En las últimas décadas, la palabra “autoestima” se ha popularizado, saltando desde los manuales de Psicología al lenguaje popular y se ha divulgado de tal manera que es habitual oír hablar de ella en una conversación en el autobús, en las tertulias de la tele o encontrar consejos para mejorarla en miles de carteles que se viralizan a diario a través de las redes sociales.
Esta difusión ha llevado a que, en ocasiones, se confunda la autoestima con otros términos similares, como el “ego”, y se utilicen como sinónimos, cuando en realidad, no lo son. No es de extrañar esta confusión, si tenemos en cuenta que también entre los profesionales de la psicología, dependiendo de la orientación desde la que trabajen, podemos encontrar diferentes definiciones de lo que significa la “autoestima”.
¿Qué es la autoestima?
Tenemos comprender que tanto la autoestima como el ego son constructos, es decir, palabras que nos ayudan a entender complejos conceptos psicológicos. Estos vocablos, no hacen referencia a objetos palpables ni visibles, pero esto no significa que no existan y que no sean fundamentales para nuestras vidas.
Hoy quisiera aportar mi visión particular sobre la autoestima, aclarando que ésta procede más de mi experiencia personal en la consulta que de un manual o una concepción teórica.
En una primera aproximación, podemos considerar que la autoestima es quererse o valorarse a uno mismo, sin embargo, esta es una visión bastante simplista de un concepto mucho más profundo y complejo. Yo entiendo la autoestima como el ejercicio íntimo de estar conectado con uno mismo, escuchándonos y sintiéndonos a gusto con lo que somos.
La autoestima es el tipo de relación que mantenemos con nosotros mismos, determina cómo somos y cómo actuamos, y de la calidad de este vínculo interno, depende nuestro equilibrio emocional. Con una autoestima sana, confiamos en nosotros y en nuestras decisiones y no dependemos de los juicios externos ni de la aprobación de los demás.
Aunque a veces se utilizan como términos equivalentes, los conceptos de autoestima y ego, como por ejemplo, cuando se dice que una persona que tiene un gran ego posee una alta autoestima. Esta supuesta equiparación, que no es real, puede dar lugar a grandes confusiones.
Para tratar de aclarar la confusión terminológica, podríamos decir (de forma muy escueta) que la autoestima es el amor que sentimos hacia nosotros mismos, mientras que el ego sería la identidad (elaborada a través de nuestro yo conocido, no del que hemos tenido que ocultar) que de nosotros mismos tenemos.
Dicho de modo más resumido, la autoestima es cómo nos queremos y el ego es cómo nos identificamos a nosotros mismos a través de esta autoestima. Entendiéndolos de esta forma, podemos darnos cuenta de que ambos conceptos no son sinónimos aunque sí que están estrechamente relacionados.
Durante la infancia, el cerebro de los niños crece y madura adaptándose al entorno en el que vive. Los aprendizajes que se refuerzan en estos primeros años, tienen un gran peso en el desarrollo de la personalidad y de la opinión que el niño elabora sobre sí mismo (autoconcepto). Muchos de los pensamientos negativos, que las personas conciben sobre sí mismas, aparecen, precisamente, en esta época tan temprana de sus vidas. A menudo nos repetimos a diario frases que perpetúan estos pensamientos negativos y que seguirán condicionando la vida de las personas manifestándose, entre otros síntomas, a través de una baja autoestima.
Libro recomendado
En el libro 40 técnicas para superar el autosabotaje mental y acallar a tu crítico interior (Editorial Sirio), la psicóloga Katie Krimer revela cómo dar la vuelta a frases que nos decimos habitualmente y que sabotean nuestra felicidad.
Frases que se dicen las personas que no se quieren
Estas ideas negativas sobre sí mismos no nacieron necesariamente de frases dichas por los padres o etiquetas impuestas a los niños. Muchas veces, estos conceptos fueron creados por los propios niños basándose en sus experiencias o en sus interpretaciones erróneas (por su corta edad y por carecer de herramientas emocionales) de las situaciones vividas.
Puede que estas interpretaciones no correspondieran con la realidad, pero las asumieron como ciertas y terminaron convirtiéndose en su forma de percibirse en el mundo.
Por ejemplo, ante una separación de sus padres, un niño pudo sentirse responsable y pensar que discutían por su culpa. Si nadie le explicó lo que realmente estaba sucediendo y no le aclararon que estos problemas eran exclusivos de los adultos, la idea de su culpa arraigó en su mente y la arrastró hasta su edad adulta.
