A todos nos ha pasado. Estás en casa, acabas de terminar todas tus tareas, te sientas en el sofá y, por un momento, tu mente se va. Repasas lo que has hecho en el día, piensas en cosas que te han pasado, en lo que te gustaría que sucediera. Si alguien te preguntase, dirías que no estás haciendo nada. Pero en realidad, tu cerebro ha entrado en lo que se conoce como “red por defecto”.

La neurocientífica Nazareth Castellanos asegura que esta es una de las grandes causas de insatisfacción en la vida. Cuanto más tiempo pasamos ahí, en esa divagación sin rumbo, más infelices nos sentimos. Y por desgracia, nos pasamos allí entre un 75% y un 80% del tiempo, según indican las últimas investigaciones en neurociencia. ¿Hay forma de prevenirlo? ¿Por qué sucede esto en nuestro cerebro? ¿Cómo nos afecta a nivel emocional? Te contamos esto y mucho más a continuación.

El peligro de la divagación

“Una mente divagante es una mente infeliz”, asegura Nazareth Castellanos, una de las grandes neurocientíficas de nuestros tiempos. La experta nos explica qué sucede en nuestro cerebro cuando entramos en esa divagación, en ese permitir que la mente nos lleve a donde quiera, sin controlar el flujo de nuestros pensamientos ni actuar con él.

Mujer triste pensativa
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La neurociencia le ha dado un nombre a ese “nada” al que nos marchamos cuando no tenemos nada que hacer. Se llama “la red por defecto”, y, según explica Castellanos, es lo que hace el cerebro “cuando se nos pide hacer nada. Es decir, cuando nos estamos quietos, estamos parados, nuestro cerebro está constantemente haciendo cosas”.

Aunque pudiera parecer positivo (¡tenemos un cerebro trabajador! ¡Hurra!), lo cierto es más bien lo contrario. “Cuanta más actividad de red por defecto, mayor insatisfacción”, asegura la neurocientífica. Y, por desgracia, para todos nosotros, “nos pasamos aproximadamente un 75% u 80% del tiempo “en esta red por defecto”. O lo que es lo mismo, en piloto automático.

Un cerebro lleno de colores

Según Castellanos, un cerebro en red por defecto es un cerebro lleno de colores. Es decir, “que hay mucha actividad constantemente en el cerebro”. Esto, a su vez, se correlaciona con la rumiación que, sin duda, está relacionada con nuestro sentido de calidad de vida.

En palabras sencillas, cuando tu mente entra en esta red por defecto, cuando estás “haciendo nada”, tu cerebro comienza a imaginar y a recordar. “Muy pocas veces estamos en el presente”, asegura la neurocientífica. Esto es un problema, porque en ese diálogo interior que surge espontáneamente, nos autorreferenciamos y nos convertimos en el pleno centro de nuestro universo. “Son diálogos internos que surgen en los que yo hablo de mí, me pongo a mí como protagonista”, dice la experta.

Aunque podría parecer positivo pensar tanto en uno mismo, no lo es. La autorreferenciación nos sumerge en un estado de pensamiento repetitivo y egocéntrico que puede distorsionar nuestra percepción de la realidad. De repente ese comentario inocente que te hizo tu compañero deja de parecértelo, o asumes que el rostro de cansancio de tu pareja sin duda alguna tiene que ver contigo. El cerebro te pone trampas, te hace caer en una percepción distorsionada de la vida, en la que eres el centro de todo lo que sucede. Por eso es muy importante reducir el tiempo que pasamos en este estado o, al menos, saber reconducirlo hacia algo positivo.

Una solución para escapar de la red

El problema es evidente: tarde o temprano caeremos en la red por defecto, y acabaremos viviendo en esa visión egocéntrica de nuestro propio mundo. Por suerte, explica Castellanos, hay una forma de escapar de la red que cuenta con un fuerte respaldo científico: la neurociencia de la meditación. “Con una pequeña práctica de meditación”, asegura, “logramos bajar esa red”.

La meditación es una de las herramientas más poderosas de las que dispone el ser humano: regula la mente, mejora la salud mental. Y modifica la estructura y el funcionamiento del cerebro.

La neurociencia ha demostrado que esta práctica nos ayuda a salir del modo de pensamiento autorreferencial que nos hace rumiar sobre el pasado o preocuparnos por el futuro. En lugar de dejarnos llevar por pensamiento automático, entrenamos nuestra atención para enfocarnos en el presente.

Curiosamente, centrarnos en las sensaciones físicas (el aire que entre por la nariz, el latido del corazón, un color intenso), algo esencial en las prácticas más básicas de la meditación, nos saca de nuestro pequeño universo egocéntrico. Al conectar con las sensaciones, con los sentidos, conectamos con el mundo, y nos damos cuenta de que, en realidad, no somos tan importantes. De esta forma, la meditación cambia nuestra química cerebral, y nos conecta con un profundo estado de bienestar tanto físico como mental. 

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