvidar que podemos actuar a partir de tres niveles distintos: pensamiento, palabra y obra. No solo faltamos al respeto mediante actos materiales inadecuados, sino también empleando palabras ofensivas o pensando mal de alguien sin motivos reales.
Está claro que si todos actuáramos respetuosamente los males sociales disminuirían. Esa sería una asignatura importante en las escuelas. La buena educación supone enseñar nociones de urbanidad y convertir el natural egocentrismo del niño en apertura al otro y sus necesidades.
Cuando alguien obra mal, decimos que lo que hace es "feo". Por el contrario, nos agrada contemplar gestos "bonitos", como cuando se cede en el autobús el asiento a una persona mayor.
La ética se relaciona, pues, con la estética. Pero tiene sus raíces en la metafísica. Deberíamos respetar todo lo que nos rodea porque formamos parte de una gran unidad. Si dañamos a alguien, en realidad nos estamos perjudicando a nosotros. Como un ladrón que se robara a sí mismo.
El orgullo del ego nos lleva a considerarnos más importantes que el resto. Pero todo está interconectado: aunque un dedo pretendiera sentirse independiente de la mano de la que forma parte y esta del brazo, del cuerpo y así sucesivamente, lo cierto es que no existe tal independencia absoluta.
También nuestras almas, que brillan con inteligencia y sensibilidad, son rayos de un mismo sol espiritual.