En este artículo, veremos cinco ejemplos comunes de este tipo de frases o pensamientos negativos, originados en la infancia, que afectan a la autoestima del adulto. Y, como siempre hacemos en este blog, buscaremos otras ideas más sanas por las que sustituirlos.
1. "No valgo nada"
Si un niño crece sin sentirse valorado, si no le prestan atención, si se esmera, de todas las formas posibles, por hacer felices a sus padres, pero ellos jamás le hacen caso, el mensaje que interioriza es que sus esfuerzos y acciones carecen de valor y que no es una persona digna o valiosa.
- Sustituir por: "Soy una persona válida y valiosa."
2. "No merezco que me quieran"
Esto le ocurre con frecuencia a personas a las que sus padres no les demostraron su cariño y su amor. Si nunca nadie les dijo a estos pequeños que les amaban, si nos les reconfortaron en sus momentos de tensión emocional, si siempre se sintieron solos, crecieron con un vacío en su interior que les decía que no merecían ser amados por nadie.
- Sustituir por: "Me quiero a mí misma. Merezco todo el amor y el cariño del mundo."
3. "Hay algo malo en mí (y por eso me rechazan)"
Si los padres (o familiares) manifiestan una preferencia evidente por alguno de los hermanos, el otro hijo se siente siempre infravalorado. Al cabo del tiempo, comienza a pensar que todo lo que hace es malo y/o que había algo defectuoso en su personalidad.
- Sustituir por: "No hay nada malo en mí, no me tengo que preocupar por agradar a nadie."
4. "No lo lograré, por mucho que me esfuerce"
Cuando se compara a los hermanos (o primos) y se les obliga a competir por todo, siempre hay uno más mayor o más fuerte que consigue cumplir todos los objetivos antes que los demás. El mensaje que interiorizan los más pequeños es que, por mucho empeño que pongan, nunca van a conseguir nada.
- Sustituir por: "Me centro en mí y valoro cada logro que alcanzo."
5. Me merezco todo lo malo que me pase
Escuchar continuamente frases como “Ya te lo dije” o “es que no me escuchas”, cada vez que el niño o la niña sufren algún accidente o percance, provoca que los pequeños crezcan con un catastrófico sentimiento de culpa e inutilidad.
- Sustituir por: "Me merezco todo lo bueno que me pasa."
Cómo recuperar la autoestima
Si de niños no recibimos los cuidados que necesitamos o éstos son deficitarios, la autoestima resultará herida. Si la autoestima está dañada, el ego, también se verá dañado, por lo que haremos todo lo posible para nutrirlos del amor y de los cuidados que necesitan, incluso, llegando a plegarnos a las necesidades e imposiciones de los demás y olvidándonos de las nuestras propias. Estas carencias pueden acabar derivando en comportamientos insanos, tóxicos y autodestructivos.
Nuestras decisiones, nuestro comportamiento y la manera de relacionarnos con el mundo están determinadas por la calidad de nuestra autoestima. Incluso ya de adultos, seguimos condicionados por la fuerza o la debilidad de la autoestima que se forjó en nuestra niñez. Actuamos según ella nos dicta ya que constituye el tronco principal de nuestra personalidad.
Con una autoestima firme, nos manejamos con confianza por la vida y podemos afrontar resolutivamente las situaciones a las que nos enfrentemos, mientras que si nuestra autoestima es frágil, los miedos y los bloqueos aparecen ante la más mínima dificultad.
En terapia, en la mayoría de los casos, el trabajo principal consiste en recuperar y reforzar la autoestima que se perdió en la infancia. El motivo de consulta puede ser una fobia, una crisis de ansiedad o problemas con la pareja, pero cuando comenzamos a profundizar, siempre encontramos una autoestima debilitada que no puede afrontar las situaciones que la vida plantea y que paulatinamente se resquebraja mostrando unos u otros síntomas.
Sanar una autoestima dañada puede parecer un trabajo extremadamente complicado, sobre todo porque el origen de este daño suele situarse en la más temprana infancia.
Muchas personas que acuden a terapia, me confiesan que sienten que siempre han sido así, siempre se han visto inferiores a los demás, vacíos y dependientes de las opiniones externas. Sin embargo, incluso para los adultos, es posible trabajar para recuperar la autoestima que fuimos dejando atrás por culpa de las carencias vividas en el pasado.
Los cambios y la solución de los problemas llegan cuando la persona deja de depender del juicio de los demás para centrarse más en sí misma y en su propio criterio.