Las consecuencias de respirar por la boca son tremendas. Algunos de los riesgos inmediatos son que se desarrollen pólipos, alergias y enfermedad periodontal, así como que se deforme la nariz y la mandíbula.
En cambio, respirar siempre por la nariz reduce el riesgo de contraer resfriados. La nariz filtra los virus y bacterias patógenas y evita que se multipliquen.
Además al inspirar y espirar por la nariz aumenta la resistencia física. Cuando una persona que respira por la boca empieza a hacerlo por la nariz su frecuencia respiratoria puede reducirse a la mitad, lo que disminuye el esfuerzo necesario para realizar, por ejemplo, un ejercicio físico.
También mejora la salud cardiovascular. Al pasar por los senos paranasales, el aire se enriquece con óxido de nitrógeno, que favorece la regulación de la presión arterial. Además interviene en la transmisión nerviosa y la respuesta inmunitaria. En general, el organismo está diseñado para funcionar bien con la respiración nasal.
Cómo respirar por la nariz y no por la boca
Para que la respiración nasal se realice correctamente conviene que las mucosas estén hidratadas. Para ello, bebe agua y mantén la humedad del aire interior por encima del 40%.
Realiza este ejercicio: inhala y exhala una vez por la nariz, sostén la respiración y camina la distancia que puedas sin respirar. Vuelve a respirar por la nariz hasta que te recuperes. Repite seis veces cada día y cada vez te resultará más fácil.
Si acostumbras a respirar por la boca por la noche, vale la pena que lo consultes con un buen otorrinolaringólogo para encontrar la causa. A veces la solución es tan sencilla como ponerse una correa antirronquidos o instalar un purificador en la habitación.
Cuida, además, la postura al dormir, duerme sobre un costado, con la cabeza elevada con almohadas para que las cervicales permanezan alineadas con el resto de la columna. Si te colocas un cojín entre las piernas, tu postura será aún mejor.
Practica la respiración consciente diafragmática
Además de respirar con la nariz, es importante que respires con el diafragma. Pon una mano en el pecho y otra en el vientre, y respira, inhalando y exhalando por la nariz con regularidad, de manera que sea la mano del vientre la que se mueva.
Realiza este ejercicio durante 5-10 minutos, tres veces al día. Al principio te puede resultar cansado, pero con el paso de los días te resultará absolutamente natural. De esta manera conseguirás reducir la frecuencia respiratoria y necesitarás gastar menos energía para el simple hecho de respirar.