Aprender es formarse. A medida que se adquirieren nuevos conocimientos, sea de lo que sea, uno va tomando nuevas formas: mentales, espirituales, físicas… Al final de esa formación, si el aprendizaje es profundo, sucede la transformación.
La importancia del silencio
Eso sí, en ocasiones existe un momento significativo que concentra, como una semilla, todo el potencial del cambio. Yo viví uno de esos momentos cuando mi tutor, durante una sesión supervisada, me regañó:
—Sostén el silencio, Gabriel. Sostén el silencio.
La situación era la siguiente. Yo, como aprendiz de coach, lancé una pregunta al cliente. Era una pregunta poderosa que le obligó a reflexionar, ya que él no tenía una respuesta automática (de haberla tenido no habría sido una pregunta poderosa sino una rutinaria).
Entonces, el cliente se quedó en silencio, buscando en su interior, que es el verdadero lugar en el que se desarrollan las sesiones de coaching. Yo, aún verde, intenté salvarle de ese silencio pensando que el pobre estaba en dificultades y le di algunas opciones.
Error. Porque el coach acompaña, no dirige. Error. Porque yo me incomodé con el silencio, sin tener suficiente entereza para sostenerlo o bastante entreno como para soportarlo. Error. Es en el silencio donde los humanos podemos acceder a otro tipo de conocimientos y recursos que tenemos en nuestro interior y que, por culpa del ruido mental y medioambiental, se quedan sin poder ser usados.
Vivimos en una crisis de silencio
Esta lección me llevó a investigar sobre el silencio y a darme cuenta de la gran crisis que vivimos como sociedad. Una total crisis de silencio. Todo es parloteo. Ruido. Acción sin reflexión. Llenamos espacios vacíos porque pensamos que nos vaciarán, cuando es al contrario, es desde el vacío que nos llenamos.
Esta crisis, además, tiene una relevancia crucial en los más pequeños, que apenas pueden disfrutar de verdaderos espacios de silencio. Hay ruido por todas partes. Incluso en las agendas de nuestros hijos e hijas, repletas de extraescolares, actividades y citas y cumpleaños y compromisos. Hacer, hacer, hacer, sin espacio para contemplar. Incluso, cuando queremos que estén en silencio les damos el móvil. Puede que se queden callados, pero no están en silencio. Darnos cuenta de esta diferencia es parte de la crisis.
Hay más, porque, como me pasó a mí, el silencio, propio o ajeno, nos incomoda. Si, por ejemplo, nuestra hija, un día está más silenciosa, no paramos de preguntarle qué le pasa, si está bien, si se encuentra mal. Así hasta que nos dice cualquier cosa.
Islas de silencio para compartir y crecer
¿Qué hacer? Yo encontré una respuesta que me pareció genial de la mano de Ana Alonso, escritora y poeta, con quien tuve la fortuna de compartir escenario en unas jornadas educativas. Ella, preocupada también por el ruido y el bla-bla-bla incesante, proponía que las familias debían procurarse Islas de silencio. Es decir, espacios en los que podemos estar juntos, pero sin necesidad de estar hablando sin más.
¿Acaso no es de esta manera como se manifiesta el verdadero amor, pudiendo estar en un silencio pleno?
Estas islas pueden tener forma de dibujar juntos, de dar un largo paseo por el bosque o de, simplemente, ponernos a leer cada uno lo suyo. Eso no quiere decir que debamos estar en una ausencia total de palabras. No. Las Islas de silencio son espacios en los que puede desprenderse una palabra, un comentario…. Pero sucede de forma natural, como la nieve que se desprende del bambú, como dice la imagen del Tao.
No se llena el espacio porque sí; si sucede, sucede. Si no, no. Pero estamos. Presentes. Ahí. Acompasados en ese silencio. En una isla, pero no aislados. En silencio, pero comunicándonos de otra manera. Con nosotros, con los demás, con el mundo, con el espacio.
Por supuesto, estas islas de silencio son una gran manera de educar a nuestros hijos, pero no hace falta ser padre o madre para visitarlas. Podemos crearlas para nosotros mismos, con los amigos, en el trabajo, incluso. Sostener el silencio y que el silencio nos sostenga a nosotros. Porque el silencio es el gran maestro que se esconde en nuestro interior. Pero, claro, para aprender todas las enseñanzas que tiene para nosotros, debemos saber escucharle. En silencio, cómo si no.