Que la mayoría de la población vive estresada es algo que sabemos y comprobamos todos, pero pocas veces nos preguntamos el porqué. Qué beneficio esconde el vivir luchando contra el tiempo necesitando que los días tengan 36 horas para llegar a todo y esperando tener más energía que la que nuestro cuerpo y nuestra mente pueden darnos.
Y es que muchas veces seguimos empujando cuando, en realidad, lo que la situación pide es hacer es justo lo contrario. Cuando estamos desbordados, no tenemos perspectiva y el caos se nos lleva por delante y solo podemos seguir corriendo y haciendo.
Cuando hacemos demasiado, emborrachamos las situaciones. Las llenamos de información, de acción y lo que conseguimos es quitarle claridad al momento para que nuestra mente no tenga que pensar y decidir.
Cuando estamos desbordados tenemos que aprender a decir más no y, cuando estamos estancados, a decir más sí. Y, aunque parezca lógico desde la parte más racional, nuestro instinto hace justo lo contrario. Cuando vamos a tope y no podemos más, nuestra cabeza no quiere que le pongamos el reto de tener que pensar, porque no quiere cansarse más. Por tanto, lo que hace es desconectar y seguir tirando por inercia.
Parar para tomar perspectiva y conectar
La pausa nos aporta lo mejor que podemos darle a una situación, que es la atención plena. Esa que nos lleva a darnos cuenta de las cosas, a dejar que los ritmos hablen por sí solos y nos indiquen cuándo es momento de parar y cuándo de continuar.
La naturaleza es un claro ejemplo de ello. Cuando llega el invierno todos respetamos sus tiempos sin presionarlo para que aparezcan brotes y florezcan las flores. Todos entendemos que no es el momento, porque sabemos y confiamos en que después llega la primavera y todo florecerá. Pero ese momento de fuerza llega después del gran parón que es el invierno.
Quizás ese sea el motivo por el cual la naturaleza nos da tanta paz. Porque hay un profundo respeto por los biorritmos sin forzar ni ralentizar las cosas más de lo debido.
Las prisas y el intentar llegar a todo a presión solo hace que vivamos desconectados de lo que estamos haciendo, lo que, en realidad, es lo que mucha gente busca. Parar y observar nos lleva a tener que decidir y esa es una responsabilidad que mucha gente no quiere asumir. En realidad, el origen de la mayoría de nuestras preocupaciones no es otra que el no estar tomando las decisiones que deberías tomar.
El miedo al silencio
El silencio nos da miedo, porque nos obliga a mirar adentro, a escuchar nuestros pensamientos y tomar acción al respecto. Cuánta gente que está en crisis se pregunta qué podrían hacer para mejorar su situación. La respuesta a menudo pasa por darnos cuenta de que las cosas se han roto, porque hemos hecho demasiado y hemos dejado de verlas.
El agotamiento cambia los sentimientos y a las personas; por eso, la respuesta muchas veces pasa por parar y observar. Igual que no regamos las plantas cada lunes solo porque sea lunes, sino que primero tocamos la tierra para ver si está seca y proceder a la acción: lo mismo podemos hacer en nuestras vidas. No ahoguemos las cosas que ya están servidas ni dejemos muertas de sed situaciones que requieren nuestra atención.
Parar y observar
Parar y observar a menudo es la mejor estrategia para conectarnos con esa situación y dejar que ella misma nos indique qué necesita y cuál es el camino a seguir. Sin adelantarnos, sin presuponer, solo observando lo que hay para que no se nos olvide lo más importante de la vida, que es VIVIRLA.